Como saben, las Siete Partidas deben su nombre a las secciones en que este veterano conjunto de leyes se dividía y que el rey sabio Alfonso X se encargó de supervisar, que no de redactar como si no tuviera otra cosa que hacer.

Además de una ventana asombrosa a la vida en la Castilla de la Edad Media, las Siete Partidas nos han dejado nociones, heredadas a su vez de los romanos, que hoy continúan tan vigentes como en esos tiempos de caballos y espadas.

Ahí tenemos, por ejemplo, la ley que establece que «los ríos y los puertos y los caminos públicos pertenecen a todos los hombres comunalmente». La ley precisa que los hombres podían atar las embarcaciones a los árboles de la orilla sin problemas, poner sus mercancías para venderlas y en cuanto a los pescadores «enjugar allí sus redes».

Pero es que ya en época romana, un pretor o magistrado se encargaba de velar por el buen uso público de las orillas de los ríos.

Todo esto viene a cuento porque alguien ha debido de tomarse muy a pecho lo del uso comunal y en algún momento del siglo pasado hizo de su capa un sayo y se aposentó, con todas las de la ley, en el cauce de un arroyo.

Barbaridades urbanísticas hay en todas las épocas y nadie descubre América con este comportamiento. Lo llamativo, en este caso, es que se trata de un cauce integrado plenamente en la ciudad y desde hace mucho tiempo, perfectamente delimitado por unos muros.

El pasado mes de junio publicamos este asunto, pero como el portento continúa medio año después, qué menos que volver a sacarlo a la palestra, por si cae la breva y algún responsable de la Agencia de Medio Ambiente y Agua de Andalucía lee este ejemplo de irresponsabilidad.

El arroyo en cuestión es el de Salinas, en el Puerto de la Torre, que desemboca en el arroyo de la Culebra para terminar, a su vez, vertiendo las aguas en el arroyo de las Cañas.

El audaz portento urbanístico es una casa mata de considerables dimensiones, visible desde la calle Lope de Rueda, en dirección norte, al poco de dejar atrás el amago de parque de Andrés Jiménez y el recinto ferial.

La construcción que obstaculiza claramente el cauce está pegada al murete del arroyo que da al otro lado, el de la calle Granate, en la zona conocida como Santa Isabel.

Con las ventanas y la puerta tapada, el firmante ignora si se trató de viviendas o de un almacén. Las tambaleantes tejas dan idea de una antigüedad acrisolada. La pregunta del millón es cómo una construcción como esta, claramente abandonada y en un sitio que cualquier día causará un disgusto a las casas más próximas, sigue en pie.

En tiempos de alerta climática y aguas capaces de darnos una sorpresa ingrata, cualquier gestión que elimine este peligroso obstáculo en pleno cauce será bienvenida. Ánimo.