­Ni siquiera una columna que sujetaba un porche lateral, y que podía haberse desmoronado encima del amigo de lo ajeno, frenó las ganas de hacerse con ella.

El cortijo de Sánchez Blanca, que da nombre a un barrio de Málaga y que estos días está siendo desvalijado a marchas forzadas, es contemporáneo de Isabel II y del general O'Donnell. Así constaba en una placa de mármol, hoy desaparecida, en la que podía leerse el nombre original y la fecha: 'Hacienda de los Dolores. 1858'.

Aunque como explica Carlos Sánchez, del grupo de Facebook Lagares y Cortijos de la provincia de Málaga, y miembro de la Asociación en Defensa de las Chimeneas y el Patrimonio Industrial de Málaga, en 1869 ya toma el nombre de Sánchez Blanca, así que el nombre original duró pocos años.

Al ritmo que va, menos durará, pues como calcula Carlos Sánchez, «en cerca de mes y medio» ha pasado de estar en una situación aceptable, aunque abandonado, a verse a las puertas de la ruina, en una carrera a contrarreloj por 'despiezarlo' y llevarse elementos de valor del edificio, ya sea de su estructura, adornos o mobiliario del interior.

Situado en una loma suave, el cortijo de Sánchez Blanca está rodeado por los polígonos de la Carretera de Cártama, San Luis, El Viso y por las barriadas de Intelhorce y, por supuesto, de Sánchez Blanca.

Pese a su historia y belleza, el PGOU no cuenta con él y como detalla Carlos Sánchez, la zona aproximada donde hoy se encuentra coincidirá con unas futuras pistas deportivas. En el entorno están previstas además unas 3.400 viviendas.

Carlos Sánchez ve como una de las señas del Urbanismo de Málaga el que se pierda la mayoría de estos cortijos para zonas verdes o equipamientos, como es el caso de Sánchez Blanca. En su opinión, «si el edificio no está muy mal, se puede hacer un esfuerzo para dedicarlo a hogar del jubilado, a biblioteca... Lo que pasa siempre es que se hace un edificio nuevo, para albergar lo mismo que podía albergar el viejo, que de preservarse se conservaba el patrimonio que tenemos», argumenta.

El experto en Patrimonio señala que lleva ocho años recopilando documentación sobre más de 2.000 cortijos y antiguas fincas de la provincia de Málaga. A su juicio, el del cortijo Sánchez Blanca es uno de estos casos en los que se podía preservar para futuro equipamiento del gran barrio que se proyecta construir.

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El «despiece» del cortijo Sánchez Blanca

«Pero creo que han dejado que lo expolien para tener la excusa de que hay que tirarlo», señala, al tiempo que llama la atención sobre una fuente hecha pedazos a la entrada del cortijo, que recibe al visitante con un inquietante mar de basura y sobre todo, de ruedas usadas, en la parte donde antes había un estanque.

Troncos de palmeras derribadas por el picudo rojo completan esta escena de bienvenida. «Esta basura acumulada no sé de dónde la han traído», admite el experto a este periódico.

En el porche del viejo edificio, una ventana, el marco y la reja han desaparecido, arrancadas de cuajo y el mismo camino siguen los azulejos sevillanos de Mensaque, pintados a mano. En realidad, de esta hacienda de dos plantas faltan sus principales elementos. Y ya no queda ni rastro de un precioso macetón de cerámica, ni de la verja de la terraza, ni de los modernos cables, ni mucho menos de los canalones de barro que recorrían las alturas.

Todo está siendo arrancando, descuajaringado, despiezado en cuestión de días. El propio Carlos cuenta que hace unas semanas, «fui una tarde a hacer unas fotos y me encontré a una pila de gente llevándose cosas a plena luz del día: muebles, rejas, ventanas, hasta la Virgen que había en la capilla».

Carlos Sánchez señala, en el interior de la casa, la hornacina vacía de la capilla, con las paredes de celeste. «Y ya mismo se llevan las vidrieras», resalta. A su lado, un ventanuco destartalado recuerda el uso que tuvo de confesionario. Tenía, por cierto, el cortijo una lustrosa campana, pero también ha desaparecido.

Toros y doma

El lagar de los Dolores, como aparecía en mapas antiguos de Málaga, fue un cortijo dedicado inicialmente a la explotación agrícola que pasó por sucesivos dueños y usos. Durante unos años fue hasta granja-escuela, como recuerdan unos folletos tirados en el suelo, y en 2011 abrió sus puertas al público como Hacienda La Esperanza, de la conocida familia de ganaderos y rejoneadores Sánchez Mancebo.

La Hacienda, dedicada a la cría y doma de caballos de pura raza española, ofrecía espectáculos taurinos y de doma y la posibilidad de acoger todo tipo de eventos.

De ese pasado reciente deja constancia la plaza de toros de 32 metros de diámetro, que llegó a contar con iluminación nocturna y un aforo de 400 personas.

Resulta difícil evocar baile alguno de caballos andaluces en un coso hoy ocupado, por un lado, por una gran charca verde y por otro, por más cerros de ruedas usadas. Como deduce Carlos Sánchez, algunos irresponsables están convirtiendo el cortijo en un socorrido cementerio de ruedas viejas.

Pese al destrozo, las amplias habitaciones y salones del desvalijado cortijo siguen siendo buena muestra de los usos que tuvo en los inicios. Así, sobrevive la gañanía, las dependencias donde se alojaban los gañanes, los hombres del campo. Una de ellas es el comedor de los jornaleros, con sendos bancos corridos y enfrentados que ocupan casi toda la habitación.

La zona de la gañanía contrasta con el señorío, la vivienda de los propietarios, repleta de amplios salones. «Era una casa señorial grande que en el siglo XIX tuvo que ser bastante lujosa», aventura el experto.

También cuenta con una parte superior, dividida también entre la parte de servicio, con escalera aparte y las habitaciones de los dueños, pero como destaca Carlos Sánchez, originalmente una parte de esta planta se utilizó como almacén, para matener los productos del campo alejados de la humedad.

Una de las zonas más conmovedoras es la del antiguo molino de aceite de la finca, con un imponente tejado de madera y potentes columnas cilíndricas. Carlos Sánchez camina por el suelo repleto de ropa, astillas de madera y cristales, mientras recuerda que esta sala albergó, en una de las etapas en que estaba abierta al público «un museo de carruajes y también había muchas monturas».

A su lado, en una sala con el piso de tierra, un antiguo patio cubierto, sobreviven unos espejos. «Eran los que tenían para aprender hípica y ver los movimientos de los caballos», dice.

En sólo mes y medio un cortijo de más de 160 años se ha convertido en una piltrafa. En su lugar, quién sabe si no se levantarán algún día unas pistas polideportivas o de pádel. Para Carlos Sánchez y el grupo de Cortijos y Lagares, una triste manera de desaprovechar el Patrimonio de Málaga.