Nació el 1 de Diciembre de 1916 en Calle Serrano 40 en Madrid, el día 1 de este año 2019 habría cumplido 103 años.

Siempre que pienso en escribir un obituario, me preocupan tres cosas, no aburrir al que no conoce a la persona que describo, no decir mentiras y destacar su grandeza.

María Luisa falleció el pasado 16 de noviembre en Málaga, a la una menos cuarto de la noche.

Su cuerpo más pequeño de lo normal, encogido por los años, se hacía grande y llenaba de amor a cuantos se acercaban.

Su mayor felicidad la encontraba en hacer felices a los demás. Era la antítesis del egoísmo.

A pesar de la degeneración macular que le impedía ver, a pesar de su sordera, nunca se quejaba.

María Luisa era oficialmente «mi suegra», mas hay tantos chistes y comentarios peyorativos contra las suegras que nunca me encajaron esas descripciones y humoradas.

Pienso en una madre, la madre lo perdona todo, lo da todo, te quiere por encima de todo, conmigo María Luisa fue así, por eso pienso siempre que yo tuve dos madres.

Me habría encantado que el que lea estas palabras la hubiera conocido. Ella vivió la Guerra Civil en Madrid y su padre murió como consecuencia del hambre que pasó durante la contienda. Contaba alegrías y penas con naturalidad.

Conoció al que sería su marido cuando tenía 12 años, Enrique Rosado, enviudó en 1979, hace 40 años, aunque no pasara ni un solo día que no hablara o rezara por él y con él.

Todos los domingos se reunían en torno a ella sus cinco hijos y los agregados, abuela de trece nietos y seis bisnietos, esas tertulias eran su mayor felicidad.

Lilys, como todos la conocían, trataba a cada uno según su forma de ser. Lilys, poseía una memoria prodigiosa, estaba al tanto de la actualidad, y de la historia que ella vivió.

Su inteligencia racional y emotiva era enorme y se adaptaba a los cambios de la sociedad que le rodeaba.

Perdió mucha movilidad y su hija mayor María Luisa Rosado, misionera, fue la que últimamente más tiempo vivió con ella y gracias a ella recibía todos los días la eucaristía.

La madre, abuela y bisabuela, multiplicaba con creces el amor que recibía. Sus sobrinos y nietos jamás dejaban de visitarla cuando venían a Málaga o la llamaban por teléfono continuamente, su timbre de voz era entrañable, se dirigía a ellos con «mi vida, mi cielo». Escuchar a Lilys era beber de un pozo sin fondo de auténtico cariño y dulzura. Era un regalazo.

En sus conversaciones siempre salía a relucir Madrid y su juventud, de hecho, su familia estaba dividida entre Málaga, Cádiz y Madrid. Pero sobre todo Madrid la llevaba dentro, un servidor ama a Madrid porque ella me hizo conocerla con sus recuerdos y su visión.

Murió de repente, no hablaba por no molestar y hasta en su muerte fue discreta, tuvo un infarto y a las pocas horas se reunió con el Señor. Era la única hermana que vivía de seis hermanos. Todos sus sobrinos de Málaga, Cádiz y Madrid estuvieron en las exequias, amigos y parientes coincidían en la descripción de Lilys, era un Ángel. Coincido, nunca fue mi suegra, yo tuve dos madres. Descanse en Paz