El 5 de febrero de 1812, las tropas francesas, encabezadas por los lanceros polacos a caballo del general Milhaud, hacían su violenta entrada en Málaga por el Camino de Antequera, El Perchel y la zona de Santo Domingo. Los invasores permanecerían en la capital hasta el 27 de agosto de 1812.

Numerosos investigadores han analizado qué pasó en esos dos años y medio de ocupación napoleónica. Gracias al libro 'Análisis de una coyuntura negativa. Consecuencias económicas de la ocupación de Málaga por los franceses (1810-1812)' de Antonio Carmona Portillo, doctor en Historia y catedrático jubilado de instituto, pueden conocerse a fondo los apuros económicos que pasaron los malagueños en ese periodo de la Guerra de Independencia, así como otros datos, algunos de ellos sorprendentes.

La obra, publicada en 2017 por Ediciones Genal, es fruto de cuatro años de investigación y como curiosidad, tiene como precedente una novela histórica del autor, ‘Hijos de la discordia’, publicada en 2008 y que rescata la Málaga de la invasión napoleónica.

«Me interesé por este asunto a raíz de tres jornadas internacionales que se hicieron durante el bicentenario de la Guerra de la Independencia. Siempre me ha gustado mucho la historia de los números, lo que se saca de ellos, y pensé que lo mejor era escribir un libro sobre el aspecto económico, del que hay muy poco», cuenta este investigador ceutí de 71 años, residente en Málaga desde hace más de cuatro décadas y antiguo profesor de los institutos Sierra Bermeja, El Palo y Mediterráneo de la capital.

Como detalla, antes de la llegada de los franceses, la situación económica en Málaga ya era «muy mala por las epidemias como la de fiebre amarilla, los terremotos y las inundaciones con las que arrancó el siglo XIX. «Cuando la ciudad se estaba recuperando llegó la invasión francesa», destaca.

La presión fiscal del ejército intruso, señala el autor en el libro, llegó a ser «asfixiante», y como muestra, la multa de 12 millones de reales impuesta a los malagueños por el general Horacio Sebastiani, al día siguiente de invadir la ciudad, por la muerte del cónsul francés y la resistencia a la ocupación (multa rebajada luego a 4 millones por el rey José I cuando visitó Málaga).

El sistema fiscal tuvo como objetivo costear los gastos del Ejército napoleónico pero como recuerda el profesor, «los franceses dejaron la cuestión económica en manos de afrancesados, de españoles, porque la Guerra de la Independencia no sólo fue una guerra contra Francia, también una pequeña guerra nacional o civil entre afrancesados y no afrancesados».

Y ese sistema fiscal desplegó una panoplia de instrumentos de todo tipo que llegaba hasta los detalles más nimios, como el arbitrio de 3 reales que o bien los propietarios o bien los inquilinos debían pagar por cada puerta, ventana o balcón de las casas de Málaga.

Las fuerzas de ocupación también pusieron en marcha empréstitos con los que los malagueños más acaudalados debían comprar «a la fuerza» deuda pública, con la particularidad de que también creaban una contribución para pagar la deuda pública, «con lo que explotaban al resto del pueblo con suscripciones obligatorias a los gremios», aparte de los arbitrios, que eran una suerte de ‘IVA’ sobre los alimentos.

También se estableció la obligación de alojar a la tropa, cuyos oficiales fueron distribuidos entre las familias principales de la ciudad. Más tarde, el general Horacio Sebastiani decidió que los soldados se alojarían en los conventos de Málaga de los que los frailes habían sido exclaustrados, como el de San Francisco. A cambio, los vecinos debían suministrar las camas, lámparas y otros utensilios.

El libro también repasa algunas reformas sanitarias implantadas por los franceses, como la construcción de un camposanto, el del futuro Cementerio de San Miguel, en las afueras de Málaga. En junio de 1810 se bendijeron los terrenos.

Por otro lado, se decidió trasladar la céntrica cárcel de Málaga -entre la plaza Mayor y calle Granada- a la zona de San Rafael y se unificaron todos los hospitales existentes en Málaga en uno: el desaparecido hospital de San Juan de Dios, que estaba junto a la Catedral, ejerció de hospital general.

La presión fiscal, eso sí, continuó hasta el final, e incluso de forma desesperada, como la amenaza, un día antes de que los franceses dejaran Málaga para siempre, de que el ejército invasor encerrado en Gibralfaro ejecutaría penas graves contra cien vecinos si el Ayuntamiento no entregaba una cantidad de dinero.

La salida de las tropas francesas, a finales de agosto de 1812 no supuso, sin embargo, el fin de la presión impositiva para los malagueños, que prosiguió con la entrada del general Francisco Ballesteros en la ciudad, porque ahora había que mantener al Ejército español, de ahí que solicitara 400.000 reales al Ayuntamiento, ya de por sí exhausto.

No obstante, señala Antonio Carmona, «en líneas generales la presión fiscal de los franceses fue mucho más gravosa que la de los españoles».

Una de las principales novedades de esta original mirada sobre la invasión francesa es que confirma, a pesar de las penurias, el empuje económico de la ciudad. «En el libro se habla de muerte, de hambre y de epidemias, pero los negocios no paraban y los que caían en quiebra, eran sustituidos por otros que asumían esas pérdidas».

Los negocios marchan

La fortaleza de estos negocios permitió que resurgieran al poco de la invasión francesa. De hecho, una de las tesis más interesantes de la obra es que la guerra ayudó a modificar la estructura de los negocios en Málaga y a crear la base del despegue industrial y comercial de la década de 1830.

El estudio de 120 legajos de protocolos notariales de 1808 a 1814 le reafirman en esta conclusión. A este respecto, el profesor analiza los casos paradigmáticos de empresarios como Manuel Agustín Heredia y Manuel Domingo Larios de Llera -primogénito del primer Larios que arribó a Málaga- que cimentaron su fortuna en esos años tan convulsos.