Anda el país consternado por la magnitud de la crisis del coronavirus. Nadie lo vio venir y los expertos que susurraban horrores a los oídos de nuestros políticos hoy se han revalorizado ante una opinión pública que asiste perpleja al goteo incesante de nuevos casos de infectados, muertos y curados, así como a la sangría económica en la que se van a convertir estos meses, ansiando, casi todos, la tan querida recuperación en 'V' y rechazando la salida de esta historia en 'L'.. De ello depende, por tanto, una recuperación más rápida y eficaz o, por el contrario, una lenta y sinuosa, con la repercusión que ello está teniendo ya en el empleo o en el poder adquisitivo de muchas familias que siguen maltrechas debido a la crisis de deuda de 2008, aunque ahora, según los propagandistas del Gobierno, la diferencia es que se rescata a las personas y no a los bancos.

Las crisis, como suele decirse, encierran también oportunidades, atajos que llevan a quien los coge a revalorizar sus respectivas carreras y a reinventarse. La comunicación de crisis ha alcanzado estos días el paroxismo y todos los líderes, de una administración a otra, azuzan a las masas desde sus respectivos púlpitos empleando un lenguaje bélico basado en el impagable ejemplo de Winston Churchill ante la debacle inglesa del primer tramo de la II Guerra Mundial. Las alusiones al «sangre, sudor y lágrimas» del viejo león inglés, sus discursos animando a su país a luchar en los ríos, en las playas y allá donde sea necesario contra la tiranía nazi, o esas frases compartidas en decenas de redes sociales reivindicando el viejo dicho del ex primer ministro británico asegurando que «nunca tantos debieron tanto a tan pocos» ofrecen hoy una pantalla de supervivencia a través de la cual muchos creen poder salir indemnes o, al menos, enfrentar unidos una situación que nos ha desbordado.

Pedro Sánchez, presidente de un Gobierno con dos almas -si no más-, ha apostado por la verborrea en cada una de sus comparecencias, protagonizando ruedas de prensa maratonianas en las que las caras compungidas, la épica del discurso y la promesa de un horizonte complejo y descarnado han entroncado con los anhelos de una población ávida de certezas en un tiempo que sólo puede prometer, como diría Adolfo Suárez, incertidumbres.

Se ha revalorizado, claro, la figura de Juan Manuel Moreno Bonilla, presidente de la Junta de Andalucía, uno de los pocos líderes españoles -del conjunto de las autonomías- que se ha atrevido a situar el fin del confinamiento a finales de abril o mediados de mayo. La Junta, de hecho, ha trabajado con tres escenarios distintos según el número de contagiados con el fin de dotar a cada uno de ellos con más o menos recursos y ahora Andalucía se dirige al segundo de esos escenarios, el horizonte de los nueve mil afectados. Moreno ha optado, como decimos, por hablar claro y no poner paños calientes a la situación. A la llamada del presidente del Gobierno central a esperar días muy duros, Moreno ha opuesto la lógica del realismo y extendió esos días malos hasta esta Semana Santa, que comienza hoy, sin que nadie sepa muy bien si la curva de infectados debe comportarse de una forma u otra, sobresaltados todos por sus crecimientos y decrecimientos casi diarios. Algunos se afligen ya con su simple lectura, como ocurría con la prima de riesgo a mediados de la pasada década.

En el Ayuntamiento, claro, el alcalde, Francisco de la Torre, se ha puesto los ropajes de líder. Tras el pasado mandato, que fue titubeante y escasamente magro en logros reales, algo que se deriva también del exiguo y precario pacto con Ciudadanos, el regidor malagueño entró en estos nuevos cuatro años con un frenesí gestor que se refleja, directamente, en la hiperactividad de algunas de las áreas de gobierno, sólo interrumpida por la magnitud de esta crisis: hablamos de Economía y Hacienda o Urbanismo, dos de los espacios de gestión que han cobrado vigor debido al buen hacer de su capitanes, Carlos Conde y Raúl López.

El mandatario malagueño y su equipo han tenido que hacer frente a un 2020 demasiado convulso: con la celebración de la Gala de los Goya, y los problemas técnicos que se vivieron pese al indudable éxito cosechado en términos de imagen de ciudad, un espectáculo que coincidió con las lluvias que convirtieron Campanillas en un erial y que pasó factura, al menos en los primeros días posteriores, en forma de críticas negativas de la oposición, que trató de forzar incluso una comisión de investigación.

Hace tiempo que ya no recordamos aquellas imágenes de Rudy Giulani, exalcalde de Nueva York, hablando con los medios en canutazos improvisados a los pies de lo quedó de las Torres Gemelas tras el atentado terrorista del 11 de septiembre de 2001; ni las imitaciones de esa situación con el exalcalde de Madrid Alberto Ruiz Gallardón cuando ardió el edificio Windsor y el entonces regidor madrileño dio aquella célebre rueda de prensa en los bajos del edificio carbonizado, en una intrépida y genial campaña de comunicación. El alcalde, tal vez sin pretenderlo o pretendiéndolo, ha tirado en estos días de encierro de épica y, además de innovar en comunicación con las ruedas de prensa por videoconferencia (mención especial merece el buen y esforzado trabajo de Jesús Espino y su equipo), ha estado muy presente en el día a día de la ciudad, aunque fuera desde casa. Dice que ha hablado con muchos empresarios y representantes institucionales para coordinar la respuesta a la crisis del coronavirus, lo mismo que los concejales del equipo de gobierno han mandado vídeos continuos de sus respectivas área de gestión. El regidor malagueño es consciente de que, aunque estas situaciones sean desgraciadas, la madera de un líder se mide en ellas y los estrategas de la comunicación política han asesorado con eficacia proyectando la ya alargada sombra del alcalde a todos los rincones de la ciudad. El otro día, sin ir más lejos, y después de darle muchas vueltas -en eso De la Torre no cambia- presentó un enorme paquete de medidas económicas en forma de Plan Marshall con bonificaciones y aplazamientos del pago de 200.000 recibos, por ir a la letra gruesa.

En la orilla socialista, Daniel Pérez cree que se necesitan más medidas y ya propone abiertamente reelaborar las cuentas municipales de 2020, aunque el equipo de gobierno, para reactivar la economía municipal y tratar de que el agujero fiscal sea el mínimo, prefiere las modificaciones de crédito puntuales y el gasto de emergencia. Pérez, por cierto, y sus concejales, han mantenido un amable y cortés silencio para no hacer política en una situación dantesca en la que muchos malagueños han perdido a los suyos o tienen a familiares enfermos o, por otro lado, ven peligrar su puesto de trabajo por la endiablada depresión que se nos viene encima. Eso sí, no han dejado de hacer propuestas sin parar y eso es de agradecer, más en un contexto como este. Pérez, claro, ha estado al teléfono con empresarios, políticos y el equipo de gobierno, haciendo continuas videoconferencias y reflexionando sobre cómo, desde la oposición, se puede abordar la salida de esta situación.

Un perfil más crítico, pero sin rozar ni de lejos un tono irrespetuoso, ha sido el de los ediles de Adelante Málaga. Eduardo Zorrilla y Paqui Macías, también Nicolás Sguiglia, han estado al quite para pedir apoyo a los más vulnerables y denunciar el desarrollo de Ertes en determinadas empresas adjudicatarias de servicios municipales. Todo el mundo ha estado a la altura que se esperaba o presuponía, aunque si hay que felicitar a un colectivo esos son los sanitarios: gracias, de todo corazón.