Bueno, pues eso, que se ha muerto Caneda y es una putada. Demasiado joven, demasiado alto, demasiado en forma, demasiado pendiente, demasiado vivo, en suma, para estar ya muerto.

Todos sabíamos de su cáncer de pulmón, de su tratamiento y sus obvias y aparatosas secuelas físicas, pero su galanura y su determinación de carácter imponían su personalidad sobre el aspecto con el que se acercó al final casi como si no lo fuera. Una personalidad que esculpió en el baloncesto malagueño, para el que fue tan importante, desde que le llamó Alfonso Queipo de la malagueña Melilla para ser jugador en El Palo y terminar siendo cajista y luego como entrenador, directivo e impulsor del Mayoral Maristas. En medio de todo eso la carrera de Económicas, y sus estudios en Ciencias Políticas y la política. De la cancha al Congreso y al Senado y a la empresa y al ayuntamiento y a Cultura y a la empresa otra vez. Los bares junto a su hijo, también Damián, el último Don Cangrejo, en la costa, y en Málaga La malagueña, La taberna del Obispo, la Boheme y cómo no, El Balneario en el que se bronqueó con la Administración y con los titulares. Cuando Caneda veía clara una canasta de tres puntos difícilmente entendía que tenía que esperar, acercarse más, correr el riesgo de perder el tiempo y luego la zona y ni siquiera conseguir una canasta de dos.

No fui íntimo de Damián Caneda, pero hay algo que ocurre entre determinados seres humanos que se encuentran, conectan, incluso en la diferencia, se transitan de cuando en cuando y no se sueltan. Me atrevo a decir que nos pasó a los dos. A mí desde luego con él.

No voy a contar sin su permiso algunas de las cosas que me contó. Sólo voy a decir que nunca calló ante ninguna pregunta, ni me miró mal cuando se la hice en los medios de comunicación donde me encontré con él cuando era político del PP. También voy a recordar una conversación cuando terminó su periplo en el Ayuntamiento malagueño. Yo volvía en coche de un trabajo en Madrid. Paradójicamente, cuando yo pensaba decirle que la vida empezaba de nuevo y todo eso, la sustanciosa charla empezó y terminó con desenfado y fue él quien no dejó de darme ánimos, sin aspavientos ni emotividad exagerada marca de la casa, y de decirme que teníamos que comer y hablar con más calma de eso y de más cosas que me quería contar y que ya tenía en la cabeza€

Luego hablamos en alguna ocasión, sobre todo del lío administrativo de su concesión del restaurante de los Baños del Carmen. Y no dejó de invitarme a sus bares a los que siempre le decía que iba a ir y no fui, joder. De su enfermedad, sin embargo, me enteré por terceros, y cuando lo hablamos ya era como si a partir de ese momento no fuera de eso de lo que tuviéramos que hablar, para entendernos.

Confieso que retrasé, dándome excusas a mí mismo por mi lío habitual de vida y supervivencia laboral, un encuentro cuando ya su estado era de quinta falta personal. Y bien que lo siento ahora, cuando su metro noventa de estatura sí que toca el cielo de verdad... Descanse en paz.