En estos días de enero en los que el termómetro se desploma, pensemos en las criaturas que, en otros rincones de España soportan auténticas temperaturas bajo cero, mientras que en Málaga afrontamos los 8 y 9 grados mañaneros ataviados como auténticos ciudadanos de la península de Kamchatka, un sitio al aire libre que en enero no suele subir de los 7 grados de media (bajo cero) y encima están gobernados por Putin.

Y así, con la constatación de que el nuestro es un frío libre, democrático y de chichinabo que se cura con algún artefacto que caliente nuestros pies y una bufanda, podemos salir a las calles de Málaga con otra mirada, aunque el cielo nublado y el viento nos evoque trineos tirados por perros árticos que, la verdad, difícilmente avanzarán por la playa de la Misericordia.

Transformados al comprender que hay gente que pasa frío de verdad y no la broma mediterránea de los 8 grados antes de las 9 de la mañana, nos entrará un reconfortante calor interior al volver a repasar dos rincones de nuestra ciudad que ya no son el tugurio que eran, en un acertado ejercicio municipal de mejora y recuperación (de «puesta en valor», que dicen todos los aspirantes a vivir de su partido en España).

Hablamos de dos lugares separados por unos pocos metros en El Perchel, muy cerca del río Guadalmedina y que de forma separada aparecieron hace tiempo en esta crónica.

El primero de ellos es vecino del falso túnel frente al puente de la Trinidad (el que hay frente al Hotel Vincci), entre el Pasillo de Santo Domingo y el de Guimbarda. Allí vegetaba un enorme terraplén que nuestros bípedos más montaraces empleaban de vertedero y al que tenían vistas de primera todos los conductores que pasaban por el falso túnel.

El Ayuntamiento le puso mucho interés y lo transformó, en una actuación verdaderamente ejemplar, en un jardincito paisajístico, repleto de plantas y escoltado por un ciprés y una grevillea (un árbol de fuego).

Pese a que en la actualidad algún indigente se resguarda con cartones en el jardín y ha dejado un rastro importante de desperdicios, el jardín paisajístico resiste y es la prueba de cómo se pueden recuperar rincones degradados de nuestra ciudad.

En la misma línea, si el paseante avanza unos metros hacia el puente de la Aurora y se asoma al río, descubrirá, justo abajo, en la calle Jorge Padre Lamothe, antes de llegar a las casas hermandad del Huerto y La Estrella, un jardín de plantas crasas, empedrado, que sustituye a otro de hierba porque terminó convirtiéndose en un rincón para la bebida y el chute, en una superficie rala desprovista de plantas y repleta de basura.

La reconversión con el ‘molesto’ empedrado ha hecho que bajen de forma considerable estas prácticas y que se recupere el parterre. Felicidades.