De la vida de los españoles van desapareciendo oficios, alimentos, costumbres y un sinfín de cosas cuya enumeración traerá bellos recuerdos a unos, olvidos a otros e indiferencia a los más jóvenes. Sin orden ni concierto he recopilado esas faltas o desapariciones:

Ya no hay nadie que pida vino tinto con sifón, porque el clásico sifón ha sido sustituido por otro componente con burbujitas. El penúltimo adicto al tinto con sifón fue el famoso barman Pedro Chicote, que se hizo millonario creando cócteles o combinados… pero que solo consumía el ya olvidado tinto con sifón, en cuyo olvido está también el coñac con soda.

El marcforland, una prenda de abrigo que carece de mangas, de origen británico, ha desaparecido de los comercios del ramo textil; ya ni los propios ingleses lo utilizan. Yo al menos no he visto a ningún turista del Reino Unido de los que vienen a Málaga por vía aérea o marítima que luzca el obsoleto y extraño abrigo que deja los brazos al aire.

Y tampoco se anuncian ni se ofertan camas turcas, un sofá ancho, sin respaldo ni brazos que formaba parte del mobiliario de las casas de gentes con posibles; ni rácanos que recarguen las estilográficas en los tinteros que estaban en los pupitres del patio de Correos antiguo porque ya no existe el edificio de Correos ni gente que use plumas estilográficas porque los bolígrafos las han desplazado; ni pobres recogiendo colillas de cigarrillos y puros para aprovechar el resto del tabaco no consumido y reutilizar e incluso vender a personas más pobres aún; ni se purga con aceite de ricino ni con agua de Carabaña a los niños empachados porque la Medicina desaconseja el uso de cualquier purgante por los peligros que acarrea; tampoco se ven por la calle ni en actos públicos en los que se exige acudir con un atuendo de acuerdo con la solemnidad a señores con camisa y cuello duro o almidonado; ni se ve a un caballero consultar la hora en un reloj de bolsillo; ni hombres ni mujeres vestirse de luto para mostrar en público su pesar por la muerte de un familiar, e incluso se prescinde de la corbata negra y el brazalete del mismo color, y, en el caso de las mujeres, de cubrir la cabeza con velo. La acendrada costumbre del luto riguroso llevó a una desconsolada viuda de cabellos rubios a teñirse de negro el pelo.

No acaban ahí costumbres o normas de obligado cumplimiento que formaban parte de la vida diaria de los españoles. Ya no es necesario dirigir una instancia solicitando una ayuda, el acceso a un centro de estudios, a una institución pública o a una asociación, club, colegio profesional… escrita en papel de barba de doble hoja; ni lavanderas que vayan a domicilio a lavar la ropa de la familia porque se inventó la lavadora eléctrica y, en lugar de lavar la ropa como se ha hecho siempre, ahora se recurre a una palabra impuesta por los anunciantes: la colada.

Ya no se ven hombres liando tabaco de picadura en papel de fumar; los librillos de papel de fumar tienen la misma utilidad pero no para liar tabaco negro sino para elaborar canutos o petardos de grifa, hachís, marihuana… En los años de mi niñez el papel de fumar se utilizaba para liar cigarrillos de malatahúva.

También han desaparecido las costureras que iban a las casas a repasar la ropa, zurcir calcetines, meter dobladillos, poner botones… y otras mujeres que ejercían otro de los oficios caseros más demandados como las planchadoras porque todos los tejidos tenían en común la necesidad del uso de la plancha, un adminículo que fue sustituido por otro eléctrico que facilitaba el trabajo pero que seguía requiriendo esfuerzo. Hoy, el oficio de planchadora, se mantiene aunque hay muchos tejidos que no requieran su uso porque las nuevas fibras tienen la virtud de no arrugarse. Ya se inventará un tejido que no haya que lavar.

Han desaparecido de las puertas de muchos establecimientos la figura de la mujer cuyo oficio era recoger las carreras de las medias; su desaparición tiene su origen en la moda femenina: el pantalón se ha impuesto sobre la falda. Aunque hay medias y se utilizan, no es como antes, cuando el uso del pantalón en la mujer era ocasional.

