Los políticos responsables del desarrollo urbanístico de Málaga conocen a fondo el atractivo que presenta un terreno virgen por su innegable potencial. A falta de concreción administrativa, todo puede hacerse en esa parcela, de tal forma que muchas de ellas han ido mudando su destino conforme han ido pasando los distintos programas electorales.

El ejemplo más señero lo tenemos en el Convento de la Trinidad, que pese a ser un edificio construido en tiempos de Maricastaña, su destino final todavía sigue siendo una incógnita, y habría que añadir, para desesperación de los trinitarios, que están hasta las narices de tanta rueda de prensa fatua para anunciar leche y habas.

Pero también hemos disfrutado y padecido esa potencialidad con los antiguos terrenos de Repsol. Después de varios años con un baile de rascacielos, oficinas y metros cuadrados de zonas verdes capaz de marear a Pitágoras, se desveló finalmente la verdad: el parque previsto sólo ocupará 65.000 de los 177.000 m2 de la parcela.

Finiquitada la potencialidad de los terrenos, lo único que parece potenciarse aquí es la miopía medioambiental del actual equipo de gobierno, incapaz de pensar siquiera en lo mejor para la Málaga de mediados de este siglo, para los hijos y nietos de quienes viven en una zona tan masificada.

Nos queda, eso sí, con un abanico inmenso de posibilidades, la fábrica de ladrillos Salyt, una industria que proporcionó empleo y problemas respiratorios a muchos vecinos del entorno.

Las noticias sobre qué va hacerse en esos terrenos son casi tan dispares como las del convento de la Trinidad. De momento, cobra fuerza la de un gran centro comercial, pero los vecinos del entorno querrían equipamientos sociales y deportivos, como manifestaron hace unos días en este periódico.

Mientras se dilucida su futuro, la única potencialidad certera para el antiguo tejar de Salyt es su capacidad para acoger todo tipo de series de televisión, siempre que en ella se den cita camellos, agentes de policía camuflados, una jefa del clan cargada de anillos y un jefe de comisaría con más mala leche que un tártar0.

A esta conclusión puede llegarse sin necesidad de entrar en la fábrica. Como ha hecho esta sección en otras ocasiones, tan sólo basta con darse una vuelta por la entrada y paladear un escenario de película, aunque sea con muchos tiros, persecuciones y mugre.

No es exageración, la entrada de Salyt termina en un callejón sin salida (se conoce como el Carril de Salyt) en el que se acumulan todo tipo de desperdicios, incluidos muebles dejados por desaprensivos y mucho barro del último granizo. Cuenta además con dos túneles bastante inquietantes con más desperdicios. Falta, eso sí, el atrezzo de un par de ratas, pero las series de nuestros días pueden con eso y más.