Nos comentaban que las cerámicas de Invader eran prácticamente inquitables: el ceramista francés, aparentemente, usa unas técnicas ultrasecretas para impedir que los viandantes se afanen sus obras y las vendan al mejor postor (ya sabemos que estos artistas están absolutamente en contra de la mercantilización de lo suyo... por otros). Pues asistiendo al proceso de desinstalación de la flamenca del Palacio Episcopal hemos comprobado que nada de eso: un par de operarios han despegado las tres partes del mosaico en algo más de dos horas, con la pericia del especialista, desde luego, pero sin el esfuerzo titánico que nos vendieron.

Recordemos las palabras del exdirector del CAC y acusado de guiar al ceramista en esta intervención (la cosa sigue sub judice): "Quizás el mosaico tenga más valor que el propio Palacio Episcopal en el que ha sido colocado". No, señor Francés, nada que es tan realmente emblemático, genuino y de verdad consigue ser arrancado con la facilidad con la que hemos visto que se ha caído la gitanita de Invader. Las cosas de verdad son como un tatuaje, algo impreso ne la piel; esto, como tuiteó con sorna el arquitecto Fernando Ramos, era más de pegamento Imedio. Un simple sticker, una pegatina y, como tal, algo accesorio, desechable.

Lo que va a resultar más difícil de despegar es ese "¡paleto el último!" instaurado desde hace tiempo en diversos sectores de una supuesta intelligentsia de la capital (que ya sabemos que en Málaga, desde que tenemos photocalls y museos, algunos están de un estupendo que tira para atrás). Para ellos, la eliminación del mosaico de Invader será una mala noticia, porque cualquier ciudad que aspira al cosmopolitismo y a la modernidad debe tener piezas de Invader.

Siempre me ha parecido una defensa sorprendente, la verdad: primero, porque nos reduce, una vez más, al icono del flamenqueo y aledaños (¿por qué no un torero? Ah no, que Invader es vegetariano... «¡Pongamos marcianos con abanicos!» Los hay) y la cosa parece más bien la señalización de una tienda de souvenirs que arte en sí; y segundo, porque desde este sector explican la validez e interés de esta pieza en el gran número de flashes que atrae de los turistas. ¡Lo esgrimen los mismos que hablan de que el Centro Histórico se ha convertido en un parque temático de guiris y tapeo! Ojalá pronto comprendan que en esta carrera con la lengua fuera por lo cool y lo modernísimo no todo vale, y que no debe ser precisamente un ceramista francés el encargado de establecer los límites legales en lo que respecta al patrimonio. El nuestro.

Eso sí, viendo las imágenes de la retirada de la flamenca de Invader observo las numerosas pintadas que pueblan la pared del Palacio Episcopal y los manojos de cables tan cutres que pululan por ahí. ¿Estamos hablando entonces de un Bien de Interés Cultural, sí o no? Hay mucha tarea entonces por delante, bastante más que despegar unos azulejos como el niño que juega con los tatuajes de quita y pon de sus dibujos favoritos.