Pedro Temboury Saint-Paul fue el primer comerciante de Málaga en mudarse a la calle Larios. Se trató de un movimiento arriesgado, porque su ferretería y almacenes La Llave marchaban muy bien en la calle San Juan, en el gran 'centro comercial' de entonces, el entorno de calle Nueva.

Además, los promotores de calle Larios temían que los carros de reparto dañaran el piso de madera de la nueva vía, pensada para uso residencial. «Pero cuando vieron la tienda de Temboury, con mercancías novedosas de París tan bonitas, no le pusieron pegas», cuenta Fernando Alonso González.

Este profesor malagueño ha rescatado esta y otras muchas historias de los establecimientos desaparecidos de Málaga en 'Comercios malagueños que dejaron huella' (27,90 euros), un trabajo editado en Ediciones del Genal, que complementa a 'Comercios históricos malagueños', publicado en 2018, también por la misma editorial.

«El libro anterior hablaba de comercios abiertos del Centro y este de los que ya cerraron», detalla. En el nuevo volumen, de más de 350 páginas, acompañado de un buen número de fotografías y documentos, repasa 24 comercios tan recordados como los Almacenes Gómez Raggio, la Guantería Pérez-Cea, Félix Sáenz, el Restaturante La Alegría, Heladería La Veneciana, Rodolfo Prados, La Cosmopolita, Los Alpes o la Tintorería Francesa.

Además, viene acompañado por más de una decena de evocaciones de la Málaga de los 50, los de la niñez del escritor Jorge Alonso Oliva, tío de Fernando Alonso. Los autores son hijo y nieto, respectivamente, del que fuera alcalde de Málaga, Pedro Luis Alonso, un comerciante cuyas raíces están en la tierra de Cameros, la misma de los Larios y los Heredia.

El libro, que cuenta con la colaboración de Unicaja Banco, fue presentado esta semana por José Manuel Domínguez, director general de la secretaría general y técnica de Unicaja Banco.

La obra no sólo se centra en el nacimiento, trayectoria y cierre de los comercios históricos sino que también contiene una amenísima colección de anécdotas, como la visita de Michael Jackson a Espejo Hermanos; la creación de la sopa Viña A/B en el Restaurante La Alegría; la primera coca cola vendida en Málaga, que tuvo lugar en Los Alpes o ese premio de la lotería que catapultó el famoso negocio de las pipas de Blas Palomo.

Y por supuesto, comenta el profesor, el alivio que sintió Lola Flores cuando por fin pudo hacerse en Málaga con un jersey amarillo, exótico para la época, que encontró en el Río de la Plata, porque como decía su eslógan, «Si no lo tiene Río de la Plata, no lo busque porque no lo hay».

Como en el volumen anterior, Fernando Alonso ha contado con la colaboración de familiares y descendientes de los dueños de estos negocios, que se han prestado a desentreñar la evolución de las tiendas. En el caso de La Llave, de la familia Temboury, cuenta que es tanta la documentación que conservan, que daría para un libro entero.

No se olvida la obra de las librerías, a las que dedica un capítulo muy trabajado, desde la primera de ellas con solera, la de Martínez de Aguilar del siglo XVIII. En él se evidencia cómo muchos negocios de Málaga surgieron de antiguos empleados de establecimientos anteriores.

Y asi, en el ramo de los libros demuestra que a lo largo de tres siglos estuvieron relacionadas esta librería del XVIII con cinco posteriores, hasta llegar a las recordadas librerías Cervantes y Denis.

Galerías Álvarez Fonseca

La empresa más antigua de las recuperadas fue, además, una de los más conocidas y boyantes, las Galerías Álvarez Fonseca. En 1782 un lisboeta hijo de cameranos, Manuel Álvarez Francisca, comenzó esta saga de comerciantes en Málaga, por lo que parece, con una tienda de licores. Su único hijo, José María Álvarez Martínez, fue quien abrió el conocido negocio textil de calle Nueva.

Como curiosidad, en su testamento le dejó a su nieto favorito, José María Álvarez Net, su reloj con cadena de oro, «como estímulo para su aplicación».

La despoblación

Y como en el libro anterior, 'Comercios malagueños que dejaron huella' quiere concienciar sobre el gravísimo problema que sufre el Centro: la despoblación.

A este respecto, Fernando Alonso, vecino del Centro, recuerda que el casco antiguo ha pasado de contar con 28.000 vecinos en el año 2000 a sólo 4.600, según datos de 2018. De cualquier forma, cuestiona la cifra, pues cree que si se ciñe a la 'almendra histórica', el dato es mucho más alarmante: «Creo que no llega a mil vecinos».

Por contra, en ese mismo periodo de 18 años, los turistas que han visitado Málaga han pasado de 500.000 a 5.420.900. Unas cifras que al autor le llevan a abogar, «por la calidad, más que por la cantidad», y pone de ejemplo el nuevo hotel del Palacio de Solecio. «Por esto es por lo que tiene que apostar Málaga y no empeñarse en la cantidad, en el número de cruceros que llegan».

La obra también quiere reivindicar que Málaga llegó a ser una gran ciudad comercial, con establecimientos de mucha raigambre y repercusión económica. Los almacenes de Félix Sáenz y las casas del comerciante en el Paseo de Reding son buena prueba, pero también el que el famoso empresario llegara a comprar «toda la producción textil de Barcelona y la distribuía por Andalucía», cuenta el investigador.

La niñez de los 50

Las pinceladas de la Málaga de los años 50 de Jorge Alonso Oliva, con capítulos independientes y de distinto color para diferenciarlo de la historia de los negocios, quieren ser un canto a una ciudad desaparecida, que se contentaba con pocos lujos. Como ejemplo, recuerda el escritor, el portalillo de calle Santa María donde reinaba el negocio de venta y alquiler de libros de aventuras y tebeos usados de Eugenio el Zapatones.

Jorge Alonso evoca los cines de verano; las coches, motos y bicis de la época o el lenguaje de los balcones, cuando en el Centro había vecinos, vida y tiendas...más allá de las franquicias.