Quizás Pedro Andrés González (Málaga, 1942) y Encarna Ruiz, su mujer, sean los únicos españoles que pueden decir que les casó el historiador Santos Juliá, en sus tiempos de sacerdote y en la propia casa de Juliá, con Felipe González en el papel de padrino y Alfonso Guerra, en el de testigo de boda.

Fue una ceremonia íntima en febrero de 1967 en Sevilla en la que luego no faltó una botella de champán aportada por Guerra. «Pero ya de vuelta en el coche, tuve una gresca con Alfonso y el mismo Felipe tuvo que parar el coche y decir: Bueno, vamos a ver», sonríe.

La intensa vida de Pedro Andrés González, un perchelero criado en el poblado chabolista de El Perro, junto a la estación del suburbano del mismo nombre, en la playa de San Andrés, ya la recogió el propio sindicalista el año pasado en una primera parte, 'Suburbio, conciencia social y militancia' (ediciones del Genal), que narraba su infancia y juventud en Málaga.

En este tiempo, ha aprovechado un bache de salud para escribir la segunda entrega, 'Sindicalismo y política en tiempos de represión', también en ediciones del Genal, que repasa la década 1966-1976, en la que la presión de la dictadura le empujó a dejar Málaga y trasladarse a Sevilla. «Por entonces estaba en las listas negras y no encuentro trabajo en Málaga. Llegué a entrar en Citesa pero al final me dijeron que no», recuerda.

En ese tiempo ya milita en el Frente de Liberación Popular (FLP), conocido popularmente como el Felipe y recibe el encargo de montar esta formación política clandestina en Sevilla.

Uno de los posibles candidatos a entrar en la organización era un joven estudiante sevillano que acababa de terminar Derecho llamado Felipe González. «Era un muchacho universitario que estaba en la Juventud Estudiante Católica, un tío que me caía muy bien, una persona muy simpática y abierta, mientras que Alfonso Guerra era más rígido», recuerda.

Del Felipe al PCE

Fue González quien le aventuró que el FLP «no iba a pegar» en Sevilla, y así fue, e incluso el propio sindicalista malagueño se desvinculó de la organización y se pasó al PCE, «para trabajar en el movimiento obrero».

Pedro Andrés González trabajó en varias fábricas, al tiempo que se hizo el hombre fuerte en la Comisión Obrera de la Construcción, «la primera que se dio de la construcción en España», apunta.

La actividad sindical y política, cuenta a La Opinión, le supuso «cinco o seis detenciones e ir tres veces a la cárcel». En la primera detención, por cierto, estaba reunido con varias personas en la Vanguardia Obrera Católica de los jesuitas. «Íbamos a boicotear unas elecciones a procurador en Cortes, entró uno del Metal y nos dijo que saliéramos con propaganda porque estaba la policía. Nos llevaron a la comisaría pero estábamos limpios, sin nada».

En otra ocasión, próxima la muerte de Franco, le detuvieron y tras registrar su casa, en la comisaría le obligaron a apoyarse con un solo dedo contra la pared, «mientras me iban separando los pies, a la vez que me interrogaban, pero siempre había uno que me cogía». El malagueño cuenta que le dio un mareo, se puso blanco y escuchó decir: «Oye, vamos a tener cuidado con este que no son tiempos para que se nos vaya».

Una discrepancia con la dirección del PCE supuso su expulsión y la de su mujer y no sólo eso, «también significaba quitarme de los lugares decisorios de CCOO y negarme todo lo habido y por haber», reconoce.

Pero Pedro Andrés González siguió con su empeño de seguir con el trabajo en las fábricas y al tiempo, con la concienciación obrera y sacó adelante un periódico «con otra gente expulsada» y también se pasó a Bandera Roja.

Estas son sólo unas pequeñas pinceladas de esta intensa autobiografía, reflejo del tardofranquismo y el asomo de la Transición en el movimiento obrero andaluz. El deseo del este cordial sindicalista malagueño es presentar el libro, pero como fino político lo hará, y lo dice con una sonrisa, «cuando pasen las elecciones».