Aún me río al recordar cómo tantos han preconizado, en infinidad de libros, la muerte de las ideologías, como si aquellas no fueran capaces, hoy día, de alzar el vuelo e impregnar todo lo que hay bajo ellas, los avatares de la vida misma, sin que parezca que ello está ocurriendo. Cuando el 15M cobró fuerza, hace ya algunos años, los intelectuales más avezados afirmaron que el relato había cambiado, que ahora se hablaba de la retórica frentista de los de arriba y los de abajo, más que de los de izquierdas y los de derechas, aunque como ven ha sido irse la crisis (se ha ido para los de arriba, claro; a otros se nos ha quedado dentro) y marchitarse esa fractura que, de forma tan nutritiva, parió varios partidos políticos hijos del descontento. Digo esto porque todo, absolutamente todo, en nuestra Málaga y en la sociedad de nuestros días es ideología. Hasta en el urbanismo puede concretarse esa reflexión previa y, de manera más palpable, en el derribo del edificio de los antiguos cines Astoria y Victoria, porque, según se elija una opción u otra para ocupar esa zona de la plaza, o desocuparla, usted será adscrito, por los ideólogos de pacotilla que se agitan en Twitter, de izquierdas o de derechas, liberal, conservador, socialista o neocomunista. Que todo ha cambiado es un palmario, porque ahora, gracias al 15M y al terremoto que imprimió a la política española, la sociedad civil se organizó en grupos de presión que, en diferentes trincheras, defienden aquello en lo que creen, a veces de la forma no más correcta, pero es refrescante, al menos, que los ciudadanos puedan señalar con el dedo las actuaciones de sus políticos.

A saber: actualmente hay un proyecto de edificio translúcido, con usos culturales y gastronómicos, previsto para esa zona de la plaza. El conocido proyecto Málaga All Space que, entre otras cosas, pretende hacer un auditorio de 1.500 personas en el sótano del inmueble. La línea intelectual que preconiza su construcción (o una afín, recuerden el proyecto fallido de Antonio Banderas) alude a que no se puede dejar una plaza sin su fachada sur, porque siempre ha estado cerrada. Esto es lo que defiende el equipo de gobierno sin disimulo y es, claro está, lícito. Cs, por su parte, ahora socio de coalición del gabinete local, tiene una postura algo menos sólida: si al tirar el edificio, que ya está derribado, por cierto, se hallan restos de gran valor arqueológico, estos habrían de ser integrados en el entorno, «puestos en valor», es decir, dignificados y mostrados a los malagueños. Si los restos localizados tienen un valor, digamos, medio, se podrían integrar en el futuro edificio cultural; si no tienen valor alguno, la cosa está clara: habrá un inmueble translúcido para que los malagueños vacilemos de él a la familia que viene de fuera, que es lo único que nos colma, que nos satisface, según parece.

Adelante Málaga, por su parte, y varios colectivos de defensa del patrimonio, prefieren dejar la plaza como está, diáfana, que nada ocupe el sitio del edificio, que uno pueda mirar desde el monumento al general Torrijos directamente a la Alcazaba sin solución de continuidad, pese a que algunos de los inmuebles que se están levantando en el entorno reúnen alturas más o menos discutibles. La ciudadanía ha comenzado a rechazar los mazacotes de hormigón que antes, durante el desarrollismo franquista, tanto nos gustaron y ahora lo que quieren es una trama urbana de baja densidad y que permita observar el horizonte con más o menos orgullo. Ahí está la oposición a la Torre del Puerto, el hotel de capital catarí en el dique de Levante, o las críticas a las torres que se van a levantar en el corazón de Martiricos por parte de muchos vecinos, que echarán de menos la enorme explanada que hay junto a la Escuela Oficial de Idiomas para aparcar, pasear y otras cositas que no son reseñables en un artículo de análisis de la política municipal. También hay un no importante a las torres de Repsol o, incluso, ha provocado cierto shock en segmentos de la población local esos enormes edificios que se levantarán en la Térmica. Aquí, uno, que comenta la actualidad según le parece, ni entra ni sale, porque hay prestigiosos arquitectos del estilo de Carlos Lamela, y otros, que defienden que el urbanismo vertical consume menos territorio y, por tanto, es más sostenible.

