En una extraña y desoladora semana en la que se consuma el suicidio personal y artístico de Plácido Domingo en una de las más torpes decisiones que se recuerdan en el mundo del arte, posiblemente mal aconsejado y movido por el pánico a su linchamiento y muerte anunciada, en unos días en que mientras el coronavirus, exagerada su virulencia por los medios, amenaza con una recesión mundial, el virus de la corona amenaza de nuevo con su clara intención de «más madera» y se discute una disparatada ley de libertad sexual cuya exposición de motivos podría resumirse en volver sola y borracha a casa, se estrena en el Teatro Cervantes una producción propia de La Favorita de Gaetano Donizetti, lo que sin ser comparable en la magnitud de los anteriores sucesos, si constituye un acontecimiento a nivel local por la escasa frecuencia con que ello ocurre.

La Favorita pertenece al género de la denominada grand opéra, un subgénero dentro del género operístico, que nace en Francia a principios del siglo XIX, impulsada por la grandeur de los éxitos imperiales napoleónicos y cuya realización exige la participación de un amplio elenco, cuatro actos, una orquesta de grandes dimensiones, la evocación de hechos históricos en la argumentación, la realización de, al menos, un ballet y grandes montajes, incluido un vestuario fastuoso. Para ello se necesita un gran escenario, un gran teatro y opulencia y oropel en abundantes cantidades. Como es natural, ello exige un esfuerzo económico de envergadura y hay que decir que, faltando la mayoría de elementos antes citados, La Favorita que he visto dos veces esta semana es un encomiable esfuerzo, una producción muy digna y un espectáculo que merece la pena ser contemplado, a pesar de algunas carencias normales en el Cervantes, que vuelven a plantear la necesidad perentoria del auditorio, si se quiere poner a Málaga al mismo nivel de capitales de provincia españolas con menor población y escasa relevancia cultural en otros campos.

Curro Carreres ha llevado a cabo una minuciosa disección de la obra, con un planteamiento que, en mi opinión, funciona mejor en la primera parte que en la segunda -los cuatro actos han sido acoplados en dos con buen resultado- pero que, en general, es brillante. El ballet no terminó de convencerme. Creo que la bellísima música de Donizetti pide un ballet clásico, o escuela bolera española, para estar a la altura de un elenco que posiblemente sea uno de los mejores que se pueden reunir hoy en nuestro país. El resto del montaje funciona muy bien, cuando muestra, en un alarde de inteligencia, la evolución del montaje operístico a lo largo de la Historia, desde lo más clásico y ortodoxo a la simplificación máxima, en una heterodoxia que dota a la escena final de un dramatismo impactante.

La interpretación de Ismael Jordi es bellísima, con un precioso timbre de voz, que en momentos puede recordar al inmortal Kraus, y al que hasta su figura física acompaña en el rol de Fernando. Es realmente reconfortante comprobar cómo y de qué forma han cambiado las pautas y cánones de belleza en el escenario, cuando hoy no se acepta a divas de descomunales proporciones y orondos varones, que mutuamente mueren de amor unos por otras en una labor imposible de creer. La belleza y el estilo de un intérprete son hoy casi imprescindibles para triunfar en cualquier actividad de la vida y la ópera no es una excepción. Piensen en Elina Garanka, en Sonia Netrebko o en la propia Nancy Herrera. Y con los hombres sucede igual. El culto a la belleza empieza hoy en el cuerpo.

Mi querida Nancy Herrera ha sufrido una afección de garganta, posiblemente acrecentada por este espantoso invierno del que estamos disfrutando en Málaga, que le provocó una absoluta afonía al llegar aquí. Y a pesar de ello ha llevado a cabo una interpretación del papel de Leonor realmente heroica, a base de tesón, fuerza de carácter indomable y técnica prodigiosa. Solo así se aguanta en el escenario como ella lo hizo el primer día. El viernes mejoró ostensiblemente. Y sobre todo hay que destacar su extraordinaria capacidad dramática. Cada actuación de Nancy Fabiola Herrera es un prodigio como actriz. Su dramatismo en la escena final, tirada en el suelo, arrinconada, abandonada, moribunda, rendida de amor, recordaba a las grandes actrices del teatro clásico, como una Medea, aportando unas dosis de desfondamiento físico que me traía a la memoria el teatro griego. Hay algo trágico en el fondo de ese hermoso cuerpo, esa voz desgarrada, brillante y pura, e incluso el traje negro masculino que luce en la escena final, que la dotan de una fuerza extraordinaria y una emoción incontenible. Grande Nancy.

