Los padres y las madres españoles disfrutan desde el primero de abril de este año de unos beneficios de los que carecieron los que fueron padres o madres hasta el 31 de marzo del mismo año, y no digamos de los que fueron padres hace diez, veinte, treinta… u ochenta años.

Hasta hace muy poco tiempo, la ayudas a las familias que tenían descendencia, o no existían o eran ridículas. Para obtener alguna ayuda, aunque fuera mínima, había que tener desde cuatro hijos en adelante. Y si especifico lo de cuatro hijos es porque cuando se alcanzaba esa cantidad, el Estado le concedía el título de Familia Numerosa; si sobrepasaba el cuarteto, la magnanimidad estatal le otorgaba el mismo título, pero de segunda categoría.

Estas pomposas titulaciones no se correspondían con los beneficios que se concedían a los matrimonios. A las madres que trabajaban por cuenta ajena no recuerdo si les daban un permiso de maternidad; quizá ni se consideraba esa posibilidad.

Y a los padres, no digamos. Ser padre de familia numerosa tenía una pequeña repercusión en la nómina. A la retribución o sueldo se le agregaba lo que era conocido por puntos, y los puntos no pasaban de ser una limosna.

La única ayuda que hasta merecía aparecer en la prensa era la que se otorgaba cada año al matrimonio español con más hijos. Casi todos los años el premio, si mi memoria funciona, se otorgaba a Jesús Fragoso del Toro y a su esposa. Él era periodista de la plantilla del diario Marca. Y cuando una mujer daba luz a trillizos, el Jefe del Estado le regalaba 3.000 pesetas, mil por cada uno de los niños.

Todo esos es historia. El presente es magnánimo: cuatro meses para la madre para poder cumplir sus deberes maritales, y ¡ocho semanas! para los padres. Menudo chollo.

Ahora que los derechos sociales están en los programas de casi todos los partidos políticos y se reivindican derechos -los deberes, no-, voy a romper una lanza solidaria… sobre todo porque yo soy uno de los interesados.

Vamos a reivindicar con derecho retroactivo los beneficios que no se nos otorgaron en su día. Como fui padre cuatro veces y por cada hijo me correspondían ocho semanas de permiso paterno, la sociedad me debe treinta y dos semanas. Y no digamos los treinta y dos meses de mi mujer.

Como no podemos disfrutar de esos permisos de paternidad porque no estamos en activo, exigimos (es el verbo que usan todos los colectivos que reclaman algo) que se nos indemnice debidamente.

Si fuera diputado o senador llevaría la moción para su aprobación. Pero me temo que no saldría adelante porque su ejecución llevaría al país a la bancarrota…, aunque la bancarrota está a la vuelta de la esquina por la puesta en marcha de otros programas sociales que deslumbran a los ciudadanos.

¡Ah! ¿En qué baso mi petición? Pues muy sencillo: en la socorrida Ley de la Memoria Histórica. ¿O es que esa ley es solo para cambiar los nombres de las calles y retirar monumentos?

Una manifestación

Como las manifestaciones se llevan mucho, quién sabe si algún iluso se apropia de mi idea y convoca manifestaciones en todas las capitales de provincia de comunidades autonómicas, mientras que la concentración magna sale de la plaza de Cibeles de Madrid hasta la Puerta del Sol, con la exigencia (sigo con el verbo exigir) de que se nos concedan con efecto retroactivo lo que merecimos y no se nos concedió.

Una ayuda de este calibre permitiría incluso a algunos jubilados comprarse un chalé en una urbanización de la Costa del Sol o en Galapagar.

Lo malo de las manifestaciones es que casi siempre terminan con rotura de lunas de comercios, de cajeros automáticos de los bancos, quema de contenedores, cortes de tráfico, quema de neumáticos, lanzamiento de piedras contra la policía, pancartas con eslóganes insultantes, banderas republicanas y la presencia de los grupos antisistema, colectivo que oculta su rostro con pasamontañas y que siempre queda impune.

No, no es aconsejable una manifestación sobre todo cuando el grueso de los integrantes milita en la huestes de la Tercera Edad.

Francia

En Francia, desde hace bastantes años, los servicios sociales o como se denomine en el país este servicio, desarrollaban unos planes de protección que eran la envidia en España. La ayuda por cada hijo permitía a la familia salir adelante sin agobios. Los subsidios eran suficientes para la alimentación, asistencia a colegios, viajes de vacaciones, asistencia médica… Y hoy, incluso cuando los hijos se han independizado, los matrimonios, al margen de la jubilación que les corresponde, siguen percibiendo algo de esas ayudas.

¡Anda que los suecos!

En Suecia, el permiso de paternidad alcanza los ¡480 días!, a repartir entre los dos cónyuges, o sea, 240 días cada uno. Así se pueden tener hijos.