Adelante Málaga, decía, defiende dejar esa zona de la plaza diáfana, aunque antes podría realizarse una consulta ciudadana para que los malagueños decidan qué quieren que vaya allí. Así, como ven, las ideologías se organizan según se quiera un enorme rascacielos, algo más caro para los liberal-conservadores, democristianos y otros sectores del espectro ideológico de la derecha, y el dejar diáfano un determinado solar estratégico, ubicado en el centro de la urbe, y con muchas posibilidades. A ver qué elegimos, porque lo que es seguro es que el Astoria y el suelo que ocupó van a convertirse en otro dolor de cabeza para el equipo de gobierno, si no al tiempo, un tema de esos al que se recurre en plenos y comisiones con el fin de hacer crisis y polémica con elementos centrales e importantes de la ciudad. Los de Eduardo Zorrilla consideran que sería interesante que lo restos sean visibles y que, si se quiere, se incorpore una arboleda como una forma eco de cerrar la plaza. Hay quien dice ahora que la zona de Casas de Campos ha adquirido un nuevo relieve a los ojos del caminante.

Ahora mismo, han comenzado los trabajos arqueológicos, que durarán entre cuatro y seis meses. Ha habido que demoler el trozo de acera en el que se hallaban las bicicletas para que los arqueólogos puedan trabajar y ver qué hay bajo el antiguo edificio. Comienza ahora una labor mecánica, casi manual. Si se encuentra algo de importancia, según el equipo de gobierno, «se pondrá en valor». Si no, se podrá usar el sótano para el auditorio planteado en el proyecto Málaga All Space.

La ciudad, ahora mismo, contiene el aliento esperando ver qué podría haber debajo (en la zona se han hallado restos romanos y nazaríes), mientras decenas de malagueños cuelgan en Twitter fotos de la vista que hay en la zona sin el inmueble y la conexión visual que se puede establecer con Alcazabilla y la Alcazaba. Muchos, si se miran las redes sociales con atención, ya han decidido. Falta saber si los partidos políticos representados en la corporación municipal sabrán estar a la altura y podrán llegar a un acuerdo que respete la esencia de lo que piden los malagueños y las lógicas aspiraciones de ocupar esa zona de la plaza por parte de algunos grupos empresariales, aunque cabe recordar el fiasco del mercado de La Merced, un recordatorio claro y contundente de que la oferta cultura más restauración tal vez ha sido demasiado usada en el centro de la capital malagueña.

El Astoria, por tanto, es un síntoma de esas ideologías, que algunos consideraban moribundas, de su vigencia, de la importancia que aún tienen en la configuración de la realidad social y política de la ciudad, de forma que ubicarse a un lado a otro significa servir unos determinados intereses y esa postura deviene, inevitablemente, en un torrente de insultos cibernéticos. La dialéctica es la expresión de esos nichos ideológicos y la agresividad, un signo de unos tiempos raros y vertiginosos en los que el debate ciudadano sosegado y libre de prejuicios queda soslayado por la razón del que más grita, insulta y zahiere.

Estaría bien, por tanto, que las futuras comisiones en las que se hable del Astoria, las torres de Repsol o el bosque urbano, la Torre del Puerto, la semipeatonalización de Carretería y Álamos o hasta la configuración del nuevo recorrido oficial de la Semana Santa se acometan con la prudencia y el respeto que requieren estos debates de altura, porque, al fin y al cabo, los malagueños del futuro nos mirarán, desde la atalaya del tiempo, y nos juzgarán con severidad, tal y como hacemos hoy nosotros con los urbanistas del desarrollismo.