Malagueño del 44, la vida de Francisco Javier Carrillo Montesinos está repleta de viajes, estancias por medio mundo y encuentros con grandes personalidades como representante de la Unesco.

Si algún día publica sus memorias, quizás salgan anécdotas nada conocidas como el viaje privado a Málaga, a finales de los 70, del entonces director general de la Unesco, Amadou M'Bow, a quien acompañó a conocer la Casa Natal de Picasso. No pudo entrar porque entonces estaba habitada, así que el director general, sorprendido, decidió escribir al alcalde de Málaga para que pudiera abrirse al público. «Ahí se inicia la recuperación de la casa», comenta Francisco Carrillo.

Por cierto que en ese mismo viaje, Amadou M'Bow visitó los dólmenes de Antequera y comentó, con 40 años de 'adelanto': «Esto merece ser Patrimonio de la Humanidad».

Hijo del conocido dermatólogo malagueño Diego Carrillo Casaux, Francisco Carrillo, el más pequeño de cuatro hermanos, estudió en los Maristas, un colegio del que guarda un buen recuerdo: «La calidad era bastante buena, no fue una educación religiosa compulsiva sino que era una invitación, lo hacían con una verdadera pedagogía de la persuasión», explica.

En esos años entra en contacto con el programa de Sociología que promovía don Ángel Herrera Oria y conoce cómo es la vida en barrios deprimidos de Málaga como las chabolas de las playas de San Andrés, donde empieza a colaborar los fines de semana.

No era la primera vez que conocía cómo vivían los malagueños más desfavorecidos porque alguna vez acompañó a su padre a tratar a enfermos en El Perchel e incluso a visitar una pequeña población de leprosos en Maro, pues su padre era una autoridad en la lucha contra esta enfermedad. «A partir de esos viajes con él me di cuenta de que había otra realidad sufriente y muy compleja», confiesa.

Fue además su padre, el doctor Carrillo, quien a sus tres hijos varones les hizo un test para averiguar quién sería médico: les llevó a presenciar una operación en el Hospital Civil. «Mi hermano mayor se desmayó, el segundo dijo que le gustaba la ingeniería pero luego se hizo médico, yo aguanté pero me impresionó», resume con una sonrisa.

En 1962 marchó a Madrid para ingresar en el nuevo Colegio Mayor Pío XII, una iniciativa de Herrera Oria y en el que era obligatorio estudiar dos carreras, salvo para los que hacían ingenierías. Allí coincidió con jóvenes malagueños como Francisco de la Torre, Pedro Tedde de Lorca, Jerónimo Pérez Casero o Juan Roldán.

En Madrid estudia Derecho y Periodismo, pero al segundo año deja esta última carrera y se pasa a Ciencias Políticas y Sociología.

En esos años, se implica en la intensa vida cultural y de debates del colegio mayor y tiene el primer contacto a fondo con el conflicto entre israelíes y palestinos, al marcharse a vivir a un kibutz en Israel para estudiar el cooperativismo agrario. Además en Madrid, con su amigo Javier Rupérez que por entonces se preparaba para diplomático, organizaría una conferencia sobre Palestina en la universidad.

Mayo del 68

Ya con las dos licenciaturas y con vistas a preparar la cátedra de Derecho Político, decidió estudiar un máster en Sociología Política en la Sorbona, gracias a una beca del Gobierno francés.

Pero el máster tuvo que interrumpirlo por la irrupción de mayo del 68. El estudiante malagueño vivió en primera línea el famoso movimiento que, a su juicio, «no fue una revolución sino una revuelta bastante libertaria y anárquica a la que se opusieron los grandes sindicatos y los grandes partidos, incluido el comunista».

Como a los extranjeros se les impedía hacer política, en ese tiempo fue testigo de un debate público en el que participó su compatriota Manuel Castells de 22 años, hoy ministro de Universidades, quien sería expulsado de Francia por esa intervención.

En la Unesco

El parón en el máster, que luego finalizó, le condujo de forma providencial a las relaciones internacionales, porque como explica, «cuando estaba parada la universidad me acerqué a la Unesco por si podía seguir unos cursos». En París la Unesco contaba con el Instituto Internacional de Planificación de la Educación y como confiesa, «me atrajo mucho la cooperación que el instituto fomentaba con otros países».

Así que, aunque arribó a París con la meta de la cátedra de Derecho Político, en la capital francesa se topó con la Unesco y en este organismo de la ONU terminó trabajando de forma ininterrumpida desde 1973 a 2002.

Comenzó su andadura en Panamá y le siguieron Costa Rica, donde ayudó a crear un centro de estudios para la formación de administradores y Brasil, en la que permaneció tres años.

En su siguiente destino, París, al frente del Gabinete de Educación, estuvo nueve años; los mismos que estaría más tarde en Túnez, país al que se trasladó para dirigir la Oficina Regional de la Unesco en Ciencias Sociales y Humanas para los Estados Árabes, y además fue embajador de la Unesco en Túnez y Libia.

En esa oficina abordó cuestiones muy sensibles como los derechos humanos, la protección del patrimonio mundial o mejoras de las condiciones de vida de la población.

El malagueño también se convirtió en el representante personal ante Yasir Arafat, el líder de la OLP, en nombre del secretario general de la Unesco. Del presidente de Palestina recuerda que, en las distancias cortas, «era de una enorme simpatía». Muchos domingos, por cierto, cuenta que coincidía en la Catedral de Túnez con la mujer de Arafat, que era cristiana.

Pero de los líderes árabes que ha conocido, el que más le impresionó ha sido el presidente libanés Rafiq Hariri, con quien negoció instalar un sistema de canalización de aguas fecales en dos grandes asentamientos palestinos en el Líbano, «uno de ellos con cien mil personas». Aunque la ley libanesa prohibía realizar allí toda obra, Hariri presentó una reforma de la ley para que pudiera llevarse a cabo. «El presidente Hariri me impresionó mucho porque era probablemente la tercera o cuarta fortuna del mundo árabe y se jugaba la vida todos los días. De hecho, murió asesinado», cuenta.

También fue durante un año representante en Túnez del entonces secretario general de la ONU, Kofi Annan. Coincidió con la única visita de Annan a Túnez y luego a Libia, a la que le acompañó el malagueño. «Era un hombre extraordinario. Me decía que intentáramos evitar las cenas porque quería pasear por la playa con su mujer», recuerda.

El extenso currículum de Francisco Carrillo, que ha sido vicepresidente de la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo y acaba de ser nombrado miembro del Capítulo Español del Club de Roma, no cabe en estas páginas. Entre otras cosas porque su jubilación no ha supuesto sino un periodo con nuevos objetivos, con el regreso a Málaga en 2004, nuevas actividades, libros, poemas (unos versos del académico son los únicos que podían verse en la Expo de Sevilla) y la coordinación de la Tribuna Mediterránea del Ateneo, «una ventana abierta al exterior», en la que sigue demostrando su gran vocación de humanista sin fronteras.