Hay cierta tendencia por la ecología en las crónicas de esta semana, que hasta la fecha se han centrado en las chorisias de la avenida del Arroyo de los Ángeles y en los nidos mancomunados de cotorras que coronan los árboles más próximos a la calle Velarde, en los terrenos del Hospital Civil.

Hablar de Naturaleza y fauna mientras la fauna política trata de aclararse de una vez con el Gobierno central ofrece, modestamente, un pequeño oasis cargado de agua y palmeras y, confiemos, sin picudos rojos ni del color político que sea.

Para seguir con la tendencia, hoy hablaremos de la briosa Naturaleza que, impasible el ademán, en Málaga resurge de las cenizas con más energía que el Ave Fénix o Rafa Nadal en su último partido.

Si pensamos en una buena parte de las películas apocalípticas, además de mostrar vestimentas de dudoso gusto y todo un paraíso para el chatarrero, suele exhibir unas ciudades abandonadas tras el último calentón nuclear, que en sus calles soportan una Naturaleza totalmente despelucada que abraza con lianas, hojarasca y troncos los más recios rascacielos.

No es ninguna exageración de los guionistas de Hollywood, sólo hay que pensar en la última huelga de basura o en algunas calles, aparentemente no recepcionadas por el Ayuntamiento, como la vecina de la comisaría de La Palma-Palmilla, presente más de una vez en esta crónica.

El día en que el cambio climático convierta algunos barrios de la Ciudad del Paraíso en las marismas de Huelva está por ver si llegará. Mientras tanto, la Naturaleza llama a la puerta como el Destino lo hace con esas ocho notas de la Novena de Beethoven.

Podemos verlo en el árbol que, impetuoso, aparece todos los años junto a un registro repleto de cables en mitad del muro de la Travesía del Pintor Nogales, por mucho que el Ayuntamiento lo pode, (generalmente bastante tarde, cuando ya adquiere las hechuras de un ficus de la Alameda).

El mismo fenómeno, la formación de un jardín vertical en un muro, lo encontramos año tras año nada más cruzar el puente de la Aurora hacia La Trinidad.

En lugar de seguir hacia calle Mármoles hay que bajar los escalones para disfrutar de la plaza de la Aurora, en la que lo más destacable, aparte de la antigua iglesia de la Aurora María, es un ficus que, a pesar de las dificultades reaparece en un sitio bastante peliagudo: junto a unas instalaciones de Endesa con los clásicos cartelitos del hombre alcanzado por un rayo.

Así que, aparte de los daños que esté causando al muro, tenemos el riesgo de que el impertérrito ficus termine alcanzando esta maquinaria y tengamos un disgusto en forma de chisporroteo, incendio o vaya usted a saber qué. Antes de que el ficus y el problema pasen a mayores, por favor, una poda.