Pequeños apuntes personales sobre estos días raros que empiezan en nuestra ciudad.

1. No me había enterado de nada de lo del Aplauso Sanitario cuando, a las 22.00 horas, viendo en el silencio casi absoluto de mi piso 'First reformed', de Paul Schrader (sí, ya sé que no es la película más amable que podía haber elegido), escucho una ovación que va de moderada a notable con vítores entre los que alcanzo a oír «¡Vivan nuestros médicos!» y un cántico eufórico: «¡A por el virus, oé / A por el virus, oé/ A por el virús, oé / A por el virus, oeoeé». La gente recurre a lo que tiene más a mano, a lo que le conforta, al símbolo poético o a la dialéctica futbolera, cuando apremia lo verdaderamente chungo. Buscamos, por tanto, el gol de Iniesta, ojalá no en la prórroga.

2. Paseo hacia la redacción por algunas céntricas calles de Málaga y veo a algunos vecinos asomados a las terrazas de sus casas, sentados en sillas, atentos al espectáculo de la nada. Nuestra ciudad, habituada tradicionalmente al horror vacui, ni siquiera deja de mirar al escenario cuando no hay nadie sobre las tablas.

3. Mi vecina de abajo es una joven enfermera con dos grandes problemas: el primero, ya lo saben, el coronavirus al que se enfrenta, me dice, en turnos de 72 horas y con una dotación logística escasa, por ser fino: comenta que si no llega a ser por una donación de la comunidad china de mascarillas y el resto de componentes del kit básico anticoronavirus, irían a trabajar a urgencias poco menos que a pecho descubierto. El segundo asunto que afronta mi vecina no es menos acuciante: mi hijo de 3 años, fan de The Beatles, los agujeros negros y Vivaldi (¡Gloria in excelsis deo!) lleva ya casi una semana confinado en casa (ha empalmado una afección leve por la que causó baja en la guardería con el decreto del Estado de Alarma) y comienza a manifestar síntomas de zoocosis, con frecuentes episodios de carreras indoor (¿quién ha dicho que la Media Maratón se ha suspendido?), conciertos de clásica que ni los del Proms y cachondeo alocado en general. Suerte, vecina: podremos con el peque. También con el virus.

4. Sigamos con los chinos. Comienzo a creer que si Dios existe, es chino. Me acuerdo de cómo nos reíamos cuando los turistas de ojos rasgados, pegados a sus cámaras, se pasaban el día haciendo fotos de los lugares que visitaban; la cosa ha resultado ser un anticipo de nosotros mismos, taytantos años después, con nuestros móviles, de selfi en selfi. También me acuerdo de nosotros, listillos, llamando exagerados a los orientales cuando se pasean por ahí con mascarillas para evitar la polución, un virus o contigencias de todo tipo. Nunca falla: lo que hacen los chinos es lo que haremos nosotros décadas después.

5. En estos primeros días del Estado de Alarma llama mucho más la atención el silencio que el vacío. Porque solemos asociar el casos al estruendo, ¿verdad? Ahora, uno caminando, uno se da cuenta de que llevaba mucho tiempo sin escuchar sus propios pasos. Y recuerda esta frase de John Steinbeck en De ratones y hombres: «En un momento dado el tiempo se detuvo y ese momento duró más que cualquier otro. Y el sonido se detuvo, y el momento se detuvo durante mucho tiempo, mucho más tiempo que un momento». Justo ahí estamos.

6. Le dijo una vez Josep Pla a Baltasar Porcel: «De joven me pasé una cantidad de tiempo muy apreciable contemplando el paisaje e intentando describirlo luego. El año de la gripe, el 18, me situaba en cualquier rincón de estos campos, a resguardo del viento, y quedaba absorto, fascinado, ante las formas, los colores. No puede usted imaginarse con qué intensidad sorbía el paisaje, tan cerca como estábamos todos de la muerte...».

7. Y en medio de todo este caos silencioso, el berrido de un bebé en el Hospital Regional ha debido de sonar a polifonía de Thomas Tallis. Su madre tiene coronavirus, y le tuvieron que practicar una cesárea de urgencia. Dentro de unos años le contará la peripecia a la peque y ambas sonreirán (la madre, un poco menos).

Ánimo a todos y todas.