Que uno recuerde, en todas las ocasiones aleatorias en las que, desde su creación en 2005, el autor de estas líneas ha visitado el Jardín Botánico de la Universidad, sólo ha topado con estudiantes solitarios, más absortos en sus papeles que en las plantas que les rodeaban.

Volvió a pasar el pasado lunes. La estudiante en cuestión se encontraba leyendo un libro bajo el umbráculo, la preciosa cúpula metálica que un servidor emplazaría en la isla donde se desarrolla la novela 'La invención de Morel' de Adolfo Bioy Casares o en alguna película de ciencia ficción 'retro'.

Será casualidad, pero hasta la fecha el firmante no se ha topado nunca con grupos de estudiantes estudiando las plantas. La conclusión es bien sencilla: o prefieren examinarlas en los libros y en las pantallas de sus dispositivos antes que en directo, o los estudiantes de Botánica salen a otras horas.

Lo que también sucede en todos estos paseos es que el jardín suele estar en perfecto estado de revista, como ocurrió el lunes, con los jardineros en plena tarea, mientras mantenían una lucha titánica contra las hojas secas y otras bajas otoñales.

El otoño tiene mala prensa en una ciudad como Málaga, tan centrada en la primavera y el verano, pero un paseo por este jardín quizás reconcilie a más de uno con la estación. En estas fechas, por ejemplo, vuelven a florecer las chorisias y el botánico de la UMA tiene uno de los ejemplares más llamativos, una chorisia o Ceiba insignis que más parece un instrumento medieval de defensa, por los gigantescos pinchos que defienden su tronco, aunque las enormes flores amarillas de la copa hacen que se difumine este aire poco amistoso y ultraprotector, de economía estadounidense en manos de Trump.

Y crece, con enorme garbo y sólidas raíces, una palma real cubana que da gloria verla, en especial porque se desarrolla al lado de su prima lejana, una palma real australiana mucho más comedida en cuanto al grosor del tronco.

Otras plantas regias como el ave gigante del paraíso dan honor a su nombre y sorprenderían a cualquier Adán y Eva que anduvieran por los andurriales. Hay hasta un alcanforero, la prueba palpable de que el alcanfor no crece en los cajones y en los armarios sino que es un árbol de Asia oriental que en Málaga, tierra de acogida de árboles exóticos, crece con sumo gusto.

Hay además un amplio rincón para la flora canaria, para los árboles y plantas de la región Mediterránea (atención, claro, a las coníferas en la glorieta que homenajea a varios botánicos memorables) y árboles de Jamaica, Perú, la Cochinchina, Sudáfrica (el ciruelo de los cafres)... Como diría Vargas Llosa, esto parece el Paraíso en la otra esquina. Algún día coincidirá un servidor con un nutrido grupo de estudiantes de Botánica, no les quepa duda.