He dejado para el final a Carlos Álvarez, al que conocí hace muchísimos años gracias a Francisco Vega, en el memorable montaje que Emilio Sagi hizo de La del manojo de rosas, que recorrió muchos grandes teatros del mundo y que ojalá algún día se retomara. El caso de Carlos me recuerda a Rafa Nadal. La sencillez de ambos, la ausencia de divismo, el hecho de ser asequibles en su grandeza, amables y cariñosos, son realmente encomiables. Son un ejemplo de lo que Hernando del Pulgar llamó en el siglo XV «claros varones de España». El trabajo, el esfuerzo, el ser inasequibles al desaliento y la voluntad de «resucitar» de entre los muertos, por no utilizar la manida frase del ave fénix, les han llevado a la gloria de nuevo, tras gravísimos problemas en su salud física. Carlos Álvarez está en sazón, en plena madurez, llena y domina el escenario con su sola presencia, se siente seguro de si mismo y su voz ha alcanzado un nivel de limpieza, de altura, de claridad y calidad, con un fraseo tan impecable -en esto los tres grandes personajes rivalizan- que su italiano es perfectamente comprensible sin necesidad de mirar la traducción. Y en este caso también su gigantesca figura encarna a la perfección al personaje de Alfonso XI de Castilla, en una prodigiosa interpretación dramática y vocal. En el escenario es literalmente el Rey. Y en mi opinión, es un sólido aspirante a ocupar el trono que ha dejado vacante Plácido Domingo. Lo digo sin ninguna exageración, con absoluta claridad, movido por la razón y ausente en este caso de cualquier connotación afectiva. Puede, debe y tiene que serlo. Grande Carlos.

Decía antes que he visto dos veces La favorita. Queda una tercera representación y a ello ha contribuido el incremento de aportación económica, que la Fundación Unicaja está llevando a cabo en la temporada lírica del Cervantes. Y ello me lleva a hacer algunas consideraciones en torno al mundo de la lírica y de la música en Málaga. El día de la primera representación no se llenó el teatro. Un teatro pequeño, con un elenco que como antes decía es uno de los mejores que pueden componerse actualmente en España, con Carlos que es malagueño, con una ópera como esta y una población de seiscientos mil habitantes solamente en la capital, sin contar la conurbación de la costa, es sencillamente imposible de creer. El viernes el teatro estaba abarrotado. Algo falla y habría que estudiarlo. No sé si es que la gente prefiere tomar cañas y calamares fritos -ay, este constante olor a fritanga del centro histórico- o que las leyes educativas han hecho estragos, o esta forma de vida de la imagen instantánea y poco más, no sé. Esto no ocurre en ciudades pequeñas con larga tradición de grandes temporadas y afición masiva, pero que cuentan con grandes recintos dedicados a la música. No se si es que la publicidad es escasa, que no se dan a conocer suficientemente los espectáculos. No sé qué ocurre. Porque por otro lado, mi experiencia me lleva a constatar que la gratuidad franquista o soviética, mueve a la gente a salir de casa. Y el arte no puede ser gratis, porque cuesta mucho dinero y mucho esfuerzo. Posiblemente todo sea un problema de todo lo dicho anteriormente, unido a un escaso nivel educativo de los malagueños, que mantienen una de las ciudades más sucias, llenas de grafitis, cables, anuncios abandonados y marquesinas herrumbrosas de nuestra país. Es sencillamente intolerable que el bellísimo edificio del Centro Andaluz de las Letras, en el que esta semana un grupo muy numeroso de personas hemos llevados a cabo un homenaje a Mercedes Fórmica, presente un estado tan deplorable como el que presenta exteriormente, a base de decenas de pintadas realizadas por zangolotinos ágrafos y analfabetos funcionales, que van de artistas por la vida, gracias también a la protección que la no aplicación de una legislación que debe existir, e incluso el fomento de la «creatividad» por parte de instituciones oficiales, llevan a que la ciudad sea una muestra del mas execrable gusto. A ver si vamos entendiendo que el turismo y la cultura tienen y deben ir unidos porque en el caso de Málaga son simbióticos. Pero son cosas diferentes. Y una ciudad turística, que vive y muy bien por cierto de la cultura, no es una ciudad culta. De ninguna manera. El turismo llena los bolsillos. La cultura llena el espíritu. Y nos hace mejores personas, como dice mi hermano Agustín, gran psiquiatra.

Y una petición al público del Cervantes. Sean educados, respeten a los artistas y a su trabajo. No se levanten al terminar el acto para salir huyendo como alma que lleva el diablo. Esto es penoso. Si van a la ópera sin gustarle y para que les vean, no olviden que los que sí la amamos, lo vemos. Y aquí todos nos conocemos. Lo peor que puede hacer alguien que va la ópera para que lo vean entrar es salir corriendo. Porque quedan retratados. Son unos malos actores y muy mal educados.

La Favorita€ La corrección política que recorre las mentes y los medios de este país, puede que, a este paso, algún día pueda ser prohibida, junto con Tosca, La Traviata y gran parte del repertorio operístico mundial en el que la mujer aparece siempre en situaciones o caracterizaciones, no aceptadas hoy en día. Espero que imperen la cordura, el conocimiento y el estudio. Recuerdo un prodigioso artículo del gran Umbral no mucho antes de morir, que dedicó a Isabel Preysler y hablaba de ella, rendido a sus pies, como «la última gran cortesana de España». Hemos ido hacia atrás irremisiblemente. Todos sabemos quién ocupa ese lugar en nuestra envilecida patria. La diferencia es tan abismal que solo aspira a lo que ella misma ha manifestado esta semana. No hace falta decirlo de nuevo. Supongo que esta pareja no tienen acciones en ningún garito, o compañía productora de alcohol de garrafa. El problema es simplemente una cuestión de ignorancia.