Del pedigrí histórico de cualquier objeto que nos acompaña en la vida podemos deducir que hubo una primera vez. Y así, elementos tan cotidianos en nuestros tiempos como el cepillo de dientes, la tableta digital, la lavadora, el bolígrafo o la mesa de planchar tuvieron su estreno; un momento en el que constituyeron una absoluta novedad.

En la novela 'Tormento' de Galdós, publicada en el lejano año de 1867, el canario más madrileño nos describe el asombro de uno de los personajes cuando ve funcionar por vez primera una ducha. Tan sorprendente fue esta instalación, que la testigo del portento no puede evitar el pegar un chillido, «solo de pensar que debajo de aquel rayo se ponía una persona sin ropa, y que al instante salía agua».

Tan asumida tenemos la ducha en nuestra sociedad, que hasta a un chasco se le denomina «una ducha de agua fría» y nadie -salvo que provenga de alguna tribu perdida de Papúa Nueva-Guinea- grita ya de sorpresa cuando la ve en acción.

El habernos acostumbrado a tantas novedades, y más en este siglo de estrenos tecnológicos mensuales, provoca que, en ocasiones, perdamos la capacidad de sorpresa y no valoremos detalles que, cuando menos, merecen que nos detengamos en ellos.

Un ejemplo lo tenemos aquí mismo, en nuestro Plan General de Urbanismo. En tiempos de Benito Pérez Galdós, las zonas verdes se planificaban para lucirlas en las áreas nobles de las ciudades. El Parque de Málaga es el ejemplo más cercano y, unas décadas antes, puestos a realzar una zona con árboles, se decidió embellecer la Alameda con ficus.

Nuestros próceres jamás de los jamases se plantearían una inversión así junto a las fábricas del Perchel, los tejares de El Ejido o el barrio de Huelin, por mucho que Eduardo Huelin Reissig se preocupara por el bienestar de sus obreros, germen del barrio que lleva su apellido.

Por eso, no deja de ser una lección de justicia poética recorrer la zona verde plantada en Los Prados, muy cerca de las vías del tren y del polígono industrial San Luis.

Hubo un momento en nuestra ciudad en el que las zonas industriales y obreras también empezaron a contar con parques públicos como si estuvieran en el Centro. Hoy lo vemos como lo más normal del mundo, pero en su día fue un logro sin igual.

El jardín de la calle Espacio, quizás a cargo de la urbanización vecina, permite que lo comparemos con esos tiempos no tan lejanos en los que se exprimía el terreno para edificar y cuyos máximos perjudicados fueron los distritos de la Carretera de Cádiz y la Cruz del Humilladero.

Un buen día, la sensibilidad medioambiental cambió y fue como una ducha (reconfortante, no fría) para un asombrado personaje de Galdós. La 'releche' en forma de árboles, arbustos y flores. Por algo se llama Los Prados.