Tres muertos a tiros y un herido grave en menos de un mes en la Costa del Sol ya no son suficientes para abrir un telediario, aunque sí es una señal lo bastante nítida como para recordarnos lo que se cocina en el litoral malagueño desde hace muchos años. Bien lo sabe la élite de la lucha contra el crimen organizado de la Policía Nacional y la Guardia Civil, cuyos investigadores tienen que seguir cada año el rastro de sangre que los numerosos ajustes de cuentas ligados al narcotráfico dejan fundamentalmente en la costa occidental.

Peter A. W., un británico de 39 años y natural de Manchester, es, que se sepa, la última víctima que se ha sumado a la larga lista de ejecuciones, muchas sin autor conocido, que acumula la Costa del Sol en las últimas dos décadas. Peter, al que la Policía Nacional había vinculado previamente con algunas investigaciones relacionadas con el tráfico de drogas, fue acribillado pasadas las 15.00 horas del 21 de noviembre en su Audi cuando llegaba a su casa localizada en la urbanización Riviera del Sol de Mijas, un enclave que es una mina inagotable de la crónica negra de la provincia. Seis días antes, un varón de origen árabe murió de un disparo en la avenida Andasol, en la urbanización Alvarito Playa de Marbella, en un incidente en el que otra persona resultó gravemente herida. Y hace ahora un mes, el cuerpo de un hombre de nacionalidad búlgara fue hallado en la cuneta de la A-7176 que une los municipios de Marbella e Istán con cuatro disparos en un caso, como los dos anteriores, en el que no constan detenidos.

El origen extranjero de las fallecidos es un síntoma de lo que ocurre en el litoral. Las organizaciones autóctonas no son las únicas que operan al calor del hachís de viene de Marruecos, la cocaína que entra por el puerto de Algeciras o las plantaciones de marihuana que se extienden por casi toda Andalucía, región que es conocida más allá de los Pirineos como El pequeño Marruecos. La competencia por abastecer a Europa es cada vez mayor entre bandas procedentes del todo el viejo contente, aunque desde hace unos años esto está cambiando y los grupos son más heterogéneos al estar integrados por narcos de diferentes nacionalidades. A todo esto, hay que sumar la gran presión que las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado están ejerciendo en la zona en los últimos años. «Es más de lo mismo. Estos crímenes son consecuencia de negocios sucios que salen mal, aunque esta vez han coincidido varios incidentes en un breve espacio de tiempo», asegura un investigador de la Policía Nacional vinculado a la lucha contra el crimen organizado antes de sentenciar: «Poco pasa para lo que hay en la costa».

Un agente del instituto armado se refiere a la omnipresencia en la costa de organizaciones de narcotraficantes que mueven enormes cantidades de dinero. Cuando un grupo de narcos cae en una operación policial, otro ocupa su lugar rápidamente. Y entre tanto, unos y otros deciden arreglar puntualmente sus desencuentros de la forma más escandalosa y radical posible para mostrar su poder. Una traición, una gran deuda, la rivalidad territorial o un vuelco (narco roba a narc0) son motivos suficientes para enviar un mensaje de muerte a través de un sicario, aunque en muchos casos haya medidas intermedias como una paliza, un secuestro o la colocación de potentes explosivos, como hacía la organización de sicarios de origen sueco que Policía Nacional y Guardia Civil desmantelaron el año pasado tras una serie de crímenes que crearon una alarma social que traspasó nuestras fronteras.