No pocos han sido los momentos dramáticos que ha vivido el Málaga CF a lo largo de sus más de 115 años de historia, donde descensos crueles de categoría e incluso tristes desapariciones para volver a resurgir de sus propias cenizas han marcado la trayectoria de uno de los equipos con más solera del fútbol español.

A las puertas del nuevo siglo y tras deambular por aquellos campos de albero de Segunda B y Tercera División, se atisbó un hilo de esperanza con la conquista del Campeonato de Segunda División de la temporada 1998/1999, que otorgaría por méritos propios el regreso a Primera División después de más de una década de ausencia al club de Martiricos.

Eran tiempos de transición en nuestra sociedad. El cambio de centuria, el euro como moneda única, las nuevas tecnologías capaces de dominar al ser humano en aquellos años donde las televisiones inyectaron una gran dosis económica a los clubes de fútbol que no dudaron en despilfarrar de inmediato, dando paso al inicio del declive del romanticismo que tanto ha desprendido el noble arte del balompié, para convertirlo paulatinamente en un burda mentira dejando a un lado la esencia principal de este fabuloso y noble deporte.

Pero volviendo a lo que nos concierne, que no es otra cosa que el resurgir como Ave Fénix de nuestro Málaga del alma a principios del siglo XXI, nos detenemos en el momento más álgido que viviría la «renacida» institución malaguista, cuando un miércoles 3 de diciembre de 2003 lograría escribir con letras de oro una de sus páginas más épicas y memorables de su historia.

Aquella fría tarde-noche costasoleña, una Rosaleda en plena remodelación se vestiría de gala para recibir la visita de uno de los gallitos de la competición como era el Barcelona entrenado por Frank Rijkaard. Pero aquel día la libreta de Juande Ramos se comería a la del holandés como si de una verdadera partida de ajedrez se tratase, ya que desde el minuto uno los «pequeños boquerones» se comerían al pez grande de una manera que ni los más viejos del lugar alcanzaban a recordar.

Con un contragolpe marca de la casa, el conjunto blanquiazul logaría abrir la lata azulgrana. La rapidez de Josemi, la asistencia de Duda y la eficacia de Salva lograron colocar el 1-0 a los 9 minutos. Y cinco más tarde, el segundo, con estos dos magníficos jugadores como protagonistas en una de sus noches más inspiradas vistiendo la elástica malacitana. El luso centrando y el «español de pro» aplicándole al esférico un testarazo marca de la casa ante el cual nada pudo hacer Víctor Valdés.

Los defensas del Barça por momentos parecían una chirigota carnavalesca por las facilidades que otorgaban a un rival venido a más para la ocasión, mientras que el valiente respetable que se había dado cita en el estadio desafiando a las inclemencias del tiempo disfrutaba como hacía años no se veía. El experimento de Juande fue un éxito. Edgar actuó de interior derecho, mientras que Pocho Insúa debutaba en La Rosaleda como mediapunta por detrás de Salva Ballesta. Con 2-0 finalizaba la primera mitad.

Y cuando todo el mundo esperaba una salida en tromba de los culés, nuevamente el míster malagueño daría con la tecla de cómo frenar a esa congregación de estrellas venidas a menos, precisamente por la valentía de los nuestros, resaltando especialmente al más gallardo de todos, Salva Ballesta. El «Aviador», que estaba siendo literalmente cosido a patadas por el «marrullero» de Mota sin inmutarse lo más mínimo, volvería a ver puerta en el minuto 69 tras una gran galopada personal que finalizó con una vaselina perfecta, cuan obra de arte se tratase, logrando llevar el clamor popular a las gradas.

Diego Alonso quiso sumarse a la particular fiesta del maño y anotaba el cuarto de la tarde. Seguidamente y para rematar la espectacular goleada, el gigante Canabal a falta de cinco minutos para el final colocaba la «manita» en el luminoso. Entremedias, Fernando Sanz haría el gol de la «vergüenza» para los blaugranas en propia meta.

Cinco goles como cinco soles en una noche apoteósica, maravillosa y gloriosa, donde el Málaga volvería a tocar el cielo muchos años después de la mano de un Salva Ballesta poseído aquel día por una fuerza descomunal, digna de los más grandes dioses del balón. Desde 1976 con gol de «Leonidas» Migueli, el Málaga no conseguía ganar al conjunto azulgrana, por lo que se podrán imaginar la magnitud de aquel triunfo.

Calatayud; Josemi (Gerardo, m. 70), Litos, Fernando Sanz, Valcarce; Edgar, Romero, Miguel Ángel, Duda (Canabal, m. 76); Insúa, y Diego Alonso que entró en el 73, fueron los héroes que acompañaron al «Superhéroe Ballesta» aquella mágica noche otoñal, donde el Málaga lograba espantar de un plumazo a todos los fantasmas del pasado.