Aunque realizado en seis meses, el académico de la Historia Francisco Cabrera Pablos explica que 'Málaga, la ciudad apetecida: La defensa de su mar y sus costas', tiene detrás 40 años de trabajo y como ejemplo, la lectura y toma exhaustiva de notas, «año a año y día a día», de las actas capitulares de Málaga desde 1700 a 1835, cuando muere Joaquín María Pery, el autor de la Farola. «Siempre he tomado nota de inundaciones, terremotos, obras públicas, fortificaciones... tengo miles de notas», detalla.

Por este trabajo sobre las defensas costeras de Málaga y provincia acaba de recibir el IV Premio Julián Sesmero Ruiz, que convoca el Ayuntamiento de Alhaurín de la Torre. Como aclara, «el motivo principal para presentarme es que Julián y yo compartimos muchos años en la Academia Malagueña de Ciencias y en la de Bellas Artes de San Telmo, por eso el libro, que el alcalde de Alhaurín de la Torre, Joaquín Villanova, se ha comprometido a publicar, estará dedicado a Julián Sesmero, in memoriam», subraya.

En todo caso, el libro final será un resumen de unas 300 páginas de los 1.200 folios que tiene el trabajo original: cuatro tomos, buena parte de ellos apéndices en los que ha incluido unos 300 documentos casi todo inéditos«de archivos de medio mundo», sobre las defensas costeras de Málaga desde 1700 (año en el que muere Carlos II) a 1810 (cuando se produce la invasión napoleónica).

Aunque como detalla, la obra arranca un poco antes, en 1693, un año que supone un toque de atención a las autoridades, con la llegada de una armada francesa (entonces enemiga de España) que bombardea el puerto porque el gobernador se niega a entregar unos barcos holandeses atracados.

El ataque «demuestra que aquí no había defensa», señala el experto, porque en ese momento la capital cuenta con fuertes costeros de la primera mitad del XVII en mal estado y para colmo, muchos de ellos están alejados de la costa por los aportes de arena del Guadalmedina y las corrientes del litoral. «El tiro raso de los cañones no llegaba», precisa. Y otro ejemplo: en el puerto había zonas con sólo un metro o medio metro de profundidad, lo que propició la aparición del oficio de los palanquines de la playa: «Muchachos que se ganaban el sustento con una palanca y se acercaban a los buques, con el agua hasta la cintura y descargaban los fardos», explica el investigador.

Para colmo, además de inesperadas visitas de barcos enemigos, la costa de Málaga también tenía que soportar la llegada de piratas y corsarios 'hostiles'. Lo de 'hostiles' viene al caso, detalla Francisco Cabrera, porque durante el XVIII, ya con el Borbón Felipe V en el poder y Francia como amiga de España, «el Puerto de Málaga fue base para el corso francés», que con una 'patente de corso' podía atacar barcos enemigos y partir las ganancias con las autoridades españolas. «También había corsos malagueños», apunta.

La toma de Gibraltar en 1704 por una escuadra angloholandesa, que 20 días más tarde libraría en la Bahía de Málaga una famosa batalla naval, fue otra importante advertencia.

Sin duda, el Borbón que más se preocupó por la defensa del litoral de Málaga fue Carlos III, subraya el académico de la Historia, que precisa que cuando accedió al trono el hijo de Felipe V, demuestra tener dos obsesiones: «Recuperar Gibraltar y Menorca y luego, en Hispanoamérica, con la independencia de Estados Unidos, la flota inglesa está más allí que aquí y Carlos III aprovecha para atacar Gibraltar. En ese periodo, Málaga también es vital para los abastecimientos de las tropas».

De este modo, el monarca aprovecha además para reforzar la costa malagueña con nuevas defensas.

De estos 110 años de repaso a las fortificaciones costeras, desde Estepona a Nerja, dos construcciones sobreviven en nuestros días en buen estado de revista: el castillo o fortaleza de Bezmiliana y el fuerte del Marqués en Valle Niza.

En Málaga capital, destaca Francisco Cabrera, se encontraban en ese amplio periodo los fuertes de San Isidro y San Andrés, que cubrían el litoral Oeste, mientras que en la ciudad destacaba el Castillo de San Lorenzo, realizado a finales del XVII tras el mencionado avistamiento de la escuadra francesa, al final de la actual Alameda, aunque cada vez más metido 'tierra adentro'.

En el Puerto, al final del Muelle de Poniente, cerca de donde hoy está el edificio de la Autoridad Portuaria se encontraba el Fuerte de la Reina (en honor de María Luisa de Saboya, primera mujer de Felipe V), y que luego pasó a llamarse Fuerte de Santa Isabel (en homenaje a Isabel de Farnesio, segunda mujer del monarca y madre de Carlos III).

También estaban las Atarazanas, que funcionaban de cuartel, polvorín, cárcel, almacén... protegidas por la Torre Gorda. En el Muelle de Levante, donde hoy se encuentra la Comandancia de Marina, el Fuerte de San Felipe, que se mantuvo en pie hasta los años 20 del siglo pasado. Y al final del morro, donde hoy está el Real Club Mediterráneo, el Castillo del Rey o Batería de San Nicolás, que sobrevivió hasta los años 40 del siglo XX cuando fue demolida.

De la primera mitad del XVII data el Castillo de Santa Catalina, en el mismo emplazamiento que el actual. Debajo del castillo se encontraba el fuerte de La Caleta y también en la zona el fuerte de Las Mercedes, que terminó usándose de lazareto para controlar las posibles epidemias que traían los barcos.

Cuarteles, mesones y conventos

Además del repaso a las fortificaciones, la obra aborda los diferentes avistamientos de armadas enemigas de 1700 a 1810 y el problema de los corsos y los piratas. Así, unos corsos ingleses en el XVIII desembarcaron en las playas de Almayate para arramblar con los materiales y barcazas que enviaban las piedras de la cantera vecina para las obras de la Catedral.

El trabajo también repasa los conflictos surgidos para alojar a regimientos de fuera, en una ciudad como Málaga que sólo contaba en ese tiempo con el cuartel de Atarazanas. Por este motivo, los soldados debían ser alojados en mesones que terminaban perdiendo a sus clientes, así como en conventos, lo que motivaba súplicas como la del prior de San Agustín, que se queja en un documento de que lleva tres años alojando a la tropa.

La carestía de sitio era tanta que incluso eran alojados en casas particulares. Por cierto que, en una ocasión, el cabildo excomulgó al diputado malagueño encargado del alojamiento militar porque los soldados ocuparon una casa de su propiedad.

Por último, no se olvida esta completa investigación de informes sobre las defensas costeras que, en ocasiones, evidenciaron la desgana de los propios mandos por no estar, nunca mejor dicho, al pie del cañón sino fuera de sus puestos. De todo hubo en la fascinante viña del XVIII.