El pasado sábado, en mitad de una lluvia que disolvía el recuerdo de los días previos con sol, el responsable de esta sección tuvo que atravesar la calle Nueva rumbo al trabajo, en la sede de calle Salvago.

Como concluirán, calle Nueva nada tenía que ver con la animación de otros días. Ya saben, normalmente resulta difícil avanzar entre compradores, curiosos y voluntarios de ONG, que buscan socios en una calle tan concurrida. La gran operación urbanística de la Málaga de los Reyes Católicos, la 'calle Larios' del siglo XV, estaba más sola que la una.

Se echaba en falta el bullicio e incluso el triste soniquete de ese cubo con monedas que sostiene en la boca ese hombre que desde hace tantos años pide, sin brazos, a la puerta de una tienda. Se trata de un vecino de Churriana Ahora, se ha quedado sin clientes y sin calle.

Pero los pensamientos del autor de estas líneas se dirigen, sobre todo, a un asiduo de calle Nueva y la plaza de Félix Sáenz. Se trata de Foster, un joven ghanés en silla de ruedas que se gana la vida vendiendo periódicos.

Hubo un tiempo en que tenía sus cuarteles en la calle Beatas y allí, con la idea de que se conociera su caso y pudiera encontrar algún trabajo, el firmante le hizo un reportaje, tras el que salió su actual ocupación.

Foster Yaw Bediaco nació hace unos 35 años en Acra, la capital de Ghana, en el Golfo de Guinea. Afectado desde niño por la poliomelitis, en su país se movía con muletas de madera.

Perdió a su madre en la infancia, así que tuvo que buscarse la vida y dejar el colegio a los diez años.

Trabajó de cocinero y zapatero y un buen día en que vio un programa sobre España en la televisión, comunicó a su padre la intención de marcharse a nuestro país. En contra de la previsión de su padre, que no creyó que pudiera llegar a la Península Ibérica, Foster, que entonces tenía 23 años, llegó a Senegal para, en patera, arribar a Mauritania y por el mismo medio, hasta Marruecos. Cuando tenía que desplazarse por tierra, cuenta que utilizaba la fuerza de las manos.

De Marruecos consiguió llegar hasta las Islas Canarias y tras ingresar en un centro de internamiento, fue enviado a Madrid. La playa y la cercanía con África le animaron a instalarse en Málaga, donde vive desde hace unos 13 años. Un malagueño de buen corazón le costeó los 1.500 euros de su silla de ruedas. Su sueño, contaba en ese reportaje, era poder volver a Ghana de visita a ver a su padre y sus hermanos, a los que no ve desde 2007.

Foster, la amabilidad y el optimismo en persona, lo debe de estar pasando peor que muchos de nosotros, pero tanto ha luchado por vivir de forma digna en Málaga, que, servidor está convencido de que lo superará y, de nuevo, lo veremos ganándose la vida con el reparto de periódicos y sonrisas.

Ojalá que sea muy pronto.