Los trastornos de la conducta alimentaria son la tercera enfermedad crónica más frecuente entre adolescentes, alertaba la Sociedad Española de Médicos Generales y de Familias, el pasado 2019. Expertos en trastornos de la conducta alimentaria aseguran, ahora, que los TCA se inician de un modo cada vez más precoz, siendo cada vez más habitual que se den casos en niños a partir de los nueve años.

Del mismo modo, los últimos estudios demuestran que aparece un caso por semana de trastorno alimentario en jóvenes entre 13 y 18 años, explica Patricia Perea.

Esta psicóloga, especializada en Trastornos de la Conducta Alimentaria y la Obesidad alerta también del aumento de casos de TCA en varones: «Siempre han sido, erróneamente, considerados una problemática de las mujeres». Esto, explica, es debido a que las mujeres son más propensas a pedir ayuda psicológica mientras que los hombres se muestran más reacios. La seña de identidad de cualquier tipo de Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA) está constituida por una alteración en la forma de ingerir los alimentos. A pesar de que la anorexia y la bulimia son los más conocidos, existen otros como el trastorno por atracón, la rumiación o la pica. «Existe una diferencia significativa entre ellos pero no son excluyentes entre sí y se puede pasar de auno a otro», alerta esta psicóloga.

La anorexia nerviosa (AN) tiene, como trasfondo, un deseo imperioso de adelgazar. La pérdida de peso se lleva a cabo mediante una restricción de la ingesta de comida y una actividad física exagerada, explica Perea.

La bulimia nerviosa, por su parte, se caracteriza por la pérdida de control sobre la conducta alimentaria, que desembocan en episodios repetidos de ingesta excesiva y compulsiva de alimentos, lo que comúnmente conocemos como atracones. Estos episodios se suceden de «conductas compensatorias para evitar el aumento de peso como el ayuno, el vómito autoinducido, el abuso de laxantes, o el excesivo ejercicio».

Las personas que sufren estos tipos de TCA suelen tener una grave alteración de la imagen corporal que perciben de ellos mismos. Además, la falta de conciencia sobre la enfermedad es un hecho generalizado en este tipo de trastornos y «un factor importante de cara al abordaje terapéutico».

Los comentarios negativos hacia el propio cuerpo; las dietas restrictivas, sin motivo justificado; la preocupación constante por el peso y la cantidad de comida o ir al baño justo después de comer son algunas de las conductas que pueden alertar de la presencia de un trastorno alimentario.

Patricia Perea habla sobre la etiopatogenia o, lo que es lo mismo, las causas por las que se desarrolla o aparece un trastorno y, asegura, que en los alimentarios son muy variadas. En el caso de la bulimia o la anorexia convergen factores hereditarios o genéticos, factores socioculturales, factores familiares, factores biográficos y factores de la propia personalidad. En este sentido, Perea resalta la posibilidad de que un TCA pueda tener un componente hereditario «pero para que se llegue a manifestar deben darse otros factores conjuntamente».

La familia, por su parte, juega un papel fundamental en la prevención de este tipo de conductas alimentarias, resalta Patricia: «Los familiares constituyen un modelo muy potente de hábitos y pautas de vida saludable».

El tratamiento de un trastorno alimentario es llevado a cabo por un equipo multidisciplinar, compuesto por un psicólogo, un médico y un nutricionista. Además, en función del caso pueden llegar a intervenir otros profesionales como endocrinos, psiquiatras, médicos de atención primaria, especialistas en digestivo o ginecólogos. El objetivo final de estas terapias es el de restablecer la alimentación saludable y normalizada, «para restaurar el peso y el estado nutricional de la persona». No obstante, este tratamiento debe desarrollarse de forma paulatina y respetando los tiempos del paciente: «Es un proceso muy largo pero la recuperación total es posible, alrededor del 70% de las personas afectadas por un trastorno alimentario lo superan», explica esta psicóloga.

El abordaje psicológico trabaja los sentimientos y las emociones e incide en aquellos comportamientos que dañan y perjudican la calidad de vida de la persona. Además, trabaja las relaciones familiares para fomentar el apoyo hacia la persona que está sufriendo un TCA.

En líneas paralelas, reinstaurar pautas y una educación sobre hábitos de alimentación saludables se antoja imprescindible para el tratamiento de este tipo de trastorno. Es aquí donde la nutrición adopta un importante papel.

«La comida se convierte en un medio a través del cual, estos pacientes, canalizan las emociones», explica Marina Muñoz, doctora en Medicina y experta en Dietética y Nutrición. Para Marina, el resultado de un trastorno alimentario es un menoscabo de la salud por malnutrición, que podría llegar a una desnutrición leve, moderada o grave. Es por ello que la nutrición es un tratamiento, complementario a la terapia psicológica, imprescindible para el desarrollo del procedimiento terapéutico.

Ambas profesionales coinciden en que cada método dependerá del paciente y sus patologías. Sin embargo, sí existen mecanismos que serán implantados de forma generalizada. En el caso de la anorexia, explica Muñoz, los esfuerzos irán destinados a la reinserción, de forma paulatina, de los alimentos y comidas que se han ido restringiendo. En el caso de las bulimias, por su parte, se tratará de equilibrar la alimentación, al tiempo que se intentará reducir «las purgas u otras conductas compensatorias». En ambos casos, los métodos empleados irán en consonancia con la evolución psicológica.

Cánones de belleza

La incidencia y prevalencia de los trastornos de la conducta alimentaria en la sociedad se ha mantenido estable en los últimos años. El culto al cuerpo, los cánones de belleza y los estereotipos difundidos por los medios de comunicación son factores que inciden directamente en las causas de un TCA. La sociedad, explica Patricia Perea, ha centrado su atención hacia el cuerpo de la mujer delgada como imagen de seguridad y éxito social o profesional: «Su público objetivo son los adolescentes. Una parte de la juventud acepta el desafío que les plantea la sociedad y se siente obligada a seguir el modelo».

Por su parte, Marina Muñoz achaca a la publicidad televisiva y el efecto de las redes sociales o internet la mayor parte de responsabilidad en la modificación de conductas alimentarias para conseguir alcanzar el «cuerpo perfecto». La 'epidemia adelgazante' se transmite de unos a otros mediante la presión, la imitación o la competencia, asegura Perea. Lo que tienen claro ambas profesionales es que, a día de hoy, es de vital importancia encontrar los mecanismos que reduzcan la aparición de estas conductas de riesgo, relacionadas con el deseo imperante de adelgazar.