Hace más de medio siglo desde que el abuelo de Francisco Jiménez, conocido como Paqui, introdujo los piquitos de pan en Málaga. Este producto era típico de la ciudad de Sevilla, pero muy poco conocido en la provincia. «Mis abuelos son de Sevilla, pero en el 31 se vinieron a Málaga y ahí empezó todo», cuenta su nieto.

Con ocho años Paqui comenzó a trabajar en el negocio familiar. Su fiel aliada en los años 50 fue su bicicleta, con la que repartía piquitos por toda la capital y con ella se trasladaba hasta Marbella, Nerja, Vélez-Málaga y Alhaurín el Grande. «Iba a la marisquería La Mar Chica de calle Larios, a Huelin, a Tiro Pichón o al Palo, me recorría todos los barrios de Málaga; a los ocho de la mañana ya estaba en el Centro».

El arte de hacer piquitos se basa en «ir a por la harina, amasarlos y cocerlos en el horno de leña», explica Paqui y es que lo que diferenciaba a estos panecillos era su manera artesanal de venta, puerta por puerta. «Iba a casa de médicos o militares; tuvieron mucha aceptación pero he pedaleado mucho y me ha llovido lo más grande», recuerda entre risas el hoy octogenario.

El obrador de la familia Jiménez

La familia de Francisco siempre ha estado ligada al mundo de la repostería y panadería. Su abuelo, Francisco 'el sevillano', como era conocido, fue un experto confitero que ideó un camisón bordado de dulce con una mosca de caramelo para la Exposición Iberoamericana. «Mi abuelo era un Séneca de los dulces», asegura su nieto Paqui.

En 1931 decidió trasladarse a Málaga buscando nuevas oportunidades y esta aventura dio sus frutos en el obrador familiar situado en la antigua colonia San Eugenio, en la Trinidad. El negocio se perpetuó con su hijo Antonio y con su nieto Paqui hasta convertirse en el más famoso de la zona. «Con los años entró en el negocio mi mujer y muchas mujeres más del barrio», dice.

El obrador de la familia Jiménez se transformaba por la noche, ya que se convertía en una panadería y volvía a cambiar su negocio por las mañanas abriendo sus puertas como una confitería.

Tras la muerte de 'El sevillano', el negocio siguió con su rutina de producción de mil kilos de dulces por día. «La especialidad eran las isabelas, se hacían unas colas», rememora. Los dulces de la familia Jiménez incluso llegaron a venderse a actores de Hollywood, que rodaban con Frank Sinatra en El Chorro.

En 2004, el obrador cerró tras la operación de cadera de Paqui y porque ninguno de sus hijos ha querido seguir con el negocio; pero él recuerda esa etapa con enorme alegría y no se arrepiente de su decisión: «Ahora son tiempos distintos, se come de todo pero hay mucho rollo», afirma.