La primera vez que se enfrentó a una cámara tenía las rodillas manchadas de grava. No era la candidata socialista, ni subdelegada, sino la niña que traía margaritas, la hija del farero. Su hermano estaba obligado a correr para grabar su imagen en la doméstica Super 8. María Gámez llegaba hasta los límites de Punta Doncella, jugaba por el cerco de la alambrada mientras su padre guiaba a los barcos. En casa la tenían en un pedestal. A ella le entregaban por unanimidad los mejores platos, el agua más fresca, la bicicleta menos oxidada. Era la pequeña de once hermanos.

Puede que entonces María no supiese lo que significa el socialismo, ni quién diablos fue Julián Besteiro, pero tenía muy cerca la palabra Málaga. Su familia era de allí, pero se pasó unos años dando bandazos, recorriendo punto por punto la extrañeza de los faros. Uno de sus hermanos recuerda la nostalgia de la familia en las islas Cíes, la necesidad de regresar a la calle Victoria, que finalmente se produjo, aunque no en unas circunstancias afortunadas. El farero enfermó de la pierna y tuvo que jubilarse.

María volvió a Málaga muy joven. Paseaba por la Plaza de la Merced y destacaba en el colegio de monjas. La familia quería hacer un esfuerzo para que estudiara, pero las estrecheces económicas estuvieron a punto de dejarle sin el bachillerato. Si María es María se debe en parte a un milagro, a un hombre empeñado desde el anonimato en ocuparse de los estudios de la mejor alumna del centro. Las monjas no lo dudaron, la eligieron a ella. Nunca supo quién fue su benefactor, pero sí lo que le debe: la posibilidad de cursar una carrera universitaria.

Carmen Zavala fue su compañera de viaje. Ambas compartieron pupitre en la escuela y apuntes en la Facultad de Derecho. Insiste en que María no se ajustaba al perfil de la estudiante modélica, o al menos no en la medida en que la condición lleva aparejada el reproche de los compañeros y su salmodia de capirotazos. «Lo pillaba todo el vuelo y sacaba las mejores notas, pero también era la primera en apuntarse a cosas para divertirse con el resto», señala.

Las salidas tuvieron mucho más que ver con el instituto que con la vida universitaria. A partir de tercero de carrera, no le quedó más remedio que compaginar los estudios con el trabajo. Por la mañana cumplía con las labores de auxiliar administrativa en la delegación de Agricultura. A la tarde la esperaban los apuntes y las grabaciones rudimentarias de las clases. Durante unos meses, el azar tiene estas cosas, fue la subalterna de un jefe de servicio al que la política le enfrentaría más tarde, Francisco de la Torre, que acababa de abandonar su cargo en la Diputación de Málaga.

Su secretario en la delegación de la Junta de Andalucía, Jaime Aguilera, asegura que María Gámez está fuera del tópico de la política contemporánea. Cuando la conoció, hace seis años, descubrió a una joven que se expresaba con los mismos términos que los técnicos, a una trabajadora, añade, más preocupada por el servicio público que por las diferencias entre las siglas.

Puede que la visión de Aguilera tenga puntos de sutura con algunos jirones de su biografía. María no ha llegado a la cúpula del partido socialista después de acumular cargos y mentores desde la infancia. Ni fue líder de las juventudes, ni militaba en las sombras. A la licenciatura le sucedió el esfuerzo de las oposiciones, que también aprobó con una de las calfiicaciones más altas. «Conoce la administración a la perfección porque ha trabajado mucho, desde los puestos más bajos», precisa Aguliera.

La vinculación de María con el socialismo traspasa los motivos de infancia. Sus padres tampoco eran de los de carné, aunque, al igual que tantos otros, mantenían posturas sumamente críticas con el régimen de Franco. Desde muy joven, apunta su hermano, la pequeña de los Gámez sentía pasión por Málaga, pero, eso sí, sin incurrir en los bizarrismos eternamente de moda. «Le molestaba la comparación con Sevilla, siempre tuvo claro que la ciudad debía ser ella misma», dice.

Los más cercanos a María recuerdan que accedió a su primer cargo, en la delegación de Innovación, por su destacado papel como funcionaria. Zavala deja entrever también el otro lado, el de una joven fascinada por el deporte y las canciones de Nina Simone, empeñada en salir adelante, en llegar al límite del faro.

Luego le llegaría fajarse en la política municipal, donde fue candidata en dos mandatos por el partido socialista, perdiendo ante un Francisco de la Torre imbatible. Eso le llevó a la oposición. A recorrerse las calles, conocer la ciudad al dedillo, entablar contacto con multitud de asociaciones y colectivos y estudiarse a fondo los problemas de Málaga. Fueron años díficiles, actuando siempre a la sombra de la mayoría absoluta del PP en el Ayuntamiento de Málaga y con la omnipresencia constante de De la Torre.

Esa experiencia le dio un bagaje político muy amplio de contacto con la ciudadanía y bajar a los problemas domésticos del malagueño. Tras la segunda derrota en las elecciones municipales, se retiró a seguir con su actividad profesional, que la tiene, desvinculándose temporalmente de la política.

La llegada de Pedro Sánchez al Gobierno la trajo de nuevo a la primera línea política, a un cargo de más rango institucional como subdelegada del Gobierno en Málaga. Ahí ha ido labrándose una gran reputación en la gestión y reforzando sus relaciones con los cuerpos de seguridad. Málaga es una provincia donde la Policía Nacional y la Guardia Civil tienen un amplio dispositivo para atender a la importante población malagueña y las exigencias de los aluviones turísticos, la presencia de mafias y la entrada de la inmigración.

Su labor ha sido discreta, cogiendo el protagonismo justo en los momentos en que era el adecuado y coordinando dos cuerpos que están multiplicando su eficacia ante los retos de seguridad que tiene abiertos. Este bagaje juega a su favor. Viene con la experiencia fresca, el reconocimiento de los cuerpos de seguridad y el prestigio de quien su compromiso político no se ha visto alimentado por una carrera interna desde la juventud, sino de su trabajo en el servicio público.