Pese a que los museos de Málaga están cerrados, con un poco de paciencia podemos disfrutar no sólo de paseos virtuales gracias a su página web, también localizar piezas llenas de Historia, no sólo por los años que acumulan, además porque el azar ha hecho posible que terminen en un museo y no hayan sido destruidas.

El caso más conocido en la Historia de Málaga lo tenemos en los fragmentos de sendas leyes de la época flavia que regían los municipios romanos de Malaca y Salpensa.

Como todos saben, sendas tablas de bronce fueron localizadas en octubre de 1851 en uno tejares de El Ejido. Los trabajadores que las localizaron las vendieron al peso a un fundidor de calle Compañía. Amalia Heredia y Jorge Loring pudieron comprarlas y salvarlas de la destrucción. Así, dieron a conocer al mundo, de la mano del abogado Manuel Rodríguez de Berlanga, los primeros fragmentos conocidos de leyes municipales romanas.

Desde 1897, por su importancia, tienen un merecido y lógico sitio de honor en el Museo Arqueológico Nacional.

En el Museo de Málaga podemos localizar otra pieza romana, mucho más humilde, pero que también fue salvada de un final humillante no hace tanto, hacia finales de los años 70 del siglo pasado, gracias a un par de estudiantes de La Palma.

Se trata de una inscripción funeraria que recuerda al joven Grattio Nativo, que nos dejó hace muchos siglos, cuando sólo tenía 17 años. La inscripción, que sigue la fórmula clásica con la que se despedía a los seres queridos en tiempos de Roma, se acuerda en primer lugar de los dioses manes, los dioses protectores del hogar y tras dar el nombre y la edad del fallecido, informa de que fue «piadoso para los suyos», para concluir con una hermosísima frase, que para los romanos era como nuestro 'descanse en paz': «Que la tierra te sea leve».

Como recordaban en 1980, en la revista 'Baetica', Encarnación Serrano Ramos y Pedro Rodríguez Oliva, la pieza había sido localizada nada menos que en una escombrera junto al entonces Colegio Nacional La Palma, un terreno que era utilizado por varias obras del Centro Histórico para desprenderse de 'excedentes'.

La profesora del colegio, doña Emilia Delgado, con un grupo de alumnos, fue localizando en esa montaña de escombros piezas notables, la mayoría de época musulmana y fueron dos de ellos, Luis Niño y Antonio Llorente, quienes dieron con la lápida funeraria en latín. No pudo localizarse la zona de procedencia, pero probablemente de algún céntrico solar.

Por su relevancia la lápida pasó al Museo Arqueológico, por entonces en la Alcazaba y tras dormir el sueño burocrático de los justos, despertó en el Museo de la Aduana. Datada a partir de la segunda mitad del siglo I d.C, quién sabe si el joven Grattio no fue contemporáneo de la Lex Flavia Malacitana. Dos colegiales del siglo XX salvaron su memoria de un oprobioso final.