María Rosa de Gálvez: teatro contra el egoísmo masculino

Si se atiende a sus menos de cuatro décadas de existencia, podría interpretarse que la escritora malagueña María Rosa de Gálvez (Málaga, 1768-Madrid, 1806) fue eclipsada por una biografía efímera. Sin embargo, pocos adjetivos resultan tan poco ilustrativos como este para definir su paso por el mundo, a pesar de que hubo quien quiso provocar esa sensación como estrategia olvidadiza. Esta poeta y dramaturga triunfó en el Madrid que cruzó del siglo XVIII al XIX, donde sus textos fueron representados en los teatros con cierto éxito. Y en sus ambientes culturales floreció como una mujer libre, como una pionera en la lucha por el feminismo en la literatura de su época.

De un tiempo a esta parte, el resurgir de su figura ha ido cobrando ciertos destellos gracias a iniciativas como las que llevó a cabo el extinto Instituto Municipal del Libro de Málaga, dirigido por Alfredo Taján, y a libros como 'El valor de una ilustrada' (2005), firmado por el investigador José Luis Cabrera y la poeta Aurora Luque.

Precisamente, su biógrafo y pariente José Luis Cabrera suele reivindicar su figura hasta el punto de asegurar que, tras su muerte prematura, «fue menospreciada como mujer, como autora y como Gálvez». De hecho, ni siquiera era mencionada en los recordatorios a los laureados Gálvez de Macharaviaya, la ilustra estirpe malagueña que cuenta con ministros españoles y héroes de la independencia de Estados Unidos en su fecundo árbol genealógico.

Otra de las artífices de las investigaciones sobre ella y del rescate de su obra, Aurora Luque, le agradece a María Rosa de Gálvez que «llevara hasta el final los principios de la Ilustración con su mirada de mujer crítica». «En sus obras de teatro, sus heroínas pedían que las mujeres denunciaran los abusos de poder», apunta la poeta y profesora afincada en Málaga. Los pasajes en los que desmonta los tics del egoísmo masculino y arremete contra ellos son frecuentes en su obra literaria. Una ilustrativa muestra de su valentía se encuentra, por ejemplo, en este fragmento extraído de su comedia 'Los figurones literarios': «Y también dice un adagio que no tenemos en nuestra vida un día más feliz que aquel en que come tierra un marido».

La placa que, desde 2014, la recuerda en la malagueña Plaza de La Merced encierra, igualmente, un guiño a los desplantes a los que fue condenada. Está fechada en 2006 porque iba a ser colocada ese año, para conmemorar el 200 aniversario de la muerte de la autora, en un edificio vinculado a su familia en la calle Granada. Pero no fue posible y pasó casi una década completa hasta que se hizo justicia reubicándola cerca de donde transcurrió su infancia y su juventud. En las inmediaciones del lugar de la capital malagueña en el que convivió con su marido, el Conde de Cabrera, que la dejó arruinada al despilfarrarlo todo con su adicción al juego.

Marjorie Grice-Hutchinson: el silencio sonoro de un libro sobre Málaga

La economía y las investigaciones universitarias no están reñidas con las inquietudes literarias y una impagable sensibilidad hacia el mundo rural en la mirada infinita que desplegó la escritora y profesora Marjorie Grice-Hutchinson (Eastbourne, Inglaterra, 1909-Málaga, 2003). Aunque el inicio de su vinculación con la capital malagueña se remonta a los años 20 del siglo pasado, la intelectual británica recorrió en su juventud varias ciudades europeas y terminó -tras realizar sus estudios de Ciencias Económicas y Filología Española en Londres- por casarse con el barón Ulrich von Schlippenbach. Junto a su marido, se asentó en los años 50 en el malagueño Cortijo de Santa Isabel, en el que ambientó un libro que se vio envuelto por un silencio sonoro en la propia ciudad que diseccionaba.

Marjorie Grice-Hutchinson publicó con bastante éxito 'Málaga farm' en Londres, allá por el año 1956. Esta obra era, y sigue siendo, un fresco de la Málaga y la Andalucía de la posguerra que, sin embargo, estuvo casi medio siglo sin editarse en castellano. Hasta 2001, sus páginas permanecieron abrazadas sólo al inglés en el que se leyó entonces, mucho más allá de las fronteras en las que se habían escrito. Finalmente, a principios del siglo XXI y con su autora en pleno epílogo vital, este revelador texto vio la luz con el título de 'Un cortijo en Málaga', el sello de la editorial Ágora y la traducción de Andrés Arenas y Enrique Girón. Fue presentado en la sede de la Sociedad Económica de Amigos del País en un día casi navideño de aquel 2001, en el que la hispanista veía cumplido un sueño.

