Si uno le pregunta a un joven de hoy si ha comido alguna vez una algarroba, lo más probable es que antes de responder refleje en su semblante una expresión de sorpresa y reflexione antes de responder. Se preguntará: ¿Comer una algarroba? Eso es lo que comen los cerdos para engordar.

Si la pregunta se le formula a un persona de cierta edad -¡que forma más elegante de no decir viejo!-, seguramente respondería que en su lejana niñez, cuando compraba chucherías en el tenderete que se situaba a la puerta del colegio, alguna vez compró algarroba, que era uno de los productos que se ofrecía a los niños.

Las algarrobas formaban parte de la oferta, integrada por garbanzos tostados, avellanas (‘arvellanas’ pregonaba el vendedor), altramuces (‘chochitos’ en Málaga), chufas (‘alcatufas’ para la mayoría), ‘palodú’ (palo dulce, regaliz u orozuz), ‘cañadú’ (caña dulce)… y algarrobas, porque entonces se consumía como una chuchería más.

Y si la misma pregunta se le hace a un superviviente de la Guerra Civil (1936-1939 y su prolongación hasta 1942 o 43) le contará una historia de los años del hambre, de la miseria, de la escasez… ¡Claro que comíamos algarrobas e incluso bellotas porque faltaba de todo!

Esa misma persona u otra de la misma época le revelaría que los fabricantes de chocolate, ante la escasez de cacao, incorporaban la algarroba en la composición del chocolate. Y una famosa fábrica de galletas, para conservar el prestigio de sus productos, recurrió a una hábil estrategia. Mantenía la marca pero agregaba la palabra «aproximación» para advertir que no era de la misma calidad, sino que se aproximaba.

La algarroba, aparte de alimentar al ganado porcino, se usa para la elaboración de algunos medicamentos.

El maíz

Curiosamente, en esa misma época el maíz, como tal, no se consumía de forma directa. La harina de maíz se utilizaba para la elaboración de pan. Como el trigo escaseaba, después de haberse usado como un ingrediente más del alimento por excelencia, llegó un momento en el que el pan era solo de maíz.

Se elaboraban unos panes de amarillo rabioso en forma de cubilete o magdalena y, puedo afirmarlo porque lo comí, aunque era incomible. Ni tostado, ni con aceite, ni con mermelada. Hasta entonces, el único maíz que tomaba la población malagueña era el de las rosetas, lo que ahora se conoce por palomitas de maíz, esas que se venden en enormes bolsas en los cines para perfumar las salas del olor que desprende y contribuye a la imparable obesidad de los niños y niñas.

Una malagueña que fue a Estados Unidos hace cincuenta años se sorprendió al descubrir que era habitual comer maíz cocido o tostado directamente de la mazorca.

Sus primeros conocidos en Estados Unidos y Canadá, ante el descubrimiento de la española de cómo se consumía el maíz en esos países, se interesaron por cómo se comía el maíz en España.

Por decoro no se atrevió a responderles que el maíz solo lo comían los cerdos. Claro que en aquellos lares, hace medio siglo, la cultura geográfica debía ser muy pobre, porque un matrimonio canadiense le preguntó cómo había hecho el viaje de España a Canadá: ¿En tren? Sugirió.

Bueno, esto en España va a pasar cuando un canario pregunte qué es un río porque en el plan de estudios de las Islas Afortunadas se eliminan los ríos porque allí no los hay. Y no digamos cuando los niños educados en Cataluña no sepan que el río Ebro (ellos dicen Ebre) nació en Reinosa, y que pasa por Zaragoza.

Ahora, el maíz, en España, aparte lo apuntado en el párrafo anterior, se consume de todas la maneras. Es un ingrediente más de las ensaladas, se vende a granel o envasado y forma parte del condumio diario.

Quizá en el archivo de la Cofradía de la Cena, de nuestra Semana Santa, se conserve alguna fotografía de la salida procesional de los años 41 o 42 en la que sobre la mesa de la Última Cena, Jesús y sus apóstoles sobresalían algunas unidades del pan de maíz que se elaboraba en forma de cubilete de un amarillo reluciente pero difícil de comer. No había otro pan en el comercio malagueño. Ahora en la mesa sacramental se colocan piezas de pan… no sé si de pan-pan o el enriquecido con ajo, castañas, nueces…

Hoy encontrar un pan que sea solo pan es tan difícil como localizar un yogurt natural porque todos tienen edulcorantes, sabores, trocitos de fruta, colorantes, conservantes y cosas difícil de leer porque la composición está en letras tan pequeñas que se necesita una lupa.

Volviendo al trono de la Cena Sacramental, si algún hermano de la cofradía hurga en el archivo fotográfico, tal vez halle una foto que avale mi recuerdo.

De verdad

Todas estas historias no son invento del autor de las Memorias de Málaga. Responden a tiempos un poco lejanos que muchos lectores no han conocido por suerte para ellos. Traerlas a estas páginas es para ilustrar e informar a los que se entretienen leyendo mis historias no publicadas en parte alguna porque no son importantes, son pinceladas del pasado, unas olvidadas y otras desconocidas.

No están en la historia escrita de Málaga porque son irrelevantes; si insisto en ellas es porque a malagueños de mi edad les devuelve a añorados años, y a los malagueños de hoy porque aumentan el conocimiento de la ciudad en la que nacieron o que eligieron para vivir.