La casualidad ha querido que estos días, la escritora Almudena Grandes conceda entrevistas sobre su última novela, 'La madre de Frankestein', en la que cuestiona el papel de la Psiquiatría durante el Franquismo y el trato dado a las mujeres.

El pasado mes de julio, la malagueña de Torre del Mar Celia García Díaz defendía su tesis doctoral 'Mujeres, locura y psiquiatría: La sala 2o del Manicomio Provincial (1909-1950)', dirigida por Isaben Jiménez Lucena.

El trabajo de diez años de esta psiquiatra y profesora de Historia de la Medicina en la Universidad de Málaga se nutre principalmente del examen pormenorizado de 811 historias clínicas, la mayoría de ellas (más de 600), de los inicios del Franquismo en los años 40. Un tipo de examen que, resalta, al llevarlo a cabo psiquiatras y no solo historiadores, permite conocer mejor las historias clínicas, «entender qué diagnósticos se usaban, qué tratamientos y por qué».

Con este trabajo, subraya que ha querido realizar una historia social de la Psiquiatría «desde una perspectiva de género y desde abajo», desde el punto de vista de las mujeres, para darles voz. Porque como explica, abundan las historias sobre psiquiatras «pero faltaban los enfermos y la beneficiencia, porque no podemos olvidar que el Manicomio Provincial del Hospital Civil era de la beneficiencia y la mayoría de personas que ingresaban eran gente pobre».

El grueso de las historias clínicas fueron localizadas hace unos años en un sótano del Hospital Civil, donde se encontraban en penosas condiciones, de ahí que se trasladaran al Archivo de la Diputación de Málaga.

El punto de partida o hipótesis de esta novedosa investigación es que las pacientes, alojadas en la sala 20 o de Santa Rita del Manicomio Provincial, eran «doblemente subalternas, no sólo por ser 'locas', entre comillas, sino también por ser mujeres».

Por eso, destaca que una de las conclusiones del trabajo es que el manicomio «era un lugar en donde las familias, que también eran instituciones de alguna manera coercitivas sobre las mujeres, iban a depositarlas como enfermas cuando trasgredían normas sociales». Así, es llamativo que la media de estancia de las historias analizadas fuera de un mes, lo que refuerza esta hipótesis del manicomio como 'reconductor de conductas'. «En el momento en que trasgredían los roles que tenía la mujer podían ser susceptibles de pasar al manicomio si la familia se alarmaba, de ahí que ingresaran poco tiempo, las conductas se reconducían y volvían a ser devueltas a su medio familiar».

Esto explica que en el material clínico analizado haya encontrado casos «de mujeres que realmente tenían enfermedades mentales e ingresaban; de mujeres que no tenían enfermedades mentales e ingresaban por otras historias, y también casos de mujeres con enfermedad mental que además trasgredían normas sociales e ingresaban», subraya.

Resultan curiosos también algunos casos de mujeres diagnosticadas de enfermedades como el histerismo, que hoy está fuera del manual de clasificación de enfermedades diagnósticas. Como explica la profesora, se empieza a hablar de la histeria en la segunda mitad del XIX, «cuando aparece esa primera ola feminista con las sufragistas y existe una oposición y resistencia al cambio del papel de las mujeres en la sociedad, con una sociedad victoriana muy opresiva y cerrada para las mujeres».

La tesis también repasa la trayectoria de dos conocidos psiquiatras ligados a la institución como Miguel Prados Such y Pedro Ortiz Ramos, que estuvieron al frente de la atención psiquiátrica y llegaron a coincidir unos años trabajando juntos, hasta 1933. Pedro Ortiz Ramos dirigió además una clínica privada de reposo para mujeres junto al Arroyo de los Ángeles, estudiada también en este trabajo.

Los dos psiquiatras denunciaron las deficiencias de las instalaciones del Manicomio Provincial y propusieron reformas.

Reformas republicanas

Estas se producen ante todo durante el corto periodo de la II República, cuando fraguan las ideas de renovación que ya se planteaban la década anterior.

En este sentido, es llamativo que la Diputación abriera un expediente a Miguel Prados Such por echar abajo los tabiques de las salas de aislamiento de los hombres, para que algunos pacientes pudieran dormir bajo techo, «porque no tenían sitio y tenían que hacerlo a la intemperie en los patios». La denuncia, por cierto, partió de los propios trabajadores del manicomio, a los que Prados Such, que estudió en la Residencia de Estudiantes de Madrid, quería formar. Porque como explica la profesora, en esos años «era gente que venía del Ejército, ni siquiera necesitabas una cualificación para trabajar, sólo ser fuerte para contener a la gente y ya está».

Por su parte, Pedro Ortiz Ramos también denunció en una memoria que no había camas suficientes para todas las mujeres y tenían que dormir en el suelo. Por este motivo, en esos años de la II República la sala de mujeres se ampliará con una más, la número 14, al habilitarse un sótano.

En cuanto a la laborterapia, que se puso de moda en los años 20, también las mujeres eran discriminadas, porque los hombres tenían su propio huerto para trabajar y las mujeres no. «No tenían ni un taller de esparto, que era lo que quería hacer Pedro Ortiz Ramos», señala la investigadora.

El examen de las historias clínicas lo que desvela es que la mayor parte de estas mujeres, muchas de ellas procedentes de pueblos de la provincia y sin estudios, «la mayoría de las veces se dedicaban a trabajar en la cocina, en la ropería, ayudando en la limpieza de sala e incluso ayudando a tratar a otras pacientes como auxiliares de sala, y todo sin remuneración». En suma, se dedicaban a reproducir el papel que tenían en la familia y la sociedad.

La llegada del Franquismo, indica Celia García Díaz, supone un retroceso a todos los niveles, «no sólo para la mujer, sino para la gestión del hospital también». Además, a nivel clínico empiezan a ponerse en prácticas terapias muy agresivas de la época como el electrochoque, los choques insulínicos (provocar comas hipoglucémicos a los pacientes) o los choques cardiozólicos.

La psiquiatra malagueña ha podido examinar también cartas de las pacientes, algunas escritas por las monjas si no sabían escribir. Todo ello le ha permitido ver «cómo se sentían esas mujeres durante el ingreso, cómo eran tratadas, cuáles eran sus anhelos, sus experiencias sobre el internamiento». Muchas planteaban tener un gran temor a los tratamientos y también en las historias puede rastrearse el trato diferente a las mujeres del bando republicano.

Una investigación que aporta una perspectiva nueva y que pronto se enriquecerá con el análisis de las historias clínicas de los hombres ingresados, un trabajo que ya tiene en marcha el Departamento de Historia de la Medicina de la Facultad de Medicina de la UMA.