La visión que tienen los alumnos de la Escuela de Arquitectura también es importante para valorar estos primeros quince años de vida. Por ello, preguntamos a tres estudiantes que opinan tanto sobre la formación como sobre su responsabilidad en el crecimiento urbano de Málaga.

Isabel Cárdenas, Marisa González y María Burgos destacan, en primer lugar, que al ser una escuela tan pequeña, la relación entre el profesorado y el alumnado es cercana y completa. Además, resaltan el compromiso que tiene la escuela con las personas con movilidad reducida de Málaga y con la ciudad en general. En cuanto a la oferta complementaria, aplauden iniciativas como las Jornadas de Puertas Abiertas y el Festival de Arquitectura. Por otra parte, las tres coinciden en la idea de que la escuela es el hilo conductor que conecta con el mundo laboral, pero no es suficiente y creen que una buena idea sería realizar prácticas curriculares durante la carrera o complementarla con talleres.

Isabel Cárdenas, de 22 años, ha sido la delegada de su curso desde que empezó la carrera. Además, ha formado parte de la Delegación de Estudiantes de la escuela y de comisiones como la de Ordenación Académica (COA). También ha sido moderadora en la asamblea general ordinaria del Consejo de representantes de estudiantes de arquitectura (CREARQ).

Para ella la arquitectura es «ese equilibrio entre el arte y la técnica». Además, hace hincapié en la idea de que ser una escuela pequeña es un beneficio para los alumnos: «No somos un mero número en la clase».

Respecto al modelo pedagógico de la escuela malagueña, Isabel Cárdenas detalla que las asignaturas tienen tanto clases teóricas como prácticas. «Las teóricas son para todo el curso y las prácticas se dividen en grupos reducidos. De esta manera las correcciones de las prácticas o proyectos se pueden realizar de manera más individualizada». Asimismo, considera que esto es una ventaja de la escuela de Málaga. «Es beneficioso porque de esta manera desarrollamos mucho más nuestros proyectos o prácticas, mientras que en otras escuelas se limitan a dar directrices o correcciones generales», apunta.

Marisa González, de 24 años, ha estudiado el Grado en Fundamentos de la Arquitectura junto al Máster en Arquitectura. Por su parte, resalta la suerte de poder asistir a las recientes Jornadas de Puertas Abiertas. «Es una suerte poder contar con una semana al año en la que arquitectos o profesionales de otros ámbitos te muestran la ciudad desde otra perspectiva, conoces mejor sus rincones, entiendes la historia y el por qué de muchas de las formas en que se ha construido la ciudad a nivel arquitectónico y urbano, y también comienzas a cambiar tu forma de mirar», dice.

Por otro lado, Marisa detalla que participó junto a otros compañeros en la exposición que se realizó con motivo de la visita a la escuela de la arquitecta japonesa Kazuyo Sejima. «La presentamos al concurso ‘Premios Emporia’ y conseguimos el Emporia de Plata, que desde luego fue una alegría tanto para nosotros como para la escuela».

María Burgos, de 22 años, está en el último curso del Grado en Arquitectura, ya en extinción, y cuenta que para ella ser arquitecta es «una relación de amor-odio de por vida». Asimismo, hace referencia al compromiso por parte de la escuela tanto con Málaga, como con las personas con movilidad reducida. «Tenemos que diseñar edificios para todos», subraya.

Esta estudiante explica que «la escuela te da la base, te pone a prueba; te presiona, pero donde aprendes de verdad es en la vida real, en el mundo laboral. Una vez fuera te das cuenta de lo verde que sales de la escuela».

Respecto al mundo laboral, estas tres alumnas destacan que aunque sea difícil, la arquitectura es un campo muy amplio. «No está fácil, pero hay que tener en cuenta que hay muchas posibilidades», explica María. Por su parte, Isabel se muestra optimista: «Está menos difícil de lo que parece. Se trata de buscar más salidas».