En realidad, muchas calles de Málaga, sobre todo las de los barrios con veteranos árboles en sus aceras, no nacieron por combustión espontánea, ni siquiera por combustión municipal.

Durante muchos años fue tradición celebrar el Día del Árbol, de gran auge en los años 20 y 30, con la plantación de árboles por parte de colegiales, lo que quizás explique que, en ocasiones, algunos de estos árboles estén siendo sustituidos de forma paulatina por el Consistorio, por no ser los más adecuados, como ocurre con los falsos pimenteros de la calle Marcos Zapata, en El Palo, más conocida como el Carril de la Pimienta. Según varios cronistas del barrio, este parece que fue su origen, algún lejano Día del Árbol.

La plantación no municipal está hoy restringida a los huertos urbanos y a jardines propuestos por los vecinos, como los bonitos parterres de la barriada de la Sagrada Familia, en Ciudad Jardín, creados en unos antiguos derribos frente al Guadalmedina.

También existe la modalidad de los alcorques 'creativos', como el que puede verse en la calle Diego de Siloé, a unos metros de la plaza de la Paula. El alcorque ha sido acotado y sembrado por uno o varios vecinos y el resultado es un fastuoso jardín al pie del árbol y sin las inevitables cacas de perro.

Una iniciativa si no similar, sí con el mismo espíritu de embellecimiento, podría surgir en la desmejorada plaza de la Paula, que entre otras cosas está desteñida, como evidencian los desvaídos juegos infantiles pintados sobre el hormigón, restos de tres en raya y del juego del guiso, entre otros, que pronto sólo podrán localizar los arqueólogos.

El piso de hormigón o cemento, con los juegos semiborrados y que ocupa demasiados metros cuadrados de la plaza ésta rodeado por unos islotes con árboles bastante sugerentes, algunos de ellos callistemon, más conocidos como los limpiatubos, que ya dejan asomar sus inflorescencias rojas y, por supuesto, alargadas.

Cualquier iniciativa que los vecinos lleven a cabo, o ya puestos, el Ayuntamiento repintando los juegos y volviendo a llenar el espacio de color -y quién sabe si de niños despegados de las pantallas-, será tan bien recibido como el Día del Árbol hace un siglo en algunas calles.

Lo que también sería muy bien recibido sería el exilio perpetuo de toda la basura que, piano, piano, se va acumulando en un solar a cielo abierto y sin vallar, en uno de los extremos de la plaza.

Allí monta guardia desde hace demasiado tiempo un bidón roñoso, capaz de importar el tétanos al resto de continentes y comienzan a amontonarse bolsas con ropa y otras con basura.

Si el Ayuntamiento no frena la acumulación, quizás porque el solar sea privado y no se quiere meter donde no le llaman, pronto tendremos un cerro de inmundicias junto a la plaza. Ánimo.