Aunque lo fácil sea calificarlo de rareza literaria, esta colección de impresiones literarias de la Málaga campesina de principios de los 50 era un libro incómodo. Este trabajo traspasaba la aportación habitual de los volúmenes escritos por viajeros románticos y la situaba en la línea de hispanistas como Gerald Brenan, con el que compartió una estrecha amistad. Pese a todo, permaneció en el más estricto de los silencios editoriales durante casi 45 años. Un Cortijo en Málaga desvela los entresijos de la vida rural malagueña, en una época en la que se había negado la entrada en España de toda la sofisticada maquinaria agrícola. Es una de las obras literarias que más hicieron, entonces, por la difusión en el exterior de la grandeza de Andalucía, y también de sus problemas, mediante un cumplido ejercicio de observación de sus costumbres, fiestas y tradiciones. Esta radiografía tampoco le niega la mirada al absentismo escolar y a las vidas de los niños malagueños que se veían obligados a trabajar desde edades muy tempranas.

Sus páginas abrigan, además, tesoros como el que contiene este fragmento: «A diferencia de las señoras en Andalucía, que piensan que es impropio de su clase dejarse ver en público con la cesta de la compra, yo bajo al centro de la ciudad varias veces a la semana para hacer la compra. El mercado es un enorme edificio cubierto, situado en lo que en su día fue un astillero árabe. Hasta hace poco tiempo el mercado conservó su antiguo nombre de Atarazanas, palabra que procede del árabe, dar as-sina, término que más tarde derivará en nuestra lengua la palabra arsenal. Todavía hoy se conserva la majestuosa puerta de estilo árabe que sirve de entrada principal al mercado. Encima del arco hay un escudo con una inscripción en árabe que reza así: 'No hay más conquistador que Alá'».

En verdad, su legado no llega a entenderse del todo si no se aprecia la solidaridad y la respetuosa cercanía que esta hispanista le brindó a los más desfavorecidos desde que, a los 15 años, llegó a Málaga de la mano de su padre, el abogado George William Grice-Hutchinson. Entre 1925 y 1959, su progenitor realizó numerosas obras de caridad en el barrio de Churriana, trasladó en su yate a heridos de la Guerra Civil o fundó centros escolares para la alfabetización de los más necesitados. De él, heredó su carácter filantrópico.

A la vez que reivindicaba la cultura autodidacta de los pastores, campesinos y obreros malagueños, Marjorie Grice-Hutchinson abonó una importante vinculación con la Sociedad Económica de Amigos del País, el Cementerio Inglés o la Universidad de Málaga (UMA), de cuyo departamento de Teoría e Historia Económica formaba parte y fue Doctora Honoris Causa, al igual que de la Complutense madrileña. Su generosidad hacia la institución académica malagueña que vio nacer en los años 70 quedó refrendada con la donación de la finca familiar de San Julián para que albergara uno de los centros de investigación de la UMA. Tanto este lugar como el Cortijo de Santa Isabel simbolizan el amor incondicional que esta escritora y economista le profesó a su Málaga adoptiva hasta que la primavera de 2003 escribió sobre estos lares mediterráneos el epílogo de una vida que cabalgaba plena y nonagenaria.

Mercedes Formica: la falangista feminista que incomodó a Franco

A la jurista y escritora Mercedes Formica (Cádiz, 1913-Málaga, 2002) -autora de novelas ambientadas en la capital malagueña como 'Monte de Sancha'- se le recuerda guapa, falangista y feminista por mucho que la convivencia de las dos últimas palabras se antoje imposible. Era una de las contadas mujeres que ejercía la abogacía. En ese mundo de hombres, jamás pasó desapercibida en su lucha por la igualdad y su alianza con las víctimas de violencia de género. Le dolían las injusticias con sello masculino desde que las sufrió en su propio ámbito familiar. Se enfrentó a los postulados de Franco y de la Sección Femenina. O, incluso, escribió en la prensa de los años 50 un artículo titulado 'El domicilio conyugal' con el consiguiente revuelo internacional y recompensas para su afán de introducir, como finalmente logró, modificaciones en el Código Civil imperante en el franquismo. Su convencimiento de que las leyes encerraban una trampa para la mujer también caló en su literatura y no permaneció ajena a ese seudónimo masculino al que, a veces, se vieron abocadas brillantes autoras.

En el prólogo del primer tomo de la reedición de sus memorias que emprendió la editorial Renacimiento, Mariano Vergara explica cómo Mercedes Formica llegó a lograr en los años 50 la reforma de 66 artículos del Código Civil para que, por ejemplo, «en los domicilios de este país disminuyera el poder absoluto del marido, y si se producía una separación la mujer no fuese depositada otra vez en casa de sus padres o en un convento».

