La reciente celebración en Málaga de la gala de los Goya quizás anime a más de un malagueño a explorar tesoros ocultos de nuestro cine, aparte de las películas que se estrenen en nuestros días.

Ahí está el caso, por ejemplo, de la poco conocida película Intriga de 1942, protagonizada por el gran Manolo Morán. Basada en una novela de Wenceslao Fernández Flórez, en ella se mezclan el enigma policiaco y el humor absurdo. Luis Buñuel dijo de ella que era «la mejor película española que jamás he visto».

Si continuamos buceando en el pasado del cine patrio, descubriremos, gracias a un reciente libro de Aguilar y Cabrerizo sobre la relación entre la famosa revista 'La Codorniz' y el cine, una película curiosísima, producida en los estudios de Cifesa en el lejano año de 1935. Hablamos de 'La hija del penal', dirigida por Eduardo García Maroto, con guión del propio autor y de Miguel Mihura.

Si la traemos a colación es porque la historia se desarrolla en la supuesta 'cárcel de Pedregalejo' y se inspira en una historia real: el cierre de una prisión francesa por falta de presos.

También la cárcel de Pedregalejo parece vivir sus últimos momentos cuando fallece el último recluso, un cantante español de zarzuela.

Los trabajadores del penal temen que se quedarán sin trabajo, pero en esto que llega un preso nuevo y lo tratan a cuerpo de rey para evitar el fin del negocio. Cuando el presidiario, tentado por otra prisión que ofrece cinco platos y postre, decide mudarse de cárcel, aparece la hija del director del penal, que tratará de seducirlo, hasta el punto de que la cosa termina en boda y de propina se demuestra que el condenado es inocente.

Al final de la película, el marido compra la penitenciaría y la transforma en un balneario de lujo, al tiempo que los trabajadores cantan a coro a los futuros clientes: «Señor, señorita, señor Conejo, que sean bienvenidos a Pedregalejo», y prosiguen con la loa a las virtudes del balneario, ideales para poner cerco al reúma.

Pedregalejo, claro está, no deja de ser un diminutivo de pedregal con cierto eco humorístico a pedanía perdida, pero no hay que descartar que el director, nacido en Jaén, conociera el barrio malagueño o hubiera escuchado hablar de él.

También es casualidad, claro, que cuando se rodó la película estuviera en auge el Balneario de Nuestra Señora del Carmen de Pedregalejo. Todos estos factores hacen que no sea descartable que en el batiburrillo de ideas del guión se tomara prestado el barrio de Málaga para una de las películas más disparatadas del cine español.

Por cierto, que es muy posible que uno de sus espectadores más entusiastas fuera Luis García Berlanga, que confesó que lo que le animó a meterse a director fueron las películas de García Maroto que vio cuando era adolescente. Ahí es nada.