En una reciente novela, con el exótico título de Qualityland, Marc-Uwe Kling, imagina un mundo en el que los países han optado por transformarse en gigantescas marcas comerciales, como es el caso de Qualityland, una nación conocida en el pasado como Alemania.

En el mundo ideado por Kling, las grandes empresas tecnológicas han logrado manipular y entontecer a millones de clientes, que reciben en su casa de forma continua aparatos de todo tipo, los hayan pedido o no.

Es imposible saber si la novela se hará realidad o si se quedará en sátira. En cualquier caso, dejen al firmante prever con modestia que en una ciudad como Málaga, a lo largo de este siglo, contaremos en el sentido más pleno con una 'Smart City' o su equivalente, con una ciudad inteligente desde el punto de vista tecnológico, más allá de las tímidas evidencias de nuestros días, pero a la vez, la 'Smart-City' en versión ampliada convivirá con zonas en las que nuestros descendientes constatarán una Málaga muy poco espabilada.

Y así, está por ver que a lo largo de este siglo los sucesivos equipos de gobierno del Ayuntamiento o bien más altas instancias logren convencer a las compañías de electricidad y telefonía a meter bajo la superficie la marabunta de sus instalaciones tercermundistas, que como despojos colgantes pueden verse en tantos puntos de la ciudad, pese a que luego nos bombardeen con eslóganes publicitarios en los que nos insisten, están a la vanguardia de todo lo que se menea.

Y como ejemplo, un botón. Una foto que nos envió un lector el otoño pasado y que se corresponde con la pequeña calle Virgen de la Servita, en Carranque.

En ella se evidencia una chapuza coordinada, pues alguien se ha encargado de asfaltar la calle a la pata la llana, como buenamente ha podido y sin temor a obstáculo alguno mientras la compañía de la luz o el teléfono ha mantenido contra viento y marea la antigualla de ese poste que bien podría ser ya una pieza museística -habría que esperar, eso sí, al análisis de la madera-.

El detalle maravilloso de esa barra de metal que hunde sus raíces -literalmente- en el asfalto no deja de ser un sentido homenaje a Pepe Gotera y Otilio, la inolvidable pareja dibujada por Ibáñez.

Pero quién sabe si pronto habrá tantos ejemplos sangrantes como mociones pidiendo que dejemos de convivir con una tecnología que ya dominaba las calles de Hollywood hace más de un siglo, cuando los postes competían con las palmeras en altura.

El día en el que en barrios ahogados de cables como La Luz, La Paz o Las Delicias se vean libres de esta estética atrasada y degradante podremos decir que habremos entrado en el siglo XXI. O en el XXII, vistas las ganas de acabar con este antediluviano estado de revista.