En 2009, 45 años después de realizar su obra, el escultor leonés Marino Amaya, ya fallecido, regresó al antiguo Jardín de los Monos, hoy de la Victoria, para repoblarlo de esculturas infantiles, un tipo de obras que encandilaron a don Juan de la Rosa y que por eso llenaron las promociones y las colonias infantiles de la Caja de Ahorros de Ronda (se calcula que para la caja hizo unas 300).

La desaparición paulatina de las figuras había dejado los jardines huérfanos de casi todas y sólo sobrevivieron dos. Fue en 2008 cuando el leonés, por un encargo municipal, modeló de nuevo seis esculturas y restauró dos.

Al hilo de su trabajo y de las consecuencias posteriores habrá que mencionar al historiador Francisco Cabrera, que recordaba que durante el siglo XVIII, en unas tablillas colgadas en la iglesia de los Mártires, se exponían al público los nombres de las personas que tenía a bien excomulgar el cabildo, por las causas más dispares.

Quién sabe si no habría que renovar esta práctica barroca y actualizarla con la exhibición en un cine de verano montado en el propio Jardín de los Monos, el momento captado por los vídeos de seguridad en el que uno o varios cenutrios amigos de lo ajeno arrancan las esculturas, quién sabe si para venderlas como chatarra o para que adornen algún chalé.

Por lo menos, ahora las obras que perduran en el Jardín de la Victoria cuentan con una placa identificativa con el título, la autoría y el escudo municipal que certifica que la escultura pertenece a todos los malagueños y no al mangante de turno.

Una de ellas, por desgracia, carece de placa porque, hace unos años, un ser asistido por la fuerza física de un mulo -que no por la de la razón- logró arrancar una de las estatuas infantiles, y sólo dejó de recuerdo en los jardines los zapatos del niño o niña en cuestión.

Al mismo tiempo, empiezan a faltar elementos que dejan a las obras desprovistas de sentido. Es el caso de 'El Diábolo', en la que una niña con los brazos algo separados del tronco y cabizbaja mira, parece que deprimida, el diábolo que descansa en el suelo. Algún gamberro se llevó de recuerdo las 'cuerdas' que completaban el juego infantil.

Lo mismo ocurre con 'Niña con aro', una escultura en la que el aro ha hecho mutis por el foro y da la impresión de que la pequeña se dirige a un sitio indeterminado con bastante estrés.

Por otra parte, la duda antropológica es si estos juegos terminarán en poco tiempo convertidos en vestigios arqueológicos, ante la evidencia de que el juego infantil preferido que se impone, camino ya de la tercera década del siglo XXI, es 'Niño absorto ante una pantalla'. En ese caso, haría bien nuestro Ayuntamiento en añadir la obra al jardín, para actualizar el conjunto, a sabiendas de que, tarde o temprano, algún mamífero terminará arrancando el móvil o la tableta de bronce.

De todo hay en la viña del Señor, y no sólo en el Barroco.