Muchos españolitos intuyen que alguien con la preparación, la sensibilidad y la visión humanística de Donald Trump, en España a lo sumo habría logrado presidir un club de fútbol y ser alcalde de Marbella, lo que para algunos será visto como una oportunidad perdida y para otros como un alivio.

Lo que sí parece claro es que su acervado nacionalismo -ese orgullo exagerado y enfermizo de todo buen nacionalista por sus raíces- se basa prácticamente en las raíces aéreas de un ficus. Y de hecho, si comparáramos el 'currículum identitario' de Trump con el de cientos de miles de hispanos de Oklahoma, Utah, Wyoming, Kansas o California daría como resultado que la raigambre de muchos hispanos en suelo estadounidense es diez o veinte veces más profunda que la de este nieto de alemanes desembarcados en Estados Unidos en 1885, sin olvidar que su madre era escocesa y arribó a Norteamérica, como quien dice, antes de ayer.

Pese a que a los Trump son en términos cronológicos unos recién llegados, resulta enternecedor la defensa que el presidente realiza de los americanos de 'pura cepa' como él, aunque se olvide de que una legión de compatriotas hispanos llevan muchísimas generaciones en su país sin necesidad de colarse por ninguna frontera.

La razón estriba en que Estados Unidos se agenció a mediados del XIX el 55% del territorio mexicano, el que con anterioridad formó parte del antiguo Virreinato de Nueva España.

Si a eso sumamos la expansión española por Norteamerica durante el siglo XVIII, incluidas las primeras estribaciones de Alaska, encontraremos natural y nada exótico una feliz noticia: la apertura de un mercado gourmet español en Nueva York con el nombre de Mercado Little Spain.

Sus promotores son tan populares como el queso manchego o el gazpacho andaluz, porque hablamos del cocinero asturiano José Andrés, que lidera la empresa, y que cuenta con la colaboración de un tal Ferrán Adriá junto con su hermano Albert Adriá.

Este trío de ases es el que ha respaldado este negocio al sur de Manhattan, en Hudson Yards, un barrio inaugurado hace menos de un año en una antigua zona de almacenes e industrias ligadas al vecino río Hudson. Los cocineros han tenido el acierto de convertir Little Spain en una pequeña 'ciudad gastronómica en miniatura', con el nombre de conocidas calles españolas.

Lo curioso es que Málaga está representada en dos ocasiones, pues Little Spain cuenta con una calle Larios pero también, como homenaje al (decisivo) papel de España en la independencia de los Estados Unidos, con una calle Bernardo de Gálvez.

No está mal poner una pica en Manhattan de vez en cuando para que los estadounidenses blancos, protestantes y de herencia anglosajona constaten que los peregrinos del Mayflower fueron de los últimos en llegar.