Ya no hay vendedores de periódicos voceando las noticias importantes por las calles, ni repartidores de prospectos de las películas que se iban a estrenar en el Goya o el Echegaray, ni pregoneros ofreciendo tierra para las macetas, ni serenos, ni vendedores de quesos que los llevaban en sacos de arpillera, ni vendedoras de trigo para las palomas en el parque, ni vendedores de estampitas de santos y santas a las puertas de las iglesias, ni lecheros con cántaros ofreciendo leche de cabra casi siempre «bautizada» (con un poco de agua para aumentar la producción), ni barberos que rasuren con las espeluznantes navajas barberas, ni peluqueros de caballeros a domicilio, ni ropavejeros, ni recogedores de cartones, ni carabinas para acompañar a las mocitas a pasear con sus novios, ni urinarios públicos, ni gorriones porque se los han comido las gaviotas, las tórtolas argelinas y las cotorras argentinas; ni echadores de tarots, ni marrasquino (el anisete preferido por las señoras), ni vendedores ambulantes de corbatas, ni gaseosa de bolillos, ni cenacheros vendiendo boquerones, jureles y sardinas, ni carritos con dulces y bizcochos… Sí quedan vendedores de lotería, algunos limpiabotas, gitanas con romero y dispuestas a leer las rayas de la mano, biznagueros…

Lo que sí hay son invitadores a comer en restaurantes del Centro de la ciudad, sucesores de los que ejercen igual oficio a la puerta de los cabarets del Barrio Rojo de Amsterdam y del puerto de Hamburgo; también hay tironeros, carteristas del género femenino llegadas de Rumanía, maltratadores de mujeres…

Desaparecieron de las calles de la ciudad los balillas (utilitario de la Fiat que era el sueño de los españoles en los años 50), los isletas (conocidos vulgarmente por su forma como los «huevos») y los biscúter, un utilitario descapotable que entre sus muchas carencias no tenía marcha atrás.

Todos esos intentos fueron barridos por los llorados 600, un producto de la empresa española SEAT. Como tenía muchos defectillos y pequeñas averías, la gente tradujo las siglas de SEAT como «Siempre Estarás Arreglando Tonterías».

Ya los padres no machacan a los niños con dificultad para la pronunciación de la erre, y les sometían a la tortura de repetir una y otra vez aquello de «El perro de san Roque no tiene rabo porque Ramón Ramírez se lo ha cortado». Hoy los mandan directamente a los logopedas para que consigan vencer la tendencia de usar la ge en lugar de la erre.

La gente pudiente, antes, tenía un chófer para conducir el auto porque no estaba bien visto que el propietario se pusiera al volante, aparte que el chófer, antes de poner en marcha el vehículo, tenía que calentar el motor. Como hoy no hay que calentar el motor porque el arranque permite poner en movimiento el vehículo sin más operación, los chóferes (calentadores-conductores) se convirtieron en conductores a secas.

La aparición de los scooters (Vespa y similares) dio lugar a una nueva definición de fractura en los usuarios que se caían del nuevo medio de transporte. Se produjeron tantas caídas con fractura de brazos, que los traumatólogos dieron nombre al síndrome: Fractura Vespa. La Vespa sigue, pero las caídas ya no son como al principio. Los usuarios se caen de otra manera.

Tampoco hay mujeres cuarentonas ni cincuentonas porque el calificativo despreciativo se ha sustituido por una expresión más generosa y real: son mujeres en la plenitud de la vida. Y las menos agraciadas por la naturaleza no son feas; son consideradas como interesantes. También han desaparecido los ancianos, los viejos y los de la tercera edad, Ahora son simplemente mayores.

Los productos alimenticios han dejado de tener fecha de caducidad; ahora se recomienda su uso en un día, mes y año, informando que se pueden consumir sin peligro. El único producto alimenticio que nunca caduca, según los expertos, es la miel de abeja, extensión que alcanza a Francisco de la Torre Prados, el sempiterno alcalde de Málaga. No tiene fecha de caducidad.

Y por último, ya nadie se manda a Chimbambas, una inexistente ciudad de la India, lugar a donde se mandaba a los pelmas. Ahora se manda a la gente a otra parte. A la…