Era una Málaga de evidente aperturismo en cuyos cines convivían, ese martes 3 de abril de 1979, el 'Jesús de Nazaret' de Zefirelli con 'El imperio de los sentidos'. Además, en esos días se firmaba un convenio para remodelar los castigados barrios de El Perchel y la Trinidad. Era una ciudad con graves carencias: casi un tercio de la población no tenía agua potable y alrededor de la mitad, ni aceras ni alumbrado público, recordaba, 30 años después, el propio Pedro Aparicio. En la Costa, la gran novedad era Puerto Príncipe, el nuevo puerto deportivo de Benalmádena, que años después cambiaría su nombre por Puerto Marina.

El 3 de abril fueron las elecciones municipales, las primeras de la estrenada Democracia, las primeras tras la aprobación de la Constitución. Sin embargo los malagueños, como el resto de los españoles, acababan de celebrar en marzo elecciones generales en las que venció la UCD de Suárez y se notó cierta desgana. Esto hizo que en las municipales subiera la abstención y superara el 50 por ciento en Málaga.

Fueron unas elecciones en las que Andrés García Maldonado, candidato de UCD, prometió salvar el patrimonio artístico de la ciudad y mejorar el transporte público; Rafael García Cervantes, del PSA, renovar el vetusto PGOU; Leopoldo del Prado, del PCE, más competencias municipales y zonas verdes. Por su parte el independiente José Atencia proponía crear una Gerencia de Urbanismo, viviendas sociales y una gran área metropolitana. Por último Pedro Aparicio, el candidato del PSOE, además de promesas de una ciudad con más equipamientos e infraestructuras debió 'defenderse' de su origen madrileño y recordar que era malagueño «quien trabaja en Málaga y lucha por Málaga». En todo caso, cuando acudió a votar a las 10.30 de la mañana vaticinó: «Vamos a ganar».

El centro de datos del Gobierno Civil, en el Palacio de la Aduana, contaba con un novedoso sistema de ordenadores porque Málaga había sido una de las provincias elegidas para que funcionaran, conectados al Ministerio del Interior. Junto con 22 personas al teléfono para recibir el recuento de votos de los colegios, al final se confirmó la victoria del socialista Aparicio con 51.226 votos, seguido de Andrés García Maldonado (UCD) con 31.593 y en tercer lugar Leopoldo del Prado (PCE) a muy poca distancia, con 30.931. En cuarto lugar quedó Rafael García Cervantes (PSA), quien obtuvo 21.917 votos.

Con estos resultados, la primera corporación democrática la conformaron 11 concejales del PSOE, 7 de UCD, 7 del PCE y 4 del PSA.

Pero como recordó el candidato independiente José Atencia cuando acudió a votar, «yo voto con ánimo de concejal, no de alcalde. Ya lo he dicho muchas veces, estas son elecciones de concejal, no de alcalde». Y hacía bien en remacharlo porque los malagueños no elegían regidores democráticos desde las municipales de 1931. De hecho, la elección del alcalde no se celebró hasta el jueves 19 de abril, cuando se constituyeron los ayuntamientos de toda España.

Pocas veces, salvo con la celebración de algún éxito deportivo, se vio tanto entusiasmo en el edificio consistorial y los alrededores. El público no cabía en el salón de plenos, así que se desperdigó por los pasillos y aguardó fuera el resultado de la votación.

Hubo, eso sí, hasta una llamada para anunciar que se había colocado una bomba en el salón de sesiones, pero la Policía Nacional comprobó que había sido una falsa alarma.

El concejal de más edad, el socialista Antonio Esteban Gutiérrez; el más joven, el comunista Andrés Lozano Pino, de 21 años, y el secretario municipal Ángel Remón constituyeron la mesa y, una vez constituido el Ayuntamiento, los 29 concejales eligieron al alcalde. Se impuso Pedro Aparicio con los votos de su partido y casi toda la oposición: salvo los 7 concejales de UCD, que votaron a Andrés García Maldonado. Pedro Aparicio votó en blanco. Una vez que se comprometió a servir en el ejercicio de su cargo, le entregaron los atributos de alcalde de Málaga -medalla, banda e insignia- en medio de un aplauso atronador.

Signo de otros tiempos, a continuación todas las intervenciones de los portavoces de los partidos fueron acogidas con grandes aplausos del público. Rompió el hielo el andalucista Rafael García Cervantes, que mostró su esperanza en que estas elecciones fueran la «única vía de superación del subdesarrollo y marginación de nuestro viejo, noble y olvidado pueblo andaluz». García Cervantes anunció que daría su voto a la candidatura de Pedro Aparicio pero como algo «coyuntural».

También lo apoyaría de forma coyuntural el comunista Leopoldo del Prado, que anunció que el PCE venía a defender «a esas capas populares que han estado desde hace mucho tiempo fuera del Ayuntamiento».

Por su parte el candidato de UCD, Andrés García Maldonado, en otro gesto de tiempos pasados, anunció que su partido ejercitaría «una constante colaboración en todas y cada una de las tareas» y por otro lado subrayó que el partido centrista haría «una oposición leal, sincera y limpia».

El turno de portavoces lo cerró el recientemente fallecido Francisco Oliva, quien en nombre del PSOE calificó la jornada como de un día «histórico», aunque admitió que los retos eran muy difíciles y podía haber desengaños. En todo caso, señaló que los socialistas cumplirían su programa, «pero esto no será posible sin la participación del pueblo», advirtió. El nuevo concejal concluyó deseando suerte al alcalde para, entre todos, conseguir «la Málaga que todos queremos».

En su primer discurso como alcalde de la capital, Pedro Aparicio se puso del lado de los que, a lo largo de la Historia de España, «han tratado de abrir ventanas de luz, de cultura y de justicia» y recordó que ese día, a través de los partidos políticos, en el Ayuntamiento entraban «todos y cada uno de los malagueños, para participar en la organización de su barrio y de su ciudad».

Aparicio ofreció garantías de moralidad y prometió que la ciudad iba a dejar de ser «objeto de especulación». Por otro lado, reconoció que «junto a la exuberancia urbana de nuestros árboles existe la sordidez de callejas miserables, sin suelo, sin agua y sin luz», además de delincuencia y paro. El nuevo alcalde prometió luchar contra las injusticias de esa Málaga de hace cuatro décadas y confió en que en los malagueños despertaría «una conciencia ciudadana de ayuda mutua, que volverá a situar a Málaga en la primera fila de la justicia y la cultura».

Al día siguiente, en su primer día de trabajo como alcalde de la ciudad, Pedro Aparicio llegó al Consistorio sin coche oficial a las 9 de la mañana y mandó retirar, tras el ruego del PCE en la sesión constituyente, una placa franquista de la fachada del edificio. Comenzaba a trabajar en Málaga la primera corporación democrática después de casi medio siglo de vacío.