Fascinada desde su juventud por el discurso de Primo de Rivera, en sus memorias censuraba los planteamientos del caudillo y aseguraba que hubiese preferido la disolución de la Falange al «albondigón», que así es como ella llamaba a la unión de tradicionalistas y falangistas decretada por Franco. Es más, a la hora de abordar las diferencias existentes entre el dictador ferrolano y Primo de Rivera, la autora muestra su convencimiento de que el caudillo se negó a evitar la muerte del fundador de Falange y a aceptar el canje que le propuso la República: «¿Qué podía temer Franco de José Antonio?», llegó a cuestionarse.

Mercedes Formica también se rebeló contra la barbarie de la Guerra Civil. Mantuvo una estrecha relación con importantes poetas del 27 y clamó contra el fusilamiento de su admirado García Lorca: «Dos días después, 18 de agosto, asesinaron en Granada a Federico García Lorca. Durante mucho tiempo me resistí a creerlo», dejó escrito la abogada gaditana afincada en Málaga. Igualmente, su escritura se torna estremecedora y feminista cuando narra la pérdida de una amiga en pleno enfrentamiento fratricida: «En la guerra no sólo caían los hombres. Caían también las mujeres. En el bombardeo de Seseña, villa del cerco de Madrid, murió Luisa Terry, mi amiga de la infancia gaditana. Pelirroja, salpicada de pecas, ingeniosa y vital, encubría bajo su apariencia despreocupada la pena de la reciente muerte de su novio, Eustaquio Ávila, uno de los héroes anónimos que sucumbían a diario en las trincheras».

Además, expresó sus miedos en aquella España ensangrentada: «Mi propia situación no dejaba de ser inquietante. Vivía con el desasosiego del condenado a muerte, convencida de que podía morir. Bastaba que alguien descubriese mi fotografía junto a José Antonio, reproducida en varios diarios. Me atormentaba el peligro que, por mi culpa, corrían los míos y no sabía si, llegado el caso, pediría gracia o sucumbiría con dignidad...».

Concha Méndez: un mono manchado de tinta y un pantalón bajo la falda

En la travesía vital de la poeta de la Generación del 27 Concha Méndez (Madrid, 1898-Coyoacán, México, 1986), su vinculación con Málaga late entre la ausencia y el anhelo de que quizás era la geografía a la que estaban predestinados muchos de sus días, si la Guerra Civil no hubiera hecho añicos la lógica de un país. La relación la explica su nexo con el poeta, editor y cineasta malagueño Manuel Altolaguirre, con quien compartió el dulce amor y su amargo antónimo. El exilio y los versos editados en una 'imprentilla' que manchaba su mono de tinta también forjaron señeras estaciones cuando fueron compañeros de viaje. Concha Méndez se casó con Altolaguirre en Madrid en una boda en la que, ante la imposibilidad del más mínimo dispendio, la novia portaba un ramo de perejil, bajo las miradas de un acompañamiento en el que se concentraban muchas páginas de la historia de la mejor literatura española. No en vano, Juan Ramón Jiménez, Federico García Lorca, José Moreno Villa, Edgard Neville, Jorge Guillén o Luis Cernuda formaron parte de la nutrida nómina de testigos de aquel enlace celebrado durante la primavera de 1932.

En tiempos en los que era conocida como una de las fundadoras del Lyceum Club Femenino, a su marido se lo presentó García Lorca, aunque la escritora madrileña sabía ya perfectamente quién era, dado que en aquel momento Málaga ejercía, prácticamente, de capital poética en España: «De Manuel Altolaguirre ya me habían hablado en París, se había hecho famoso en su imprenta Sur de Málaga y con la revista Litoral gracias a la labor que estaban haciendo él y Emilio Prados. La imprenta era su oficio en donde quiera que estaba, un oficio del que hacía un arte. Por eso yo al conocerlo me interesé por la imprenta. Compramos a medias una máquina pequeña y la instalamos en una habitación en el centro de Madrid. Aquel sitio era el punto de reunión de los poetas. Ya casados, Manolo y yo tuvimos la casa y el taller en Viriato, 7. Yo me ponía un mono para trabajar, entonces no se le ocurría a nadie que una mujer anduviera de pantalones», relataba Concha Méndez en una entrevista publicada por el diario ABC en octubre de 1970.

Desde una juventud en la que Rafael Alberti fue su asesor literario hasta que ya convertida en confidente de Luis Cernuda asistió al fallecimiento del sevillano -que vivía en su casa de Coyoacán- Concha Méndez fue entablando amistad con muchos de los grandes poetas coetáneos. Y, pese a ello, su obra no fue valorada en su justa medida y ella vivió condenada a una inercia de olvidada 'sinsombrero'. El espejo que refleja la discriminación que sufrió remite a aquella anécdota que plasma su respuesta a Gerardo Diego, cuando el santanderino la apartó a ella y a otras mujeres de la antología que sirvió de trampolín al 27: «Tú nos excluirás, pero yo debajo de esta falda llevo un pantalón», le espetó.