Hay un antes y un después en el tratamiento del Acueducto de San Telmo por parte del Ayuntamiento cuando rehabilita el puente de los Once Ojos. Es realmente meritorio el partido que sacó a este olvidado monumento gracias a su restauración.

Lo interesante sería que esa tónica continuara y al menos los puentes del tramo urbano de Málaga lucieran recuperados como este de Ciudad Jardín.

El problema, seguramente lo conocen: el Acueducto de San Telmo, al ser de todos, no es de ninguno, pues de su custodia se encarga la Fundación Caudal y Acueducto de San Telmo, en la que no falta ninguna administración o entidad que llevarse a la boca, desde la Diputación al Obispado, desde la Junta y el Ayuntamiento a la Comandancia de Marina y la comunidad de regantes. Si acaso, se echan en falta la Confederación Hidrográfica del Tajo y el Ejército de Tierra.

Descontando estas sugerencias, con tantos actores lo que suele salir adelante desde el punto de vista de la eficacia administrativa es una comedia coral y a veces, una tragedia, porque si dependiera de una única administración, ya se habría buscado las habichuelas presupuestarias para anunciar su rehabilitación, algo que en la jerga política se conoce como «la puesta en valor», con perdón.

Laberintos administrativos aparte, el Puente de los Once Ojos es hoy una zona ajardinada que ha dejado atrás un pasado literalmente fangoso, porque esto era con lo que se topaban, los días de lluvia, los alumnos que trataban de badear el barrizal para entrar en el Instituto Martín de Aldehuela.

Después de ajardinar la parte frontal hace unos años, el Consistorio ha hecho lo propio en la parte trasera, la del instituto, y con un ajardinamiento sobrio, ha puesto muchas pinceladas de belleza en el tugurio que, hace unos años, era el último tramo a cielo abierto del arroyo de Quintana, del que mañana hablaremos.

Lo que ningún avance civilizador puede evitar, ni aunque aquí se plantaran los jardines de Versalles, es el afán tribal, de macho o hembra alfa, de dejar alguna huella 'ostentórea' y llena de color de individuos que, en muchas ocasiones, resultan muy grises.

Eso explica las pintadas como las que ciertas Meli e Indara han dejado en el puente, un Bien de Interés Cultural del siglo XVIII.

Ya puestos, nuestro Ayuntamiento puede darle un repasito al monumento y al tiempo que retira las pintadas, echar un vistazo al cauce que, pese a que su acceso se encuentra vallado, una serie de homínidos anónimos ha tenido la agilidad suficiente como para trepar hasta él con el fin nada loable de depositar toda la basura posible. En su mayoría, latas relacionadas con el bebercio.

Si se subsanaran estas pegas, el acueducto -al menos por esos lares- luciría impecable. A ver cuándo le toca al resto.