­Muchos son los que cuando piensan en filología latina se les viene un nombre a la cabeza: Francisco José Talavera. De pelo canoso y ojos luminosos, es sin duda una gran figura en el mundo de la filología, pero sobre todo, si hay algo que destacar de este profesor es que aparte de ser un gran profesional es aún mejor persona. En su mirada todavía se puede ver la ilusión de un chiquillo y en sus arrugas es palpable toda una vida de dedicación a las letras.

¿Cuál fue su motivación para estudiar filología clásica?

De chico no tenía ni idea de latín. En mi pueblo en la escuela nos eligieron a dos para ser monaguillos. Las misas se decían en latín, entonces los monaguillos tenían que aprenderse las contestaciones en latín, ese fue mi primer contacto. Ya en el colegio tuve un buen profesor de latín que me encandiló por estos temas. En Salamanca conocí a buenos profesores como Antonio Tovar y Manuel Díaz y Díaz que vivían esto y me lo transmitieron.

¿Cuáles fueron sus inicios?

Pasé muchas dificultades para entrar en la enseñanza ya que no salían muchas oposiciones. Por un lado, era la época franquista y por otro tenía unos 25 años y a esa edad no tienes posibilidad de entrar en ningún sitio, nos cogió a todos con una gran depresión. Las primeras oposiciones a las que me presenté eran de instituto, me hubiese gustado que fueran de universidad. Tuve una sensación muy buena ya que por lo menos la espalda económica la tenía cubierta.

¿Con qué labor se quedaría de las que ha realizado?

Me quedaría con la tarea que he realizado en la traducción de textos no conocidos o poco conocidos. Cuando digo traducir también me refiero a la interpretación. Hay muchos escritos y poetas que en el Renacimiento escribieron en latín que están sin traducir y creo que hay que renovar eso. La traducción aparte de saber dos lenguas requiere también profundizar para conocer por dentro el texto y poder ponerlo al servicio de los lectores actuales.

¿Docencia o investigación?

Las dos cosas me han gustado. La traducción me ha encandilado, me entretiene mucho. Yo no tengo esa cualidad de atraer al alumnado, pero siempre me ha gustado. Al principio, cuando daba clase en Granada eran 200 alumnos y me perdía, pero cuando he tenido grupos pequeños, me ha ilusionado dar clase. Algunos alumnos me admiraban y estaban muy entusiasmados y eso me hacía volcarme en la labor. Yo empecé interesado por la investigación pero cuando la docencia se ha ido reduciendo y especializando me ha atraído mucho. He sido afortunado, he tenido muchos alumnos con los cuales me llevo muy bien, para mí son mi máximo orgullo profesional.

¿Diría que ha llegado más lejos de lo que alguna vez soñó de chico?

Por supuesto, yo soy de un pueblo de agricultores, y mis aspiraciones de chico eran vivir del campo pero mi padre con perspicacia y firmeza nos dijo a mí y a mis hermanos que teníamos que estudiar, que no había campo para todos. Empecé la universidad y mis aspiraciones cambiaron, empecé a querer imitar a esos grandes profesores de la filología. Yo sabía que no llegaría a ser como Antonio Tovar pero me he superado, he tenido suerte. Me siento muy respetado entre los colegas de la profesión, es muy reconfortante ver que me hacen un homenaje pero sin sentirme más que nadie. He conocido a gente muy brillante con la que no me puedo comparar pero dentro de mis limitaciones me siento afortunado. Mi padre murió sin verme cumplir mi sueño de ser profesor, pero sé que estaría orgulloso de mí.

¿Qué ha hecho después de su jubilación?

Como profesor emérito he estado dando clase, me han respetado muchos mis condiciones. Yo pedí no tener un horario forzado, quedo con mis alumnos el día y a la hora a la que nos viene bien. Dar clase es muy reconfortante y agradable, no es un trabajo. La investigación tampoco la he dejado de lado, ahora estoy traduciendo una comedia de Juan de Valencia que espero que salga. También tengo varios textos de Juan de Vilches. Quiero trabajar en los cabos sueltos que me he dejado por hacer. En mi casa me dicen que me dedique a jugar al dominó pero yo siempre les digo que a mí eso no me va a entretener como lo mío. No pretendo conseguir un premio Nobel sino las pequeñas satisfacciones personales.

¿Qué opina de que cada vez menos gente se interese por estudiar el latín?

Algo de culpa la hemos tenido los enseñantes, hemos sido soberbios. La enseñanza de esta asignatura la tendríamos que haber facilitado y que la gente no necesitase estar muchos años estudiando. Ha habido momentos de dificultad para el mantenimiento y la utilización del latín, pero no hay que ser tan derrotistas. Cuando pase el fulgor de las nuevas tecnologías y la electrónica la gente recapacitará, pensará en lo que es el hombre y la reflexión humana y fácilmente se van a encontrar con el mundo clásico. Para el futuro es importante y positivo conocer el pasado.

¿Qué diría el mundo clásico de la situación actual española?

Un claro ejemplo contrario al mundo clásico es la situación española. Retrotrayéndose al siglo primero o segundo, alguien que estaba en Cádiz podía aspirar a ser lo máximo en todo el Imperio Romano, hablaba todo el mundo la misma lengua, allí había una similitud. Ese mundo enorme era un mundo admirado, la aspiración de aquellas gentes era formar parte de ese gran conglomerado cultural. Ese mundo lo hemos perdido, es una contradicción mirándolo históricamente.

¿Qué se debería rescatar del mundo clásico?

Hay algunos rasgos que se están perdiendo: Por un lado, el mundo clásico intentaba explicar racionalmente las cosas y creo que ahora se ha olvidado ese sentimiento. Igual que ha ocurrido con el amor al arte y a lo artístico. Por otro lado, el mundo romano estaba preocupado por organizar la sociedad políticamente bien. En la época de Adriano había preocupación por darle a los pobres trigo. Ahora la gente está más centrada en las nuevas tecnologías, ganar mucho dinero y en tener buenas colocaciones.