­Mientras todo un país en cuarentena clama por quedarse en el hogar y respetar el confinamiento para frenar los contagios por el Covid-19, solo en Málaga capital se calcula que al menos unas 140 personas viven en la calle.

Se trata del «sinhogarismo invisible» que denuncia la Agrupación de Desarrollo para personas sin Hogar, aunque es difícil saber co exactitud a cuántos ciudadanos afecta. «Las personas sin hogar, que cuentan con una esperanza de vida 30 años inferior a la de la población en general, muchas de ellas con enfermedades crónicas y discapacidad, las sitúa dentro de uno de los colectivos de más riesgo a la hora de contraer el virus», sostienen estas entidades sociales.

Por ello, estos días la labor de los comedores sociales es aún más crucial para paliar la vulnerabilidad de los malagueños más desfavorecidos, ya no solo de aquellos que no cuentan con un techo, sino de familias que se han visto gravemente afectadas por los efectos de la pandemia: «Viene más gente y necesitamos de todo», afirma Ana, voluntaria de los Ángeles Malagueños de la Noche desde hace años. «Ya vemos a familias que tenían a los niños en el comedor del colegio, ahora están en casa y no tienen para darles de comer».

Los ocho voluntarios de esta entidad social atienden toda la primera semana de cuarentena con la misma mascarilla desechable, no tienen guantes para todos y han tenido que fabricarse su propio gel desinfectante de manos, pero aseguran que seguirán «al pie del cañón».

«No vamos a dejar a esta gente», cuenta Belén, cocinera de los Ángeles Malagueños de la Noche desde hace 12 años. «A pesar de esto, seguiremos alimentando a la gente de Málaga», subraya. No obstante, las circunstancias les han obligado a cambiar las rutinas y adaptar los servicios. Ahora, toda la comida es envasada y se reparte individualmente, por lo que el comedor está en desuso. Aún así, reparten más de 300 comidas al día y, aseguran, necesitan ayuda.

Para continuar dando servicio, los Ángeles necesitan envases de plástico, leche, zumos individuales y de litro, botellas de agua, bollería, mantequilla, queso, pan, embutido... y cualquier medida de protección, tanto mascarillas, guantes como productos de limpieza.

Doble vulnerabilidad

El Comedor de Santo Domingo también ha tenido que reorganizarse para «dar respuesta a la situación». El director del comedor, Pablo Mapelli, cuenta que han suspendido todas las actividades sociales de la organización para dedicarse en exclusiva a garantizar las comidas, ya que ahora no cuentan con el equipo de entre 15 y 20 voluntarios que suele colaborar con ellos normalmente: «A las familias que atendemos les suministramos todo lo que necesitan de alimentación, higiene, primera necesidad... para que puedan estar en casa una semana. Las personas sin hogar se llevan la bolsa con el desayuno por la mañana, y a mediodía, la comida que preparamos aquí y las cenas».

Según la organización, la principal preocupación es la «doble vulnerabilidad» de las personas sin hogar, por el hecho de vivir en la calle y el riesgo de contagio. Por eso, sostienen que están «a la espera» de que la Administración pública habilite un espacio para que puedan resguardarse: «Nos consta que va a ser lo antes posible».