erguei Fedotov prefirió cruzar la frontera de La Junquera, en Gerona, en un automóvil alquilado, mientras que los otros dos miembros de su equipo ya habían aterrizado en El Prat procedentes de París. Esperaba llegar en unas dos horas a Barcelona, solo eran 158 kilómetros, aunque no le esperaban hasta la noche, pero a él le gustaba reconocer el terreno sin prisas.

El general del GRU, la inteligencia militar rusa, Denis Sergueiev, que ese es su verdadero nombre, había estado en la ciudad de Gaudí varias veces, pero fue en la última cuando se llegó al acuerdo con el hombre de confianza del presidente, que facilitó los contactos del grupo de los CDR. La conversación había tenido lugar en inglés en un piso de Consell de Cent, muy próximo a otro, en Sant Nicolau, que visitaría hoy a la caída de la tarde.

La conducción por la AP-7 era muy fluida y había dejado ya atrás un control de los Mossos. En la radio del coche había sintonizado un informativo de Catalunya Radio, aunque no entendía prácticamente nada de catalán, pero suponía muchas cosas por las continuas citas al gobierno español y la Guardia Civil. Hacía unos años, poco antes de que ascendiera a coronel tras su éxito profesional en la neutralización de dos terroristas en Chechenia, y del que, por supuesto, no informaron los medios rusos, también había estado en España, en concreto en Marbella, donde tuvo una cita con un español que trabajaba en la base aeronaval de Rota. Pero eso ya había quedado atrás. Desde la muerte de Basáyev, cuando Dokú Umárov tomó el liderazgo de las fuerzas rebeldes en el Cáucaso Norte, se retiró de ese escenario y ahora viajaba más por Europa.

Había llegado y se encaminó a dejar las llaves del coche en unas oficinas del rent a car en Paseo de Gracia. En la ciudad, prefería desplazarse en taxi y subió a uno que le llevó a su hotel, el Catalonia Magdalenes, donde almorzó antes de darse una vuelta por la ciudad.

Un poco más de cinco horas después, y tras unas cuantas precauciones de seguridad, cruzó la calle, pulsó el portero automático y entró rápidamente, dirigiéndose a la segunda planta, donde ya le esperaban dos hombres con la puerta abierta, uno de ellos un oficial de su equipo.

Después de los saludos de rigor, muy poco expresivos por su parte, y de recibir la confirmación gestual de que no estaban siendo grabados, dijo en su imperfecto inglés que el próximo lunes tendrían el sistema de encriptación para los móviles del grupo, y un programa para los ordenadores que impediría la interceptación de las comunicaciones. En una entrega distinta, que no iba a precisar ahora, encontrarían en el maletero de un vehículo un regalo que no especificó. Por lo demás, podrían seguir contando con acciones de cobertura informativa continuadas. ¿Y el dinero?, se atrevió a preguntar el que parecía líder de los catalanes. El dinero vendría después, y además bastante, aclaró. Serguei hizo una señal con su poderoso mentón y sus dos hombres se levantaron y abandonaron la vivienda para despejar la salida de su jefe. Éste, cuando terminó de hablar, apenas aguardó que su interlocutor dijera algo, se dirigió hacia la puerta sin ni siquiera estrechar la mano de quien solo se había limitado a escuchar, eso sí, éste recibió como despedida unas palabras en ruso, "do svidaniya". Serguei no esperó el ascensor y bajó con seguridad por las escaleras sin ni siquiera mirar atrás. El catalán, se sorprendió cuando desde la tercera planta bajó uno de los dos hombres que habían salido poco antes de la casa y que le guardaba las espaldas a su superior. Entonces, Bernat volvió al interior y, pensativo, se dirigió a su móvil y tras marcar un número musitó: Tot bé.

En estos primeros días de noviembre, la humedad en Barcelona no era muy alta pero una ligera brisa del Este se hacía sentir en el rostro de Sergei, que esa noche ya no dormiría en Barcelona y que tomaba un avión con destino a una capital del norte de África. Francisco de Quevedo escribía poco antes de mediados del XVII:

Sólo ya el no querer es lo que quiero;prendas de la alma son las prendas mías;cobre el puesto la muerte, y el dinero.A las promesas miro como a espías;morir al paso de la edad espero:pues me trujeron, llévenme los días.