A este afable perchelero de 1945 el destino se le presentó por partida doble en las alturas del Ejido. Porque, al poco de estar estudiando allí Maestría Industrial, decidió pasarse al edificio vecino, el de Magisterio, y cumplir así con su vocación de maestro.

Pero además, Manuel Perdiguero seguía fascinado por la Arqueología, una ciencia cuyas primeras pinceladas bebió de libros como los del famoso C. W. Ceram pero también de las clases de su admirado profesor Rafael Gutiérrez, de un desaparecido colegio de la calle de la Victoria en el que estudió de pequeño.

Y en El Ejido, en un desmonte donde luego iría el Conservatorio, él y un grupo de estudiantes vieron un gran corte con un bolsón enorme de cal y en el centro cientos de huesos. «Recuerdo que nos llegamos a ver a Juan Temboury a su ferretería y nos explicó que eran fosas comunes que correspondían a tiempos de la peste en Málaga». Este hallazgo, explica, le animó a continuar también con su vocación «innata» de arqueólogo.

El descubrimiento fue uno de los motores del Grupo de Investigaciones Arqueológicas y Espeleológicas, creado en 1959 y del que Manuel fue uno de los fundadores junto con su amigo Juan Manuel Muñoz Gambero.

Este grupo de adolescentes puso los cimientos de la Arqueología malagueña moderna, en unos tiempos en los que en Málaga no había formación y además los grupos organizados no eran bien recibidos por el Franquismo. «Pero al estar el grupo en la calle Tejón y Rodríguez en un local cedido por la OJE, se nos permitían ciertas cosas», explica.

En el grupo, además, conocería a una joven de Puente Genil, Felisa Rey, futura profesora con quien terminaría casándose en 1971.

Con esa doble vocación en marcha, Manuel empezó a realizar excavaciones con el grupo de Arqueología en el Monte San Antón, tras las huellas de Omar Ben Hafsun y acompañó a Juan Manuel Muñoz Gambero en las históricas excavaciones del Cerro de la Tortuga.

Además, también trabajó con Muñoz Gambero en el yacimiento fenicio del Cerro del Villar, unos restos arqueológicos que desde su temprano descubrimiento, Manuel Perdiguero sostiene que coinciden con los de la Malaka originaria, aunque luego la población se trasladara a orillas del Guadalmedina tras el soterramiento de la isla del Guadalhorce, en el tercer cuarto del siglo VI a.C.

«Malaka tenía su importancia en la Desembocadura del Guadalhorce: río arriba te desvías a Teba y desde ahí, mediante los afluentes y ríos conectas con el Guadalquivir». A su juicio, una entidad de cabecera de vías de comunicación que no tendría la Malaka junto al Guadalmedina.

Y mientras seguía disfrutando de la Arqueología, llegó la mili, 18 meses, buena parte de ella en el Campamento Benítez, en el que siguió estudiando Magisterio por libre. Lo de sacarle tiempo al tiempo también lo haría años más tarde, cuando obtuvo la licenciatura de Historia Antigua, en ocasiones, estudiando en el aparcamiento junto al Conservatorio, mientras aguardaba a que alguna de sus hijas terminara la clase.

Acabado Magisterio, se estrenó como profesor en 1969 durante dos cursos en el Colegio Diocesano San Pablo, pero la reforma de Villar Palasí que trajo la EGB y el BUP le obligó a dejar el centro. Manuel comunicó entonces su deseo de marcharse a enseñar al Colegio San Estanislao, donde se encontraba de profesor don Manuel Laza, con quien de adolescente había excavado muchos domingos en la Cueva del Tesoro.

Una tarde, apareció por su casa para conocerlo el jesuita padre Tejera y al curso siguiente, 1972, tras un cursillo de adaptación a la nueva EGB, se incorporó a San Estanislao. Poco tiempo después se sumaría al colegio del Palo su mujer, Felisa, con quien durante tres o cuatro cursos había montado el Colegio San Félix en el nuevo barrio de Nueva Málaga.

El amor por la Naturaleza y por la Historia es lo que Manuel Perdiguero -conocido en clase como Don Ma- siempre quiso transmitir a sus alumnos, y lo demostró con visitas a los principales monumentos históricos y naturales de Málaga, acampadas y visitas a yacimientos para, antes de estudiar Historia en los libros, «estudiarla en vivo». «De los alumnos he aprendido mucho porque me han dado ejemplo», confiesa.

Aratispi

En el campo de la Arqueología, su tesina para la licenciatura de Historia Antigua se centró en un sondeo estratigráfico de Aratispi, una ciudad romana junto a Villanueva de Cauche mencionada por el inglés Francis Carter en su viaje a de Gibraltar a Málaga en el XVIII, y cuyo nombre aparecía en varias lápidas conservadas en la iglesia de Villanueva de Cauche.

En realidad, al yacimiento de Aratispi le condujo su deducción de arqueólogo e historiador. Como explica, estaba excavando entre Herrera (Sevilla) y la vecina Puente Genil (Córdoba) cuando, al examinar materiales del Bronce final con la novedosa cerámica a torno del siglo VIII a.C., introducida por los fenicios en sus colonias de la costa, pensó que este material pudo haberse introducido en la Campiña del Genil desde las costas malagueñas, río Guadalhorce arriba.

Así pues, comenzó a rastrear el entorno de los puertos de montaña que salvaban la barrera de la Penibética en busca de evidencias de esa ruta malagueña. Fue en esa investigación cuando, al pie del puerto de Las Pedrizas, se topó con el cerro de Cauche el Viejo, donde se encontraba la romana Aratispi y localizó materiales muy interesantes.

Ante el hallazgo, pidió permiso al entonces director del Museo de Málaga, Rafael Puertas, para excavar el cerro. Durante dos campañas, 1986 y 1987, Manuel Perdiguero dirigió las excavaciones y constató una ocupación continua durante 2.000 años: desde el 1.600 a.C. (Edad del Cobre) hasta el siglo IV de nuestra era, ya en época tardía romana.

Entre los vestigios más antiguos -los de la mencionada Edad del Cobre- localizó el fondo de una cabaña, y, de una época posterior, dio con la prueba que cimentaba su tesis de la conexión Guadalhorce-Genil: cerámica a torno de la Edad de Bronce final, evidencia de esa penetración de las técnicas introducidas originalmente por los fenicios. Y en mitad de esa transferencia cultural, Aratispi, encrucijada de vías naturales.

También dio con una muralla de mediados del IV a.C, «que se puede relacionar con el segundo tratado romano-cartaginés» y del III a.C., con una moneda emitida por los generales de Aníbal que podría sugerir alguna leva forzosa. En el siguiente nivel ya aparece un as romano, evidencia de que Roma, con la que la ciudad pasaría a llamarse Aratispi, ya hacía acto de presencia.

De ese largo periodo romano son los restos de una fábrica de aceite y una taberna; en suma, vestigios de un viaje de 20 siglos excavado y explicado por el investigador malagueño. Algunas de las piezas más notables de este yacimiento pueden verse hoy en el Museo de Málaga.

Pero su pasión por la Historia continúa en nuestros días. En su casa de La Cala disfruta, rodeado de una nutrida biblioteca de Historia Antigua, de un torno de alfarero con el que practica la Arqueología experimental y realiza a mano reproducciones de cerámica clásica griega.

Manuel Perdiguero, un histórico de la Educación y la Arqueología en Málaga, sigue disfrutando de la vida y continúa con las ganas de aprender y descubrir ignotos vestigio del pasado. Un maestro y un arqueólogo difícil de olvidar.