«Empecé a jugar con 16 años. Al principio por mero ocio, por las amistades... Justo antes de cumplir la mayoría de edad empecé a contraer problemas derivados del juego y a los 18 había desarrollado una adicción».

Alejandro Torre pasó su adolescencia entrando y saliendo de los salones de ocio de la provincia de Málaga. Trasnochar, llegar a casa a las seis de la mañana, despertarse a la hora de comer e irse a tomar el café que desembocaría en volver a llegar a casa de madrugada. Este era el bucle en el que estaba inmerso. Tragaperras, ruletas y demás juegos de azar, sin distinción ninguna. Una vida por y para el juego, confiesa.

Con tan solo 18 años Alejandro empezó a sufrir las primeras consecuencias de esta adicción silenciosa. Perdió su primer año de facultad, la relación con sus familiares empezó a resentirse e incluso llegó a perder relaciones de amistad y su relación de pareja. «El juego no solo me estaba acarreando problemas económicos, que quizás eran los menos importantes, sino problemas sociales».

A los 21 años, y con la sensación de haber tirado a la basura la mitad de su adolescencia y el principio de su madurez, Torre decide buscar ayuda profesional. Paradójicamente, acude a la Asociación Malagueña de Jugadores de Azar en Rehabilitación dos años antes, gracias a un trabajo de la facultad. Desde ese momento, asegura que supo que él tenía que acudir allí. La figura de su hermano fue fundamental en este sentido para dar el paso hacia la rehabilitación: «No era la primera vez que mi hermano me preguntaba si tenía un problema con el juego. Creo que tengo un pequeño problema con el juego y se me ha ido de las manos, le dije».

El joven confiesa que no llegaba a reconocer del todo su adicción los primeros meses de rehabilitación. De hecho, rememora, en aquel entonces la única idea que le rondaba la cabeza era la resignación, asumir que tenía un problema con el juego y que lo iba a tener toda la vida.

Cuando Alejandro baja por primera vez las escaleras de AMALAJER, su adicción por el juego ya había llegado a afectarle a niveles físicos y mentales. Relata cómo subió 25 kilos de peso para luego perderlos de golpe, al tiempo que su estado de ánimo se veía sometido a los estragos de esta adicción: «El juego te hace perder los sentimientos. No tienes sentimientos hacia nadie, pierdes la empatía, el respeto... lo vas perdiendo todo».

A día de hoy, Torre se encuentra en el segundo de los cuatro niveles que componen la rehabilitación en esta asociación malagueña. El primero lo recuerda como especialmente duro ya que, simplemente, consistía en dejar de jugar. No llevar dinero encima, no mentir en absolutamente nada, no frecuentar lugares de riesgo, no relacionarse con un círculo que pudiera incitarlo a volver a jugar y no consumir ningún tipo de estupefaciente ni bebida alcohólica. Las cinco pautas que debía seguir durante esta primera fase. "¿No llevar dinero encima? Están locos", pensó.

Los primeros meses el joven contaba los días que llevaba sin jugar. Y pese a que en la asociación les decían que no servía de nada contarlos y tirarse dos o tres años sin jugar si un día vuelves a hacerlo, Alejandro puede decir afirmar a día de hoy que lleva un año y medio sin jugar.

Comprometido con la lucha por la ludopatía, afirma que al juego le falta un abismo para estar bien regulado y critica que haya partidos políticos que se nieguen a aprobar leyes que regulen este problema de forma estricta. Afirma, además, que esta negativa trunca los avances de la sociedad, no solo del colectivo.

«El juego te roba la libertad y la dignidad, dos valores que ninguna persona debería perder», sentencia Torre, que anima a cualquier persona que se encuentre en la misma situación que él, hace ya casi dos años, a que pida ayuda para salir de este bucle. Porque de una adicción, asegura, no se puede salir solo.