Su nombre no es María pero lo usa por si esta noticia llega a su hijo a través de las personas con las que juega por internet. Al contrario que la mayoría, la Nochebuena de María, malagueña de 56 años, ha sido lo más parecido a una película de terror. «La he pasado con el pestillo echado, en mi dormitorio y con los dos perros dentro porque también los puede matar».

Al otro lado de la puerta estaba su marido, un albañil de 57 años, con alzheimer avanzado, que ahora mismo está en una fase tan violenta, que ella teme perder la vida cualquier día de estos.

«Hace un mes dormía todavía conmigo, pero empezó a cogerme la cara y lo mismo me coge un día la cara que el cuello y me estrangula, porque se está volviendo agresivo por días».

María recuerda que alguna vez ya ha recibido puñetazos y patadas por su parte «y me dice que me va a matar».

Para completar el cuadro de desolación, en otra habitación, cerrado a cal y canto, estaba su hijo de 29 años, que tiene agorafobia y lleva siete años encerrado en su dormitorio. «Estudiaba en la UMA gestión y administración de empresas, sacaba matrículas de honor y sobresalientes pero se lesionó la rodilla; le dijo el médico que guardara cama un mes y se han convertido en siete años».

Aunque su marido padece de alzheimer desde 2006 y es hijo a su vez de otro enfermo de alzheimer que murió a los 65, su mujer explica que no fue hasta diez años más tarde que se lo diagnosticaron oficialmente. Entre medias, olvidos «de lo más básico» en pleno trabajo, discusiones con los clientes y hasta un accidente en 2011. «Estuvo a punto de matarse, tiene ocho tornillos en la planta del pie».

Hasta que le diagnosticaron la enfermedad y como no podía trabajar con el pie en ese estado, la familia tuvo que recurrir a Cáritas y a la Cruz Roja para poder comer.

En la actualidad, María lleva mucho tiempo en paro y sólo ha conseguido trabajos esporádicos, pero al menos, ahora la familia puede vivir con los 1.200 euros de pensión del marido, aunque mucho dinero se vaya en medicinas.

La cuestión, aunque parezca terrible, es si María vivirá para contarlo. «Corre peligro mi vida y la de mi hijo, porque yo no sé cómo va a reaccionar él si me ve tirada en el suelo, de un viaje que me ha pegado su padre».

Hasta la fecha, su marido acude a diario a un conocido centro de día en Málaga capital, donde permanece hasta las 7 de la tarde, cuando lo devuelven a casa. En ese centro, explica, «me han dicho que coge una silla y sin venir a cuento se la estampa a un compañero o a un cuidador o le mete puñetazos».

Desde agosto, está en lista de espera para poder ingresar en una residencia de ancianos. Ella no quiere ni oir hablar de denunciarlo por violencia de género ni de una cárcel psiquiátrica, «porque es mi marido y voy a estar con él hasta que me muera», recalca.

Pero junto al problema de su marido, María se enfrenta a un callejón administrativo que parece sin salida con respecto a su hijo.

«Siempre me dicen que me van a ayudar pero luego me dicen que como es mayor de edad, tiene él que acudir a Salud Mental, ¿cómo va a ir si le da pánico salir?».

En dos ocasiones, comenta, por orden del juez una ambulancia ha acudido a llevárselo al Clínico y en una le contestaron que a su hijo no le pasaba nada. «¿Cómo no le va a pasar si lleva siete años metido en la casa y si entran hasta familiares echa la llave a su cuarto? Yo lo que quiero es que lo diagnostiquen y por lo menos, la rueda se pone a andar», reclama y confiesa que teme que algún día su hijo se suicide si la administración sigue sin responder.

Una portavoz de la Junta de Andalucía explicó a este periódico que el informe para conseguir plaza en una residencia para el marido está «en trámite», aunque no consta en la Delegación de Salud que sea un caso urgente. De cualquier forma informó de que en estos casos «con conductas de agresividad (...) no hay problemas de plazas» e indicó que de este tipo hay plazas libres ahora mismo en Estepona.

La portavoz recabó también los datos del hijo de María para dar una próxima respuesta.