Unos minutos antes de ser detenido, Nicolás abandonó el coche y trató de huir a pie por la A-357. Acorralado, amagó con saltar de uno de los puentes de la autovía que hay a la altura del Hospital Clínico. Con medio cuerpo más allá de la barandilla, apenas le aguantó la mirada al abismo y decidió que mejor se está en la cárcel que muerto. Siguió corriendo unos metros mientras aceptaba que su aventura había durado demasiado.

Una historia de malas decisiones que comenzó a descontrolarse en 2017, año en el que optó por no regresar a la cárcel durante uno de los permisos penitenciarios y provocó que la justicia ordenara tres ingresos en prisión sobre el fugitivo: dos por sendas condenas de ocho años que había acumulado por delitos contra la salud pública y otro por el correspondiente quebrantamiento de condena. Dieciocho meses después, El Colá, como le dicen los suyos, ha vuelto a la cárcel con 42 años para quedarse una buena temporada. La investigación de la Policía Nacional y la Guardia Civil le suma ahora tres atracos a punta de pistola en los que se mostró extraordinariamente violento con sus víctimas y en los que consiguió un botín de 57.000 euros en joyas y dinero de los que no hay rastro. Del arma que disparó en uno de los asaltos, tampoco.

Fuentes de la Policía Nacional reconocen que se trata de un caso curioso. El Colá dejó de ser un delincuente común cuando se fugó de la cárcel, según dijo una vez detenido, porque tenía una hija enferma. Tras desaparecer durante unos meses del radar policial, el primer mandamiento de un fugitivo, decidió dinamitar su perfil bajo en mayo. Entró a cara descubierta en un salón de juegos de la avenida Ortega y Gasset con una pistola y le dio una paliza a uno de los trabajadores a base de golpes con la culata del arma, puñetazos y patadas. Consiguió 15.000 euros y que los investigadores lo identificaran fácilmente antes de que se animara a dar su segundo asalto, 24 días después, el 4 de junio.

Apostó por otro local recreativo de Cártama en el que también agredió a un empleado y donde la presencia de un cliente precipitó su huida con apenas 300 euros. La Guardia Civil, competente en esa demarcación, confirmó a través de las imágenes de una cámara de seguridad que era él. Apenas tomaba precauciones y hasta llegó a decir que no se tapaba la cara porque era un valiente. «Pensaba que cortándose el pelo, dejándose perilla o utilizando un poco de maquillaje podría confundir a los agentes», asegura todavía incrédulo un investigador que, sin embargo, reconoce cierta habilidad de Nicolás para desaparecer. Salía lo mínimo a la calle. Y cuando se animaba, se hacía pasar por su hermano.

Tras la pifia de Cártama descansó todo el mes de julio. Sin oficio ni domicilio conocido, los policías trabajaban por su localización en el entorno más cercano del atracador. La casa de su padre en Los Asperones, la de una de sus exparejas en La Virreina y una tercera en Las Castañetas en la que, además de droga, podría obtener información para sus atracos. Los agentes también valoraron la posibilidad de que buscara refugio en Almería, donde tiene familia.

Nicolás irrumpió de nuevo el 28 de agosto con el plan más ambicioso. Ese día se plantó a las once de la mañana en una joyería del barrio de La Luz y le dio una vuelta de tuerca más a su modus operandi. Si hasta entonces los investigadores sospechaban que amenazaba a sus víctimas con un arma de fogueo, en este caso la disparó y el proyectil impactó en uno de los mostradores. Consiguió un botín de 42.000 euros en joyas pero dejó nuevas pistas. Las imágenes obtenidas por los investigadores dejaban claro que contaba con la ayuda de un hombre y una mujer que le hacían la cobertura desde la calle. Una organización liderada por un tipo armado cuya agresividad aumentaba exponencialmente y que volvía a desaparecer. La policía lo declaró extremadamente peligroso.

Los agentes apretaron aún más con vigilancias maratonianas con preferencia en Los Asperones. Sabían que en el inaccesible patio de la casa del padre podría estar el coche con el que habitualmente se movía Nicolás. La paciencia de los agentes dio sus frutos cuando el fugitivo cometió el error de retirar el coche del corralón con una grúa. Era el Renault Mégane de una de sus exnovias que los policías trataban de localizar. Asfixiado, de nuevo en Los Asperones, fue detectado por la Policía Nacional y evitó inicialmente su detención comenzando una persecución en coche que finalizó a pie en la A-357, donde el abismo le clavó la mirada.