Los viajes en el tiempo que se planteaba H.G. Wells, en la actualidad sólo son posibles de manera realmente efectiva en dos puntos del planeta: Pompeya y Corea del Norte.

En el primer enclave resulta difícil, incluso acompañado por un teléfono de última generación con reguetón, no viajar al siglo I después de Cristo. En cuanto a Corea del Norte, la monarquía absolutista de los Kim ha transformado grandes extensiones del país en un parque temático prerrevolucionario (anterior a la Revolución Francesa).

Por contra, de las calles de Málaga hace tiempo que está desapareciendo un elemento que, cuando menos, nos habría llevado durante unos segundos a los siglos XVII o XVIII. Hubiera sido, más que un viaje en el tiempo, un asomar la cabeza y poco más, pero menos da una piedra.

Es muy probable que amigos de lo ajeno, jetas con el ademán impasible, hayan extraído estos elementos, estas 'puertas espacio-temporales' y las hayan vendido. Quizás hoy se exhiban en patios de neocortijos marbellíes o quién sabe si en mansiones de la Costa Azul o la Selva Negra, pues internet obra milagros.

Uno de estos últimos vestigios podíamos verlo hacía algunos años en los muros del Palacio de Solesio de calle Granada. Se trataba de un panel de cerámica con un corazón acompañado de unas borlas y unas letras, en principio enigmáticas.

Sin embargo, bastaba un poco de paciencia e imaginación para descifrar la 'epigrafía', pues se trataba de la abreviatura de 'Convento de San Agustín', y el corazón y las borlas, el escudo de la orden de los agustinos.

No es el firmante ningún Champollion, el dato del corazón y las borlas lo aporta el profesor de Historia del Arte de la UMA Francisco Rodríguez Marín, autor de un libro imprescindible para los amantes de la Historia de Málaga como es 'Málaga conventual', la evolución de los conventos malagueños.

El profesor Rodríguez Marín explica a esta sección que esas placas señalaban las casas propiedad de los diferentes conventos de la ciudad, así que se trataba de un censo, de ahí que incluyeran un número (en el caso de la placa de calle Granada, parece adivinarse el 74 o 71), el mismo que aparecía en el libro de propiedades del convento.

«He llegado a conocer cinco: tres en Pozos Dulces (del convento del Císter); otra en Tomás de Cózar (también del Císter) y esta», explica.

Alguien «hace muchos años», arrancó la del Palacio de Solesio y es posible que acabara en el mercado ilegal de antigüedades, aventura el profesor, que conserva fotos de algunas de estas placas perdidas.

Para contemplar las supervivientes hay que pasarse por el Museo de Artes y Costumbres Populares, donde algunas de ellas se preservan, a Dios gracias. Son evidencias del poder económico que tuvieron algunos conventos de nuestra ciudad.