En el barrio de Dos Hermanas, en la Carretera de Cádiz sostenía desde hacía lustros que el origen del nombre extraoficial -porque el oficial era el del ministro José Solís- era la antigua presencia en la zona de dos hermanas, que hacían de guardesas de un paso a nivel para controlar la llegada del tren con el petróleo.

Sin embargo, en el mundillo ferroviario la explicación era otra: en la zona donde se levantó el barrio existían dos casas idénticas que servían para los trabajadores encargados del mantenimiento de las vías, unas construcciones posiblemente anteriores a los años 40 del siglo pasado.

El de las dos casas gemelas parece la explicación más plausible, sin embargo, en Málaga capital quedan otras dos hermanas que sí hacen referencia a las hijas de una misma madre.

Esa es al menos la historia que hay detrás de la modesta calle Dos Hermanas, un estrecho pasillo peatonal entre la plaza que recuerda al concejal Pepe Mena, muy cerca de Ollerías y la calle Parras.

Precisamente, la nueva plaza del concejal es lo que ha hecho que la calle no mantenga los mismos requiebros que ya lucía en el XVIII, con lo que se aprecia que las hermanas tienen sus años.

De hecho, el archivero Francisco Bejarano en la última edición de su conocido libro Las calles de Málaga, editado por su hijo Rafael, y del que hablamos hace unos días, recupera esta calle y recuerda que las dos hermanas, según la tradición, vivieron en esta misma vía en el último tercio del siglo XVI. Se trataba de dos mujeres altas de entre 50 y 60 años, pelo gris y ojos azules.

Se hicieron famosas porque se dedicaban a obras de caridad: visitaban a enfermos, daban limosnas, repartían comida y se encargaban de conseguir albergue a mujeres y niños sin hogar. Ni siquiera al declararse una terrible peste en 1580 faltaron a su tarea de auxiliar a los infectados.

En Málaga se hablaba de que las dos mujeres vivían de una pensión que les enviaba un misterioso pariente rico. También corrió el rumor de que un peregrino rubio y blanco, como un ángel, había dejado delante de la casa de las dos mujeres una cesta de provisiones.

Al final, entre su bondad y las leyendas que las rodearon, hasta el agua de su pozo se consideró milagrosa y se contaban historias de sanaciones increíbles. También hechos prodigiosos como una misa en los Mártires en 1581, que coincidió con un temblor de tierra que desprendió trozos de bóveda pero las dos hermanas salieron ilesas, pese a que pareció que les caía una viga encima.

La última de las historias cuenta que las dos hermanas se tiraron muchos días sin salir de casa y que cuando los vecinos llamaron al corregidor para que tirara la puerta, se las encontraron muertas en sus camas, rodeadas de flores frescas pese a ser invierno. En el callejero siguen.