Quien niegue el auge que está tomando nuestra ciudad en los últimos 20 años, pese a sus fallos, quizás necesite una graduación de la vista.

Málaga ha pasado de eterna segundona, de ciudad en la que muchos no aconsejaban entrar para no sufrir el robo de la cartera, a competir turísticamente con Marbella, Sevilla, Córdoba o Granada, algo que hace dos décadas sonaba a Ciencia Ficción o a empine del codo del emisor de la noticia.

Tan en la cresta de la ola estamos, que estos días se acondiciona la planta baja del Hospital Noble para que acoja las oficinas y talleres de la Agencia UNITAR-CIFAL, unas siglas que pese a estar escritas en nuestro alfabeto, quizás suenen a chino al respetable, pero hacen referencia a la agencia de la ONU que desde hace poco tiempo tiene sede en Málaga.

El acondicionamiento, por un importe de 195.365 euros y unos céntimos de rigor, es solo interior, lo que provoca en el firmante, si no la caída del cabello -por ausencia de materia prima- sí el rechinar de dientes, pues la Agencia de la ONU se va a instalar en uno de los edificios más cutres y de aspecto más pordiosero de nuestro parque inmobiliario municipal.

Como suele ser habitual en estos casos, basta una mera inspección ocular del inmueble, el viejo y hermoso Hospital Noble, con protección arquitectónica de primer grado en nuestro PGOU, para concluir que hace años que recibe un trato que la Gerencia de Urbanismo no admitiría en ningún edificio privado de idénticas características.

Pero como es del Ayuntamiento, cuela, por eso el antiguo hospital, concluido en 1870, exhibe en su fachada una espantosa colección de aires acondicionados del año de la polka que, cuando menos, nuestro Consistorio debería haberse tomado el trabajo de disimular.

Pero si esto es ya para tirarse de los pelos -el que pueda- lo peor aguarda en la parte trasera. Se trata de una poco grácil ampliación de 1970, vecina de la plaza de toros de La Malagueta, en la que continúa el desvarío estético y el descontrol.

Y así, mientras esta semana un camión vaciaba por la ventana, gracias a una cinta mecánica de escombros, un despacho municipal, en el exterior, en la calle Manuel Martín Estévez, proseguía la caótica exhibición de cables.

El cablerío es descomunal y adopta la forma, unas veces de guirnaldas y otras de aparatosas bolas de hilos negros. Parece no haber ninguna en su sitio y hasta de las alturas cuelga lo que, en apariencia, podría ser una enredadera reseca.

Hay cables que cuelgan con la intención de llegar a algún lado y otros que permanecen cortados, nadie sabe desde cuándo. Por eso, si no queda dinero para disimular el cablerío, mejor aconsejen a los representantes de la ONU no hollar el lado oscuro del Hospital Noble.