El 6 de agosto de 1786, los malagueños congregados en la plaza de la Merced pudieron experimentar, en directo, las bondades de la Ilustración, cuando de la fuente de la plaza comenzó a manar agua.

Con este chorrito inaugural comenzaba a dar servicio el Acueducto de San Telmo, que hasta finales de agosto no haría lo mismo en la fuente de la plaza del Obispo y, ya en septiembre, en las restantes de Málaga.

De esta obra que va camino de los 250 años nos quedan vestigios que el Ayuntamiento arregla cuando puede, pues como alguna vez hemos comentado en esta sección, en la fundación que cuida de la gran obra del obispo Molina Lario ya solo falta que ingrese la banda de cornetas y tambores de alguna cofradía, tal es el cúmulo de miembros, colectivos y entidades.

Como resultado, el acueducto es de todos y no es de nadie y así le va, a trancas y barrancas subsiste en este primer tercio del siglo XXI.

De todos su puentes, el último de ellos antes de entrar en Málaga es el puente de Olletas, que sobrevive enterrado, tragado por el avance de la ciudad. Algo de él, sin embargo, unos pocos metros, corretean por la superficie junto a la calle Obispo Salvador de los Reyes, de la que hablamos ayer porque cuenta con una escalinata no apta para personas con carritos o movilidad reducida.

A dos pasos se encuentra la calle Marmolista, que probablemente deba su nombre al vecino molino de mármol que se nutría de agua del acueducto, y cuyos restos vegetan, junto a ese tramo a cielo abierto del puente, en un parque sin nombre y con escasas ganas de mejorar.

El molino de mármol fue el primero en moverse con un motor a vapor y junto a él también vegetan los restos de un molino de pan. Lo que en otras ciudades sería una oportunidad para mejorar el entorno y colocar algún que otro cartel explicativo, en Málaga se ha convertido en una zona verde en la que el verde escasea y opta por el color 'desierto de Almería'.

El parque, además, continúa sin nombre, cuando el desaparecido y apasionado defensor del acueducto, Javier Aguilar, junto con su padre Enrique, antiguo guarda del monumento, solicitó hace bastantes años que llevara el nombre de Parque de los Guardas del Acueducto, para recordar una profesión tan bonita y malagueña, ya desaparecida.

La propuesta, como se ve, ha sido recibida por nuestro Consistorio con un bostezo de varios años, y buena prueba es el penoso estado de este parque, con los restos de los molinos y el puente llenos de basura y matojos.

Dado que la apatía es tan grande y no habría modo de 'musealizar' este espacio, única manera de despertar el interés de nuestros políticos en cuestiones culturales, la solución es convencer a nuestro querido Antonio Banderas a que haga un musical sobre el acueducto. Lo mismo así se enteran y espabilan.